Célula de la JCE (m-l) de Salamanca
La literatura con la que el Partido cuenta a propósito de la lucha del pueblo palestino resulta extensa y acertada. Por ello, en este artículo hemos decidido abordar las enseñanzas que nos ha ofrecido la acampada por Palestina en Salamanca desde un punto de vista organizativo y táctico. Este ejemplo de internacionalismo, que abandera la lucha justa de los pueblos por liberarse, nos aporta diariamente dosis inefables de militancia y avance político-organizativo.
El pasado miércoles, 15 de mayo, comenzaba en el campus Unamuno de la Universidad de Salamanca una acampada por Palestina. Los partidos y organizaciones que durante varios meses veníamos coordinándonos para el desenvolvimiento de las concentraciones en favor del pueblo palestino, observamos que se avecinaba una coyuntura tan interesante, como provechosa para la causa. Las acampadas estudiantiles, que comenzaron en EEUU para condenar al sionismo, sirvieron como acicate para réplicas, más o menos exitosas, en las universidades de todo occidente. Tanto es así que convocamos una asamblea abierta a la ciudad el 13 de mayo. Lo hacíamos en aras de tomar el pulso a la calle y medir si nuestras fuerzas resultarían suficientes para levantar una acampada.
Merece la pena subrayar que el tejido social de la ciudad (y, en especial, su movimiento estudiantil) experimentaba años de retroceso franco y desmovilización prolongada. Asimismo, la unidad de acción entre distintas organizaciones se encontraba limitada a cuestiones meramente espontáneas, sin una base cohesionada y con los lazos rotos en buena medida. Hablamos de una situación sobremanera contraproducente, dadas las limitaciones sociológicas de la ciudad y la escasez de caladeros o espacios para la movilización social. De ahí que afirmemos que el entorno político de la izquierda militante y comprometida (entre la que, naturalmente, nos encontramos) había adoptado una táctica autolesiva, consistente en “la guerra de cada uno por su cuenta”. Así, lejos de aunar las escasas fuerzas de que disponíamos para politizar e incluso organizar a las masas de estudiantes y trabajadores, nos dedicábamos casi exclusivamente a labores de autarquía organizativa. Esta resulta conveniente en algunos momentos, donde, a raíz de las diferencias tácticas y estratégicas de cada organización, resulta implausible establecer unidad de acción. Sin embargo, parecería que todo el terreno que sí permitía conatos o bases para la unidad de acción quedaba en un barbecho injustificable.
Esto comenzaría a cambiar a partir de mediados de mayo. La representación de la JCE (m-l) y del Colectivo Republicano de Salamanca, en el que todos los camaradas militan, apostó decididamente por una unidad de acción, no como un fin en sí misma: muy al contrario, constituía y constituye un medio para politizar, movilizar y organizar a las masas trabajadoras y estudiantiles. Así ha quedado demostrado, tras años de travesía incierta donde el reflujo social quedaba patente a los ojos de un puñado de organizaciones con lazos endebles. Igualmente, desde el primer momento, defendimos la necesidad de que los órganos y expresiones de la acampada, sin caer en asamblearismos anarcoides, democratizasen las tareas y responsabilidades entre todos aquellos que participaban de la acampada, independientemente de si pertenecían a organizaciones convocantes o no. De esta manera, las tesis de la JCE (m-l), la línea política de nuestro Partido, se revela pertinente, ya que nuestra postura, acogida y compartida por los compañeros del resto de organizaciones, ha implicado a las personas no organizadas hasta objetivos encomiables. Dicha democratización de todo lo democratizable en las asambleas de acampada, las asambleas abiertas, concentraciones, talleres, etc., no se limita a proclamas inocuas: cada propuesta de los compañeros no organizados ha suscitado la atención, discusión y veredicto desde las asambleas abiertas, pasando por las de acampada y terminando en las de organizadores. ¡Qué labores e ideas tan fructíferas han medrado, cuánto entusiasmo e implicación de nuestros estudiantes! Para muchos, este constituía su bautizo organizativo. En él, el diseño, la distribución y supervisión de tareas ha corrido a cargo de los propios promotores, bajo las indicaciones de la asamblea de organizadores. Insistimos en el concepto de “indicaciones”, ya que los propios compañeros no organizados han adquirido una madurez extraordinaria, han comprendido la dificultad que entraña la dirección de una tarea y se han implicado de lleno en la acampada.
Ante el mínimo indicio de sobreburocratización de la acampada, todos los compañeros de cada organización hemos apostado decididamente por escuchar y analizar la crítica de los compañeros no organizados. Luego de este proceso correcto, material y dialéctico, hemos fomentado que ellos mismos propongan soluciones a dichas problemáticas. Cuando esto no ha resultado posible, los organizadores las hemos planteado. En definitiva, siempre hemos recibido la crítica de las asambleas y la acampada con entusiasmo, de cara a pulir las imperfecciones del movimiento. Queda claro, tras casi dos semanas de militancia, que hemos vencido a los augurios de desconexión entre acampados no organizados y organizaciones. Hemos aplastado los prejuicios sobre una ciudad presa del ocio de borrachera y el conservadurismo, para levantar un baluarte de unidad de acción y, sobre todo, de tejido social que se antoja firme, concienciado. He aquí los dos elementos concluyentes fundamentales de nuestra experiencia en este último mes: unos lazos fuertes entre organizaciones con diferencias sustanciales, pero con voluntad de trabajado político, y un tejido social que hemos cosido con tesón y ejemplaridad. Podríamos deshacernos en elogios hacia compañeros no organizados para los que estas semanas han valido por años, aclamar a los compañeros que, ante nuestra praxis militante, se han unido al Colectivo Republicano, a las escenas emocionantes ocupando el rectorado para trasladar nuestras demandas. Sin embargo, la propia obra de la acampada explicita por sí misma este trabajo popular emocionante.
