Por Carlos Hermida | Octubre nº 77
La guerra que comenzó en 1914 fue conocida en su momento como “La Gran Guerra”, debido a la enorme movilización de recursos humanos y materiales, al número de países participantes y, por supuesto, por las consecuencias que tuvo. Fue una contienda que cambió el mundo, hasta el punto de que puede afirmarse, como hizo el historiador Eric Hobsbawm, que el siglo XX comenzó en 1914.
La guerra fue una hecatombe demográfica. Nueve millones de muertos y veintiún millones de heridos fue el balance de cuatro años de sangrientos combates, que dejó en los principales contendientes inmensos desequilibrios por sexo y edad. En Francia y Alemania, la mayoría de las familias habían perdido a alguno de sus miembros o habían sufrido lesiones de consideración. Las ciudades se llenaron de hombres lisiados, sin piernas, brazos o con el rostro terriblemente desfigurado. Fue el resultado de una guerra imperialista y de la actuación criminal de los Estados Mayores, empecinados en una táctica de guerra de trincheras que muy pronto se demostró incapaz de alcanzar una victoria definitiva. Las ofensivas y contraofensivas se convirtieron en picadoras de carne humana.
Desde el punto de vista territorial, el final de la guerra produjo una transformación radical del mapa de Europa. El imperio austro-húngaro se desintegró y en su lugar surgieron Austria, Hungría y Yugoslavia. Polonia se convirtió en país independiente, Rumanía amplió sus fronteras y, a consecuencia de le revolución rusa, Estonia, Letonia, Lituania y Finlandia adquirieron la independencia. Alsacia y Lorena volvieron a Francia y Alemania sufrió algunas pérdidas territoriales. La cartografía política de 1914 era inservible tras los tratados de paz de 1919.
En el orden político, los cambios fueron trascendentales. Los cuatro imperios existentes en 1914 desaparecieron. La “Caída de las Águilas”, convirtió a los imperios alemán y turco en Repúblicas, el imperio austro-húngaro desapareció como entidad territorial y política y una buena parte de los nuevos países adoptó el régimen republicano. Con relación a 1914 se había producido una democratización de la vida política. Pero, sin duda, la consecuencia política decisiva fue la revolución bolchevique. La revolución socialista de Octubre impactó decisivamente en la marcha de la guerra. La firma de la paz con Alemania en marzo de 1918 (Paz de Brest-Litovsk) y la publicación por el gobierno bolchevique de los tratados secretos firmados por el zar con sus aliados causó una tremenda conmoción en las masa de combatientes. El año 1917 se rompió el consenso social alcanzado por la burguesía en 1914 gracias a la traición de los partidos socialdemócratas, proliferaron las huelgas en las fábricas de armas y en el ejército francés hubo motines entre los soldados. La ilusión de la guerra patriótica se desvanecía a marchas aceleradas y se creaba una situación revolucionaria. En noviembre de 1918, un movimiento revolucionario de marineros y soldados derrocó en Alemania al emperador, fue proclamada la República y el nuevo gobierno aceptó la rendición. Incluso en los países vencedores la agitación social fue la tónica de los primeros años de posguerra. Los ecos de la revolución rusa llegaron a todos los rincones del mundo y el comunismo se expandió con rapidez entre el proletariado. Sin embargo, la guerra tendría otra consecuencia política de signo contrario. La crisis económica, social y política de los años 1919-1923 engendró el fascismo. Entre los excombatientes que retornaban a sus pueblos y ciudades, habituados a la violencia extrema de la guerra y que ahora se hallaban sin trabajo, prendió un mensaje nacionalista, anticomunista y “anticapitalista” que prometía una regeneración revolucionaria. No es una casualidad que Hitler y Mussolini fueran excombatientes y que los primeros grupos fascistas surgieran en 1919.
La guerra también provocó cambios políticos en las colonias. La contienda debilitó a las potencias europeas y los líderes nacionalistas comprendieron que esa debilidad suponía una oportunidad para lograr la independencia o mayores cotas de autonomía. Hubo otro factor que incidió en el auge del nacionalismo anticolonial. La burguesía había justificado el imperialismo con la coartada ideológica de que los europeos estaban llevando la civilización a regiones bárbaras y atrasadas. Esa supuesta superioridad moral se derrumbó con la guerra mundial. Los civilizados europeos se habían masacrado durante cuatro años en una contienda que nunca había tenido lugar en otros continentes. Después de la batalla de Verdún, ¿quiénes eran los bárbaros?
En el orden militar las consecuencias fueron notables. Los militares estudiaron a fondo la guerra y comprendieron que la victoria de la Entente se debió a la superioridad de recursos humanos y económicos; es decir, fueron el esfuerzo industrial y el mantenimiento de la moral entre los ciudadanos los factores de la victoria. En consecuencia, en la siguiente guerra el objetivo sería destruir el potencial económico del enemigo y destruir la moral de sus ciudadanos. Atacar la retaguardia iba a constituir un elemento tan importante como ganar batallas en el frente. Es muy significativo que en el período de entreguerras las grandes potencias se dotaran de una fuerza aérea capaz de bombardear ciudades, arrasar fábricas y destruir infraestructuras.
El arte, la literatura y el mundo de la cultura en general se vieron afectados por la Gran Guerra. Cundió el pesimismo y la fe en el progreso y la democracia sufrieron un duro golpe tras cuatro años de matanzas. En ese contexto de desilusión y frustración se extendió el fascismo entre las clases medias y la pequeña burguesía. Solo la Rusia soviética aparecía como valladar frente a la reacción y el oscurantismo y ofrecía un modelo alternativo a la barbarie capitalista. De las entrañas de la guerra surgió la luz de Octubre que nos sigue iluminando y marcando el camino hacia la liberación de la humanidad.