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En la fase actual del capitalismo, las empresas recurren a mecanismos cada vez más sofisticados y crueles para mantener sus beneficios. Uno de los más alarmantes se da en el rejuvenecimiento de las plantillas, presentado como una estrategia de modernización o renovación, pero que en realidad responde a una lógica profundamente explotadora. Al analizar este proceso, enseguida nos damos cuenta de que se trata de una herramienta de la burguesía para degradar las condiciones laborales, bajar los salarios, debilitar la organización sindical y consolidar una plantilla joven más sumisa y atomizada.
Desde hace más de una década, y acentuado tras la crisis de 2008, hemos asistido a una sustitución progresiva de trabajadores veteranos, con derechos consolidados y mayor experiencia sindical, por jóvenes que ingresan al mercado laboral en condiciones profundamente precarizadas. Esto, que en un principio puede verse como un simple proceso natural y vital, esconde algunas trampas que no podemos obviar. En sectores como el de las telecomunicaciones o el del automóvil, el grupo de edad de 25 a 34 años ha crecido significativamente, superando ya al de 35 a 44 años en número de ocupados. Por ejemplo, según un informe de Randstad Research (Mercado de trabajo en el sector de Telecomunicaciones e IT), en 2024 el empleo joven en telecomunicaciones se incrementó un 32,8%.
La creciente incorporación de jóvenes al mercado laboral tiene varias implicaciones. La presencia de jóvenes menos sindicalizados ha sido utilizada por las empresas para debilitar la fuerza colectiva. Por otro lado, los jóvenes se incorporan con peores salarios y menores garantías contractuales, especialmente cuando se hace uso de la externalización de servicios (call centers, mantenimiento), donde predominan jóvenes con contratos más precarios al utilizarse, en muchas ocasiones, convenios distintos entre la empresa matriz y empresas auxiliares. Se aprovecha su necesidad imperiosa de trabajar, a menudo tras años de formación académica, para imponerles contratos temporales, a tiempo parcial, en categorías profesionales inferiores y con nulas perspectivas de estabilidad.
Informes como los de CCOO y UGT sobre el sector TIC y telecomunicaciones también indican que las nuevas incorporaciones, frecuentemente jóvenes, entran con condiciones laborales peores que los trabajadores antiguos, y que existen prácticas como las dobles escalas salariales o el uso de categorías profesionales más bajas respecto a las tareas que realmente se realizan, lo que provoca diferencias salariales del 20-40%, especialmente entre trabajadores con menos de 5 años de experiencia y los de más de 15. Algo que además es ilegal, ya que la realización continuada de funciones de categoría superior justifica el reconocimiento formal de la misma, tanto en términos de categoría como de retribución. No regularizar esta situación supone un incumplimiento del convenio, lo cual podría derivar en reclamaciones individuales o colectivas, acciones sindicales, sanciones de la Inspección de Trabajo, o demandas judiciales.
Entre los factores que contribuyen a la brecha, uno fundamental es el de la antigüedad y los convenios colectivos: Los empleados con más años en la empresa suelen haber negociado condiciones más favorables en convenios anteriores.
Por otro lado, algunas empresas utilizan estas diferencias salariales para justificar planes de reestructuración o recortes de personal, argumentando la necesidad de reducir costes laborales. Esto se da también en sectores e industrias relacionadas con el transporte, que muestran el mayor porcentaje de trabajadores jóvenes de todo el sector industrial (19% en 2023), con un fuerte aumento en relación con el crecimiento de la mano de obra en general. Un ejemplo destacado es Telefónica, donde los datos internos revelan que, en puestos de menor rango, los mayores de 50 años ganan hasta 53.000 euros, mientras que los más jóvenes apenas superan los 21.000 euros, lo que implica una diferencia del 60,4%. Se observa, por tanto, una importante renovación generacional, que tiene importantes consecuencias sobre la organización sindical en los centros de trabajo y que ha sido aprovechada durante años por la patronal para imponer dobles escalas salariales. De hecho, en el ámbito de las telecomunicaciones en general, se calcula que el salario de los jóvenes en el sector es hasta un 60% inferior al de los trabajadores mayores de 35 años que desempeñan funciones similares. Estas disparidades reflejan no sólo la antigüedad y la experiencia, sino también políticas salariales y estructuras organizativas que perjudican a la mano de obra joven.
