Senén
En el año 2009 se consumó la gran crisis de la industria automovilística en EEUU, en su corazón, Detroit, la ciudad motor del capitalismo industrial, donde se asientan las mayores fábricas de las grandes marcas de coches del mundo. En ese año Chrysler y General Motors presentaban números de cierre y fueron rescatados con dinero de los trabajadores norteamericanos, para evitar una quiebra que se venía fraguando desde hacía décadas. En los albores de la llamada globalización económica (imperialismo voraz), la industria del auto, como muchas, realizó procesos de deslocalización de las grandes fábricas a países en los que las plusvalías eran mayores, en los que los salarios eran más bajos, con ayudas estatales al montaje y explotación y con regulaciones medioambientales y sociales más laxas que en el centro del imperio. Un proceso este que se ha repetido no solo en la industria automotriz si no en todo el sector secundario.
Esta crisis, alimentada con las consecuencias de la Gran Recesión de 2008 tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, dejó tras de sí un reguero de miserias para las trabajadoras y trabajadores de Detroit en forma de inseguridad alimentaria, altos impuestos para sufragar la bancarrota de una ciudad que no pudo superar el fin de ciclo de una industria que, empleaba a trabajadores directamente vinculados a la creación de alto valor añadido, muchos de ellos, en paro de larga duración, obligados a salir de sus casas por la ausencia de protección total propia de los EEUU, y los que se quedaban, aceptando duros recortes en sus condiciones de trabajo. Nada que no hayan conocido en esas y posteriores fechas los trabajadores del mundo, quienes con su trabajo y su esfuerzo físico y mental han sufrido sobre sus espaldas las consecuencias de la crisis eterna de este capitalismo agonizante.
La debilidad sindical, incluso en sectores clave como el industrial llevó a la asunción de tan dolorosas derrotas y retrocesos. Décadas de combate del capital contra el comunismo y la independencia ideológica de clase, desde McCarthy hasta Nixon o Reagan, hicieron que las condiciones laborales se fuesen depauperando a consecuencia de debilitar el movimiento sindical y la toma de conciencia de clase de generaciones enteras, imbuidos de soflamas identitarias postmodernistas, desde la izquierda, y de asumir el discurso neoliberal (aspiracional), desde la derecha. Un escenario que dejó un solar en el campo sindical y obrero de tenebrosas consecuencias a la luz de lo que se pudo ver a raíz de 2008. Una crisis financiera del capitalismo mundial con contagio destructivo en la economía real, que es la que afecta directamente a los hogares obreros, dejó paro y miseria en todos los rincones del mundo. Los llamados ajustes para afrontar las consecuencias de la misma, no fueron más que la senda para aumentar la explotación de nuestra clase, sacar de nuestras costillas la plusvalía necesaria para recomponer las cuentas de explotación de los grandes grupos de inversión que dominan el capital.
Diez o doce años después, una pandemia pone en su lugar parte de las cosas, se para el mundo para evitar el contagio mundial del SarsCov-2, y de repente, la dialéctica entra en juego y se empiezan a considerar ciertos trabajos imprescindibles, necesarios, básicos, esenciales. El sistema estaba reconociendo la importancia de nuestra clase en el mundo y para el sistema capitalista. El capital no es más que trabajo muerto y necesita vivificarlo, y para ello, no tardó en poner todas las medidas necesarias en juego para que la producción saliera adelante y el sistema no colapsara, con los trabajadores como carne de cañón frente a la enfermedad y tan duras condiciones de trabajo y vida como las que se daban en lo peor (y posterior) de la pandemia. No en vano, se empezó a hablar de la Gran Renuncia, que no es más que el abandono de los puestos de trabajo por las penosas condiciones físicas y/o mentales con salarios de miseria.
