A. Torrecilla
Es fundamental para nuestro trabajo político entre las masas entender que el objetivo táctico republicano es una referencia —un mojón o «meta volante»— más en el largo proceso de organización, educación y experimentación de las masas hacia el socialismo, y nunca como un fin en sí mismo. La Tercera República será el resultado de nuestros trabajos de agitación y propaganda, por lo que alcanzarla no implica detenerse allí, sino acelerar hacia la meta final.
El concepto de «materialismo histórico» significó una verdadera revolución intelectual a finales del siglo XIX, al socavar directamente la idea de una historia —natural y humana— entendida hasta entonces como una serie de fotografías fijas e independientes unas de otras para cada momento histórico. Marx destruyó esta creencia con datos, demostrando que la historia es un flujo constante de múltiples causas y efectos que se influyen constantemente unos a otros, hasta dar lugar —gracias a las leyes de la dialéctica— a situaciones y escenarios completamente distintos a los de un momento antes.
Si comprendemos cómo funciona el materialismo histórico, entenderemos que es imposible trazar planes exactos que nos conduzcan del punto A al punto B en lo que a la historia se refiere. Es decir, conociendo la situación actual, no podemos nunca seguir una hoja de ruta que nos lleve hasta una situación planificada de antemano, puesto que en el camino se cruzarán multitud de influencias en uno y otro sentido, que nos obligarán a reajustar constantemente el camino si queremos acercarnos a nuestra meta. Esto es lo que diferencia los objetivos estratégicos (el punto de llegada final) de los objetivos tácticos (los giros y desvíos que vamos tomando para poder acercarnos a la deseada meta).
El ejemplo más claro lo tenemos en la propia experiencia de la Revolución Socialista rusa. Lenin analizaba detalladamente todos los factores sociales, económicos, políticos y militares del país desde finales del siglo XIX, y estaba convencido de que el objetivo estratégico de la revolución era accesible para el proletariado. Sin embargo, los cambios y los imprevistos que fueron ocurriendo obligaron a tantear caminos alternativos una y otra vez —agitación clandestina, participación en las elecciones, alianzas tácticas, rupturas de acuerdos, etc.— aunque siempre con el objetivo final en mente, aprovechando cada lección obtenida de estos experimentos para preparar a las masas trabajadoras y a la minoría proletaria para el esfuerzo revolucionario final. Solo así pudo avanzar lenta pero constantemente sobre todos los problemas y los callejones sin salida que los bolcheviques fueron encontrando hasta plantarse, en 1917, en la tesitura de aceptar la «victoria» sobre la autocracia zarista en forma de república federativa y democrática (burguesa) que planteaba Kerénski, o romper este último vínculo con las formas políticas conocidas hasta entonces, lanzándose a la aventura de construir el primer Estado socialista de la historia.
En nuestro caso, cuando hablamos de la superación del Régimen del 78 como una necesidad, estamos expresando una idea de consenso en prácticamente todo el campo de la izquierda; desde una parte de la izquierda institucional reformista, que entiende que esa superación se limita a una serie de cambios internos, hasta el grupúsculo más radical que no se contenta con menos que con la disolución de la forma estatal de la sociedad. El problema empieza cuando hablamos de cómo materializar esa superación del Régimen, puesto que cada cual tiene establecido de antemano todo un itinerario hasta sus propios objetivos finales.
Nuestro partido no es ninguna excepción a esto. Entendemos que el camino hasta el objetivo estratégico final de la Revolución Socialista en España viene precedido por un objetivo táctico muy concreto: la República Popular y Federativa. Pero este objetivo no es, como se ha dicho ya, un fin en sí mismo sino, simplemente, una «meta volante» hacia la que enfocar el trabajo de agitación más inmediato entre las masas, dado que antes de afrontar la idea de la dictadura del proletariado, es imprescindible adoptar y practicar hábitos políticos básicos, actualmente poco o nada desarrollados debido a la influencia de la burguesía y sus formas «democráticas».
Por tanto, es esta labor educativa y su resultado entre las amplias masas, lo que determinará realmente si llegará a realizarse una nueva etapa republicana como tal en nuestro país o podremos llegar mucho más lejos. Bien pudiera ocurrir que, en el proceso de maduración política enfocado hacia el objetivo táctico republicano, las masas avanzasen mucho más rápido de lo previsto e impusieran metas más amplias, más ambiciosas y más revolucionarias, como ocurrió en Rusia en 1917, cuando la actitud del proletariado y las amplias masas campesinas demostraron estar ansiosas por avanzar más allá de la revolución democrático-burguesa y llegar hasta la Revolución Socialista. En tal caso, anclarse en posiciones intermedias habría sido un error imperdonable, como ocurrió durante la Guerra Civil de 1936-1939, cuando nuestro partido centró su labor en la estabilidad del régimen republicano y la legalidad burguesa, perdiendo así la vital influencia sobre las masas que reclamaban el avance revolucionario.
Sin embargo, la Tercera República sigue siendo una meta «necesaria» hoy, dada la estructura interna del Régimen del 78, cuya legitimidad está profundamente incrustada en las masas, especialmente en la población nacida a partir de la segunda mitad de los años 90 del siglo XX, con el Régimen ya plenamente asentado, para quienes la II República es una referencia histórica lejana, vinculada únicamente a sus antepasados —bisabuelos o tatarabuelos— con la que sienten poca o ninguna identificación.
Únicamente cuando esas masas alcancen la madurez política suficiente como para rastrear la fuente original de sus problemas económicos y sociales, y entiendan la relación intrínseca entre esos problemas y la estructura del Estado, estaremos preparados para abordar la tarea de desmantelar el Régimen del 78. Entonces será el momento de examinar hasta qué punto las masas están dispuestas a romper con las cadenas que las atan a la burguesía; si totalmente —entonces el socialismo será un objetivo realmente alcanzable—, o solo parcialmente, teniendo que aceptar la forma republicana —popular y federativa, a ser posible— como una etapa en el camino hacia la Revolución. En otras palabras, será entonces cuando se pongan a prueba nuestras tareas de educación y guía política hacia las amplias masas trabajadoras en general, y hacia el proletariado en particular.