A. Heredia
En el número anterior, analizábamos someramente las actitudes preferibles y evitables a la hora de construir políticamente nuestro entorno en el ámbito tanto afectivo, como laboral-educativo. Abordamos ahora la manera de conducirnos en entornos previamente politizados. La propia naturaleza de una militancia constante, honesta y decidida nos llevará a compartir espacios, más o menos distendidos, con compañeros de otras organizaciones y con las masas politizadas, pero no organizadas. Generalmente, colaboraremos en ámbitos como coordinadoras, frentes, plataformas, asambleas de barrio, estudiantiles, internacionalistas, etc.
Este contexto resulta enormemente interesante, ya que representa para nosotros un escaparate en el que demostrar nuestras hechuras y buen hacer como militantes de la JCE (m-l). Dentro de nuestras capacidades —absteniéndonos de infra o sobrevalorarlas— asumamos las tareas que mejor demuestren nuestro compromiso con la causa, que mejor respalden el avance del movimiento y que esclarezcan más rápidamente entre las masas la justeza de nuestra teoría y práctica. Dichas tareas pueden ser más orgánicas, silenciosas, o tal vez más protagónicas y exponentes; ambas categorías son, sin duda alguna, igual de importantes. Nunca subestimemos las repercusiones de ese trabajo menos lustroso (interno), que, más pronto que tarde, nos ligará con las masas de nuestros frentes, a la par que deja en evidencia a oportunistas y “figurines” de todo pelaje. No olvidemos que el camarada Stalin, antes de convertirse en un dirigente de primera línea en el Partido Bolchevique, se había curtido como organizador aguerrido y respetado en el Cáucaso, a través de un trabajo de zapa que se reveló fundamental para que las masas confiasen en los comunistas. Lejos de charlatanes y “escurrebultos”, actuemos siempre de manera honesta en las asambleas y comisiones. Reconozcamos nuestros errores con humildad —incluyendo cuando las masas nos adelantan por la izquierda— y evitemos la vanagloria en el acierto, preguntemos lo que desconocemos, pidamos ayuda si la necesitamos, solicitemos explicación y echemos un capote a los compañeros. Todo debemos orientarlo a desarrollar nuestra labor en pos de que influya positivamente en el movimiento, de que este avance, refuerce los frentes de nuestra clase social. Cualquier conducta o perspectiva que se aleje de estas prebendas redundará en un paso atrás para los entornos en los que colaboremos, en un descrédito para la JCE (m-l). Un error admitido constituye la oportunidad de enmienda; la inacción pasiva menoscaba la imagen de nuestra organización.
Comportarnos de manera autocrítica, entregada y comunista generará confianza en nuestros entornos. Así, las masas harán suya nuestra línea política, nos respetarán y nos conferirán las tareas protagónicas y lucidas, mientras desconfían de parlanchines e incumplidores oportunistas y reformistas. Tampoco en estos casos desatendamos esas tareas menos esplendorosas, que forjaron el carácter dirigente y sólido de Iósif Vissariónovich y tantos otros héroes de nuestra clase. Combinemos el trabajo más refulgente, con el menos sobresaliente, sin renegar jamás de las tareas dirigentes que las masas nos confíen. Un proceder contrario equivaldría a la cobardía más infame, a dejar las riendas del movimiento, asamblea, frente, en manos de quienes no han recibido la confianza de las masas, en manos de quienes pueden volver a traicionarlas. En palabras de un camarada, “no nos lamentemos de aislamiento, si al poder abandonar este, nos entra la congoja y rechazamos la dirección que nos ofrecen las masas”. Si hemos estado a la altura en el pasado, lo estaremos en el presente y, por supuesto, en el futuro.
No obstante, al desarrollar nuestra labor militante en entornos politizados, surgirán situaciones menos poéticas e inspiradoras: nos veremos envueltos en contextos de disensión, duda y contradicción, tanto con las masas, como con los compañeros de otras organizaciones. ¿Qué hacer? Desde luego, nada que ponga en duda nuestra honestidad o embarre el debate político. Expondremos nuestras posturas de manera clara, por mucho que se opongan a los criterios mayoritarios. Hagámoslo sin aspavientos, con la confianza de quien cree resueltamente en su línea política y de actuación. Si nuestra perspectiva no resulta victoriosa, surgen dos escenarios: que las tesis mayoritarias de la asamblea queden en contradicción insalvable con las nuestras o que, al margen de disensiones, tenga todo el sentido del mundo participar en este espacio e insistir sin jeribeques en nuestra visión cuando la situación lo requiera.
Viviremos ambos contextos a lo largo de nuestra militancia y decidiremos al respecto con base en la situación concreta, previo análisis materialista y dialéctico. Si nuestra lectura es correcta y la mayoría adopta una errónea —dentro de lo aceptable para nuestras contradicciones—, la mera práctica demostrará la justedad de nuestra organización, lo cual redundará en un espaldarazo eventual a las tesis del Partido. Si nuestro examen de la situación es incorrecto, lo aceptaremos, lo reconoceremos y trabajaremos por cumplir y elevar la conclusión correcta. En caso de que exista una contradicción antagónica entre la perspectiva mayoritaria de un organismo y la nuestra, el proceder debe alejarse de vísceras e impulsos. Nos preguntaremos: ¿se trata de un espacio en que nuestra política, esfuerzo y compromiso están justificados? Si la respuesta es afirmativa, reevaluando paulatinamente la evolución situacional, probablemente, merezca la pena permanecer y esperar a que se den nuevos debates, mientras la labor práctica se desarrolla. En caso de que la contestación sea negativa, evitemos malgastar nuestra pulsión revolucionaria en entornos caducos.
Respecto a los compañeros de otras organizaciones, deberemos dar nuestro brazo a torcer en situaciones muy concretas para forjar alianzas, estrechar lazos y “sacar el curro adelante”. No hay nada de humillante, ni de vencido en ello: una cosa son nuestros principios irrenunciables; otra es la exigencia de cada situación concreta, donde, por ejemplo, la unidad de acción puede antojarse primordial. En todo caso, siempre que debatamos o negociemos, como señalamos previamente, hagámoslo de manera abierta, democrática, respetuosa. Jamás enturbiemos el ambiente, ni perjudiquemos la ligazón que tienen las masas con un frente en que nos encontremos y permanezcamos. Disintamos justamente, expliquemos nuestra postura, apoyemos la del compañero que está en lo cierto, etc. Huyamos de actitudes seguidistas e, igualmente, de las arrogantes y murmuradoras. Nuestro proceder, como marxista-leninistas, se antoja esencial para el buen desenvolvimiento de los espacios en los que participa nuestra clase social. Comportándonos de manera honesta y atenta, desenmascaramos, ante las masas precisamente, a quienes pecan de rumorología e intrigas.