La diferencia salarial y el porcentaje de jóvenes y su aumento, además del porcentaje de crecimiento de las plantillas en general, se puede interpretar como sustitución de una mano de obra veterana, con derechos y salarios dignos, por otra más joven y en peores condiciones. Esta situación no sólo es injusta, sino que también tiene efectos devastadores sobre la conciencia y la unidad de la clase trabajadora, generando divisiones entre generaciones que debilitan la conciencia de clase.
Pero esto no es todo, y es que el proceso de proletarización juvenil comienza incluso antes del primer contrato. Las prácticas no remuneradas, las becas y los contratos de formación constituyen una verdadera escuela de precariedad. En un contexto en que la “generación más preparada de la historia” ha tenido que costear sus estudios con una inversión cada vez mayor, resulta escandaloso que su entrada al mundo laboral sea gratuita o semigratuita. Las prácticas universitarias son utilizadas masivamente por las empresas para obtener mano de obra barata, incluso gratuita, bajo la apariencia de “formación”. Esta modalidad se ha normalizado tanto que los estudiantes, especialmente de clase trabajadora, deben asumir costes asociados (créditos universitarios, transporte, manutención) sin recibir nada a cambio. En muchos casos, además, estas prácticas no guardan relación alguna con su campo de estudio y sirven como mecanismo para sustituir trabajadores reales, abaratando costes y eludiendo derechos laborales. Así, la juventud entra en el ciclo de precariedad con naturalidad, como si fuera una condición inevitable.
Uno de los elementos más buscados por el capital con el rejuvenecimiento de las plantillas es la desorganización del proletariado. La menor afiliación sindical entre los jóvenes no es casual: es resultado de una política consciente de desmovilización social. Al evitar la sindicalización, la burguesía impide que esta nueva generación de trabajadores tome conciencia de su papel en la lucha de clases. El miedo, la inseguridad, el individualismo y la competencia son impuestos como valores dominantes. Las empresas fomentan entornos laborales competitivos, flexibles y atomizados, donde la solidaridad de clase y la acción colectiva parecen obstáculos al “éxito profesional”.
Esta cultura empresarial es profundamente funcional al capital y devastadora para los intereses de la clase trabajadora. No es casual que muchos de los sectores con mayor presencia juvenil (telecomunicaciones, logística, hostelería, plataformas digitales) sean también los más difíciles de sindicalizar. El modelo de relaciones laborales impuesto dificulta la acción colectiva, mediante alta rotación, externalización, trabajo a distancia o categorización errónea.
Frente a esta realidad, urge reorganizar a los trabajadores en torno a estructuras sindicales de clase, e intervenir en ellas con posiciones combativas y críticas que contribuyan a su recuperación como herramientas de lucha. Los jóvenes debemos entender que nuestra precariedad no es simplemente fruto de la casualidad o la inexperiencia, ni tampoco únicamente de una estrategia capitalista planificada, sino también de la falta de una respuesta organizada por parte de la clase obrera. Nuestro único camino hacia la emancipación pasa por la organización. La fragmentación y la desesperanza no pueden ser el destino de una generación entera. El sindicato no debe ser solo un lugar para “resolver problemas individuales”, sino una herramienta colectiva de lucha, de concienciación y de transformación; y el papel que aquí tienen los comunistas es muy importante. Como decía Lenin, “la tarea del partido de la clase obrera no consiste solamente en organizar las luchas económicas, sino también en infundir conciencia política al proletariado”. Por ello, trabajar en las organizaciones donde se agrupan las masas trabajadoras es indispensable para cumplir con nuestra labor.