A. Torrecilla
Mientras los gobiernos europeos expresan formalmente su sorpresa y decepción ante el giro aplicado a la política exterior estadounidense, en la práctica sus burguesías se frotan las manos ante la perspectiva de volver a desplegar el histórico militarismo y voracidad imperialistas de las viejas potencias occidentales, limitado hasta ahora por la supremacía yanqui sobre sus aliados. El gobierno social-revisionista español, no ha dudado ni un segundo en unirse a esta corriente, tratando de hacerse un hueco de primera hora entre los líderes de esta nueva Europa de los Cuarteles.
La burguesía francesa está de enhorabuena. Sus viejas tesis sobre la necesidad de crear una potencia militar europea al margen de EEUU parecen estar más cerca que nunca de hacerse realidad. La excusa perfecta ha sido el giro impuesto por la Junta Directiva yanqui sobre la política exterior estadounidense en general, y sobre la guerra de Ucrania en particular, aunque el proyecto sea una histórica aspiración del imperialismo continental europeo, cuyo liderazgo siempre ha estado disputado entre Francia y Alemania. Ahora, ambas potencias parecen haber encontrado un enemigo común sobre el que enterrar sus diferencias.
La guerra de Ucrania de 2022 es un conflicto gestado lenta y cuidadosamente al calor del derrumbe del bloque socialimperialista soviético desde finales de los años 80 del siglo pasado. En este proceso, la alianza económico-militar encabezada por los EEUU obtuvo inmensos beneficios del desmantelamiento de los Estados —y sus empresas— del bloque oriental. Durante más de 30 años, las potencias regionales europeas han ejercido fielmente de gendarmes para los intereses del imperialismo yanqui, pagando así su deuda con el Tío Sam por recibir una parte del pastel post-soviético.
Sin embargo, de aquel pastel y sus migajas ya no queda absolutamente nada. El expansionismo económico occidental ha llegado a las puertas mismas de Rusia —a su «patio trasero» ucraniano— empujándola a aliarse con la superpotencia capitalista en ascenso, China, para protegerse las espaldas antes de lanzarse a la «reconquista» de su espacio vital. Por eso la cabeza del imperialismo occidental se agacha ahora ante la amenaza combinada de la alianza chino-rusa, y recupera la vieja e hipócrita diplomacia imperial —pre imperialista— de los siglos XVIII y XIX, convocando conferencias internacionales en las que repartirse el mundo con sus viejos enemigos.
Pero la burguesía europea no está todavía en condiciones de unirse a este nuevo del colonialismo —como desearía, sin duda— debido a que las décadas de sumisión y refreno ante los EEUU han atrofiado sus propias capacidades militares. Por eso, Francia se ha apresurado a convocar su propia conferencia de países —Reino Unido, España, Italia, Polonia, Países Bajos y Dinamarca— para exponer abiertamente sus deseos de constitución de una potencia militar occidental al calor de los acontecimientos. Unos días después de esa reunión, mientras Putin y Trump se reúnen en Arabia Saudí, varios países de la UE barajan la posibilidad de enviar tropas directamente a suelo ucraniano; es decir, de entrar en guerra abierta contra Rusia, abriendo un escenario inédito teniendo en cuenta las cláusulas de defensa mutua de la OTAN y las nuevas relaciones entre Washington y Moscú.
Mientras esa posibilidad llega a hacerse realidad, los países europeos van preparando el terreno, principalmente en el ámbito económico. El gobierno social-revisionista español no ha esperado ni un segundo para tomar posición entre los principales países europeos, manteniendo, eso sí, una cuidadosa ambigüedad en sus posiciones. Así, por un lado apoya firmemente la idea de aumentar el gasto militar de forma inmediata, pues según publica el diario El País, ya existe un plan para aumentar el gasto militar pasando, en cinco años, de los 17.500 millones actuales a más de 36.500 millones, es decir, más del doble, en tramos de ascenso que van del 1,28% del PIB actual al 1,32% este mismo año, y al 2% —tal y como exigió Trump hace meses— en 2029. En ese sentido, la líder del revisionismo español, Yolanda Díaz, se ha apresurado a anunciar que el proyecto de «autodefensa» europeo mediante un ejército propio es necesario, haciendo una clara llamada de atención a sus acólitos y seguidores para marcar la posición oficialista.
Sin embargo, el Gobierno de España se mantiene más prudente respecto a la idea de desplegar soldados europeos en Ucrania, aliándose, en este caso, con Alemania, quien se opone tanto a Francia como a Reino Unido, quienes desean ese despliegue lo antes posible, y ya cuentan con los apoyos —más o menos incondicionales— de Italia, Bélgica, República Checa, Finlandia, Estonia, Lituania y los Países Bajos), aunque varios países más están aprobando verdaderos presupuestos de guerra (Dinamarca acaba de aprobar un «plan de rearme rápido» por más de 6.700 millones de euros).
En cualquier caso, estamos en un momento crítico, en el que todas las partes hablan de paz mientras se preparan para la guerra. Esto, en un contexto económico de crisis crónica, especialmente aferrada a las clases populares, donde los servicios públicos básicos están ya prácticamente privatizados al 100%, significa simplemente, un trasvase de fondos públicos aún mayor hacia la industria militar, la represión y la propaganda imperialista sin precedentes desde hace más de medio siglo.
El papel de los comunistas en estos momentos es vital a la hora de combatir los discursos militaristas que constantemente le llegan al proletariado y las clases populares —incluso desde fuentes «amigas» como son los partidos y los medios de comunicación «de izquierdas»— para justificar de mil y una maneras este saqueo y preparación para la guerra imperialista. Hay que redoblar los esfuerzos por hacer comprender al proletariado que la guerra no solamente es la máxima expresión de la barbarie cuando estalla, sino incluso antes de iniciarse los combates, cuando la burguesía aumenta la presión sobre las clases populares: la pobreza económica, especulación financiera, explotación laboral, represión política…
Todos esos síntomas están empezando a darse ahora. Por tanto, no podemos dejar de repetir a nuestra clase que en el enfrentamiento entre potencias imperialistas en todas sus formas —pacífico y económico unas veces, bélico y militar en otras— el proletariado no tiene nada que ganar. Hay que repetir machaconamente que únicamente habrá una paz estable y duradera derrocando los gobiernos de la burguesía, se vistan del color que se vistan, y destruyendo sus alianzas militares y económicas desde dentro. Toda guerra es muerte para el proletariado y riqueza para el burgués, excepto una: la lucha de clases.