Crisis y sacar adelante el sistema con nuestro trabajo pusieron encima de la mesa las condiciones objetivas para que los trabajadores de EEUU tomaran conciencia de la importancia del trabajo, de la importancia de nuestra clase para sí misma y de que sin nosotros no hay nada. A pesar de la atomización y ausencia de sindicatos mayoritarios en el país, los sindicatos sectoriales y/o de empresa existentes (factor subjetivo) iniciaron una importante labor de concienciación y de aglutinar y unir estos descontentos para que los mismos crecieran o nacieran en tantas empresas y tantos sectores de los que nunca deberían de haber salido. También se crearon por primera vez sindicatos en empresas en los que nunca los había habido como Starbucks, cuyos trabajadores toman conciencia de manera primaria. Y ello llevó no solo a la creación sindical y aumento de la afiliación si no que organizaron las reivindicaciones con convocatorias de huelga multiplicadas por numerosas empresas y sectores: Jhon Deere, Amazon, Carpinteros del Pacífico, Hospitales, McDonald´s, Burger King… algunas de ellas de corta duración y otras de un calado combativo de mucha importancia como la llevada por los 1100 mineros de carbón Warrior Met Coal, en Brookwood, en lucha durante más de 9 meses por un convenio que recuperase derechos cedidos en el anterior por las mencionadas crisis. A destacar también la llevada adelante por los trabajadores del hospital Saint Vincent de Worcester (Massachusetts), 700 enfermeros en huelga por la falta de personal y los recortes en el hospital antes y durante la pandemia. Se trata de la huelga más larga de la historia de Massachusetts. Todo ello hasta 2021. En 2022 y a consecuencia de la guerra interimperialista en Ucrania, uno de los factores que desató la subida imparable de la inflación y los tipos de interés en el mundo, esta oleada combativa por los derechos de los trabajadores llevó a que en 2022 se convocaran 420 huelgas, un 50% más que el año anterior.
Con todo esto, los trabajadores del auto de Detroit se plantan y a través de United Auto Workers (AUW) con Shawn Fain a la cabeza plantean, a mediados de septiembre, la mayor huelga de la historia del sector implicando a tres empresas y que ha llegado a contar con 34.000 trabajadores en 44 centros de trabajo. Los motivos están más que justificados, más allá de los estructurales ya comentados, los internos del sector son lacerantes cuando Ford en 10 años ha obtenido beneficios por 77.000 millones de dólares, los Directivos ganan cientos de veces más que los trabajadores de Ford, Stellantis o General Motors. Sirva a modo de ejemplo: el CEO de Stellantis se embolsó en 2022 la nada despreciable cifra de 24,8 millones de dólares. Los objetivos de la huelga no eran sólo económicos, como el aumento de un 40% del salario en 3 años, o el descenso de la jornada laboral a 32 horas, sino que los derechos sindicales se garantizasen, se eliminara la discriminación entre temporales y fijos y se instaurase una protección familiar en caso de desempleo (una suerte de prestación por desempleo como conocemos en España). Objetivos ambiciosos y con una carga ideológica importante viniendo de donde se viene en EEUU. La huelga además tiene como objetivo provocar una parada en cuello de botella del resto de industrias, buscando hacer el mayor daño posible a las marcas y en una estrategia de escalada progresiva de las medidas que haga a las empresas sentarse en la mesa a buscar soluciones al conflicto.
Shawn Fain no ha estado solo, con el apoyo del 97% de los trabajadores de estas tres empresas, ha aludido en diversos discursos a las raíces del movimiento obrero y sindical del país, el 1º de mayo y el balance entre la vida personal y el trabajo. Ante este empuje general de la clase obrera del país, el imperialista y oportunista Joe Biden no ha tenido otra opción que sumarse a las reivindicaciones de los trabajadores y acudió a uno de los piquetes de los trabajadores metalúrgicos del automóvil arengando a la huelga y al conflicto, e incluso en el pasado llegó a afirmar que ante la supuesta escasez de mano de obra, se aumentasen los salarios de los trabajadores. No lo veremos alentando a la revolución ni a la toma del poder para hacer nuestras las fábricas y acabar para siempre con la explotación que nos usurpa nuestra plusvalía, pero da norte de la progresiva toma de conciencia de la clase obrera de EEUU que, esperemos, no ceda en sus reivindicaciones y sigan apostando por la lucha por tantos derechos por conquistar y por profundizar en la brecha ideológica que les ha de llevar a la conquista del poder. El partido demócrata es consciente de que ante una clase obrera armada e independiente no valen subterfugios identitarios tramposos ni divisiones artificiales de nuestra clase. El principal combate que tenemos como clase es acabar con la explotación, y la principal contradicción a eliminar, el conflicto capital – trabajo, como herramienta verdaderamente transversal que nos une a todos y todas en nuestras vidas.
Hoy y siempre, ¡viva la lucha de la clase obrera organizada!