Somos muy conscientes de lo duro que ha resultado llegar hasta aquí y no estamos dispuestos a dar ni un paso atrás. Nadie desea volver a las desconexiones de antaño, a la ausencia de implicación del estudiantado. El internacionalismo se manifiesta de formas bellas y esculpidas a golpes, que lo vuelven fiero, capaz y constante. Algo ha cambiado en Salamanca, camaradas, y somos responsables directos de ello. Merece la pena subrayar que el tejido social de la ciudad (y, en especial, su movimiento estudiantil) experimentaba años de retroceso franco y desmovilización prolongada. Asimismo, la unidad de acción entre distintas organizaciones se encontraba limitada a cuestiones meramente espontáneas, sin una base cohesionada y con los lazos rotos en buena medida. Hablamos de una situación sobremanera contraproducente, dadas las limitaciones sociológicas de la ciudad y la escasez de caladeros o espacios para la movilización social. De ahí que afirmemos que el entorno político de la izquierda militante y comprometida (entre la que, naturalmente, nos encontramos) había adoptado una táctica autolesiva, consistente en “la guerra de cada uno por su cuenta”. Así, lejos de aunar las escasas fuerzas de que disponíamos para politizar e incluso organizar a las masas de estudiantes y trabajadores, nos dedicábamos casi exclusivamente a labores de autarquía organizativa. Esta resulta conveniente en algunos momentos, donde, a raíz de las diferencias tácticas y estratégicas de cada organización, resulta implausible establecer unidad de acción. Sin embargo, parecería que todo el terreno que sí permitía conatos o bases para la unidad de acción quedaba en un barbecho injustificable.
Esto comenzaría a cambiar a partir de mediados de mayo. La representación de la JCE (m-l) y del Colectivo Republicano de Salamanca, en el que todos los camaradas militan, apostó decididamente por una unidad de acción, no como un fin en sí misma: muy al contrario, constituía y constituye un medio para politizar, movilizar y organizar a las masas trabajadoras y estudiantiles. Así ha quedado demostrado, tras años de travesía incierta donde el reflujo social quedaba patente a los ojos de un puñado de organizaciones con lazos endebles. Igualmente, desde el primer momento, defendimos la necesidad de que los órganos y expresiones de la acampada, sin caer en asamblearismos anarcoides, democratizasen las tareas y responsabilidades entre todos aquellos que participaban de la acampada, independientemente de si pertenecían a organizaciones convocantes o no. De esta manera, las tesis de la JCE (m-l), la línea política de nuestro Partido, se revela pertinente, ya que nuestra postura, acogida y compartida por los compañeros del resto de organizaciones, ha implicado a las personas no organizadas hasta objetivos encomiables. Dicha democratización de todo lo democratizable en las asambleas de acampada, las asambleas abiertas, concentraciones, talleres, etc., no se limita a proclamas inocuas: cada propuesta de los compañeros no organizados ha suscitado la atención, discusión y veredicto desde las asambleas abiertas, pasando por las de acampada y terminando en las de organizadores. ¡Qué labores e ideas tan fructíferas han medrado, cuánto entusiasmo e implicación de nuestros estudiantes! Para muchos, este constituía su bautizo organizativo. En él, el diseño, la distribución y supervisión de tareas ha corrido a cargo de los propios promotores, bajo las indicaciones de la asamblea de organizadores. Insistimos en el concepto de “indicaciones”, ya que los propios compañeros no organizados han adquirido una madurez extraordinaria, han comprendido la dificultad que entraña la dirección de una tarea y se han implicado de lleno en la acampada.
Ante el mínimo indicio de sobreburocratización de la acampada, todos los compañeros de cada organización hemos apostado decididamente por escuchar y analizar la crítica de los compañeros no organizados. Luego de este proceso correcto, material y dialéctico, hemos fomentado que ellos mismos propongan soluciones a dichas problemáticas. Cuando esto no ha resultado posible, los organizadores las hemos planteado. En definitiva, siempre hemos recibido la crítica de las asambleas y la acampada con entusiasmo, de cara a pulir las imperfecciones del movimiento. Queda claro, tras casi dos semanas de militancia, que hemos vencido a los augurios de desconexión entre acampados no organizados y organizaciones. Hemos aplastado los prejuicios sobre una ciudad presa del ocio de borrachera y el conservadurismo, para levantar un baluarte de unidad de acción y, sobre todo, de tejido social que se antoja firme, concienciado. He aquí los dos elementos concluyentes fundamentales de nuestra experiencia en este último mes: unos lazos fuertes entre organizaciones con diferencias sustanciales, pero con voluntad de trabajado político, y un tejido social que hemos cosido con tesón y ejemplaridad. Podríamos deshacernos en elogios hacia compañeros no organizados para los que estas semanas han valido por años, aclamar a los compañeros que, ante nuestra praxis militante, se han unido al Colectivo Republicano, a las escenas emocionantes ocupando el rectorado para trasladar nuestras demandas. Sin embargo, la propia obra de la acampada explicita por sí misma este trabajo popular emocionante.
Somos muy conscientes de lo duro que ha resultado llegar hasta aquí y no estamos dispuestos a dar ni un paso atrás. Nadie desea volver a las desconexiones de antaño, a la ausencia de implicación del estudiantado. El internacionalismo se manifiesta de formas bellas y esculpidas a golpes, que lo vuelven fiero, capaz y constante. Algo ha cambiado en Salamanca, camaradas, y somos responsables directos de ello.