[…] Así pues, con la proclamación de la República se generaron amplias expectativas sobre la importación y exhibición de esta renovadora, impetuosa y estética filmografía. «Popular Film», haciéndose eco de un significativo sector de la intelectualidad cinematográfica, no dudó, tan sólo dos semanas después del advenimiento republicano, pronunciarse sobre la asignatura pendiente del cine soviético: «La fenecida monarquía española con su legión de censores, elegidos entre lo más torpe y cerril de la burocracia nacional, puso el veto al cine ruso, tan aleccionador, tan pleno de enseñanzas históricas y sugerencias sociales […]
Es de suponer que el Gobierno Provisional de la República no se oponga a la libre entrada y proyección en nuestros locales de films soviéticos, por audaz que sea su intención social. Debe tenerse en cuenta que el cinema ruso es, por encima de todo, pedagógico y educativo:
espejo histórico de la Rusia actual», concluyendo con la afirmación de que «negar la entrada a estos films de amplio carácter cultural, sería caer en la incomprensión cerril de la nefasta monarquía alfonsina».
Contundencia y agravio censor
No obstante, y a pesar del ánimo liberal que impregnó las nuevas estructuras políticas, el espectáculo cinematográfico no fue depositario de la libertad reclamada, como ya hemos señalado. Pero, de todos los géneros, sin duda, el que podríamos denominar revolucionario ruso, fue el más damnificado. Las obras más características de este cine, aparcadas por el régimen monárquico, fueron igualmente conjuradas por las nuevas autoridades. Películas tan emblemáticas como La madre, Los últimos días de San Petersburgo, Tempestad sobre Asia, El acorazado Potemkin, Octubre y El arsenal, tuvieron que rendirse a canales de exhibición esporádicos, residuales y en gran medida clandestinos.
Esta esquiva política cinematográfica, incluso complementada con vetos a otros films soviéticos sin la inflexión revolucionaria de aquellos, como Okraina, La casa de los muertos, Montañas de oro, El teniente Kije, La tierra tiene sed, entre otros, provocó una clara politización del problema. Desde la izquierda se expuso vehementemente el agravio de la vocación censora. «Acaso nuestra voz de protesta fuese menos justificada» -manifestaban desde el púlpito de la prensa especializada-, «si en este mismo momento que se han rechazado películas rusas no se hubiesen dejado de proyectar libremente otras películas extranjeras de propaganda social bien definida. Desde los films hitlerianos propagadores de una Alemania que cada día va descubriendo con menos pudor sus instintos bélicos, a los films franceses, ingleses, italianos y norteamericanos (que importan a España con toda libertad su contrabando ideológico imperialista y fascistizante), en nuestro mercado, caben todas las cinematografías, con que expone y resuelve sus problemas».Y en esta línea de permisividad parcial y elitista hemos de encuadrar los ejes censores de la política cinematográfica de la República hacia este tipo de narraciones. Pero, aun dentro del clasicismo censor, al que acabamos de referirnos, el camino recorrido fue ciertamente desigual y, en ocasiones, espinoso. A veces la prohibición -decretada normalmente por cuestiones de orden público- era burlada por los organizadores de estas sesiones, limitadas a los socios. Este fue el caso del Ateneo madrileño que consumó, pese al veto gubernamental, la exhibición del Acorazado Potemkin, precisamente, unos días después de que la película fuera expeditivamente desterrada del Salón Cataluña de Barcelona.
Por el contrario, no todas estas exhibiciones minoritarias gozaron del clima de serenidad deseable. Prueba de ello es lo acontecido en una de las últimas sesiones del Cineclub Español, celebrada en el Palacio de la Prensa, a tenor de la proyección del film de Eisenstein: «Marcelino Domingo, Ministro de Instrucción Pública, que conocía la película y las algaradas que en todas partes se producían con ocasión de sus proyecciones, al fin la autorizó, con bastante temor, hasta el punto de que pidió que la recién creada Guardia de Asalto vigilara los alrededores. La sesión efectivamente fue borrascosa, con gritos, bofetadas y tiros. Entre los organizadores se encontraba Ramón Franco Bahamonde. No hubo heridos de milagro. La gente salió como pudo. La película fue confiscada. Y aquello fue prácticamente el final...»
«La censura sobre la filmografía soviética tras la caída de la monarquía. Sometimiento y censura de la filmografía soviética durante la II República»
Juan A. Martínez-Bretón | cervantesvirtual.com