En nuestro informe sobre la crisis capitalista, publicado en noviembre de 2008, ya advertíamos sobre su carácter, incardinada en un proceso general de descomposición del capitalismo que enfrenta de modo cada vez más implacable las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Es esa contradicción entre el carácter social de la producción capitalista y privado de la apropiación del producto social, el motor último de las crisis que aquejan periódicamente a las economías capitalistas. Esta, sin embargo tiene características que la convierten en la más profunda y generalizada desde el crac de 1929. [Descargar PDF]
En nuestro informe sobre la crisis capitalista, publicado en noviembre de 2008, ya advertíamos sobre su carácter, incardinada en un proceso general de descomposición del capitalismo que enfrenta de modo cada vez más implacable las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Es esa contradicción entre el carácter social de la producción capitalista y privado de la apropiación del producto social, el motor último de las crisis que aquejan periódicamente a las economías capitalistas. Esta, sin embargo tiene características que la convierten en la más profunda y generalizada desde el crac de 1929.
En ese informe también recordábamos que Carlos Marx demostró que el capital sale de sus crisis concentrándose en menos manos y destruyendo fuerzas productivas. Y eso es lo que en esta ocasión ha ocurrido: así, por ejemplo, el número de supermillonarios ha crecido según aumentaban las penalidades de millones de familias trabajadoras[1]; lo mismo que la concentración de empresas, particularmente en el sector financiero[2].
El proceso de descomposición que vive la economía capitalista, y la aguda crisis económica, política y social concomitante, se ha exacerbado conforme se profundiza la disputa entre los capitalistas por los mercados en los que invertir en condiciones ventajosas, máxime cuando el mercado alcanza hoy los cinco continentes y la libertad absoluta de movimiento para los capitales, propiciada por la eliminación de barreras y controles, va acompañada del establecimiento de continuas restricciones a la movilidad de las personas. Por eso advertíamos también de la tendencia, históricamente contrastada, hacia el incremento de las contradicciones entre las potencias imperialistas en pugna por el control de las áreas de influencia.
El capital monopolista intenta ganar mercados donde invertir en condiciones ventajosas, pero su naturaleza empuja a la economía capitalista no hacia el crecimiento, sino al estancamiento. La crisis que vivimos no es una excusa, sino la consecuencia de la tendencia natural del capital.
La cuestión es que el peso creciente de la esfera financiera, que hace muchos años ha dejado de ser un sector auxiliar de la producción y distribución capitalista, para convertirse en el centro de las grandes inversiones de capital, está provocando las denominadas “burbujas”, que al estallar determinan la aparición de sucesivas recaídas en un proceso permanente de crisis. Paso a paso se confirma la genial predicción de Marx de que el sistema de crédito desarrollaría «los resortes de la producción capitalista, el enriquecimiento a través del trabajo ajeno, hasta convertirlos en el más puro y colosal sistema de juego y especulación», reduciendo «cada vez más el número de los pocos que explotan la riqueza social».
John Bellamy Foster y Fred Magdoff, en su libro La gran crisis financiera: causas y consecuencias, definen el término financiarización como «el cambio del centro de gravedad de la actividad económica desde la producción (e incluso el creciente sector terciario [de los servicios]) hacia las finanzas». Y más adelante aclaran: «La raíz de la tendencia a la financiarización es el estancamiento subyacente de la economía real, estado natural del capitalismo moderno […] el problema real está en todo el sistema de explotación de clases, tan arraigado en la producción […] A pesar de la enorme expansión de la deuda/crédito en el capitalismo actual, sigue siendo cierto que la verdadera barrera del capital es el mismo capital. Y terminan recordando lo que Marx escribió en su obra, El Capital: «la superficialidad de la economía política se muestra a sí misma en el hecho de que considera la expansión y contracción del crédito como la causa de las alteraciones periódicas del ciclo industrial, cuando no es más que un síntoma de ellas».
Frente a esta tendencia a buscar el máximo beneficio que provoca la anarquía productiva característica del capitalismo y disuelve cualquier barrera que dificulte la expansión del capital, hasta terminar provocando la destrucción de fuerzas productivas en un ciclo que se repite periódicamente y cada vez con mayor profundidad, la burguesía propone el control de la economía por los gobiernos mediante el fomento del consumo, la inversión y los servicios públicos, respetando, eso sí, la propiedad privada de los medios de producción. El Estado sería el agente de amortiguación de las contradicciones que provoca la avaricia incesante de los grandes capitalistas.
Aplicando las viejas recetas de Keynes, nos dicen, cuando la crisis se declara y la vieja caldera de la economía capitalista amenaza con estallar, podría volverse a una situación de estabilidad y no serían los derechos sociales, laborales y finalmente políticos de los trabajadores quienes pagasen el precio de calmar la furia implacable de la voracidad capitalista. Aducen en su defensa que la aplicación de las teorías de ese economista británico, cuya intención declarada fue la de salvar el capitalismo, permitió superar el crac del 29. Ignoran que «Históricamente, el estancamiento de la Gran Depresión de los años treinta se interrumpió con el estímulo económico proporcionado por la Segunda Guerra Mundial y las condiciones excepcionalmente favorables que aparecieron inmediatamente después de la guerra…»(John Bellamy Foster y Fred Magdoff, ibidem).
Si algo va quedando claro conforme evoluciona la crisis iniciada en 2008 y sus constantes recidivas, es que únicamente una economía planificada y socialmente controlada, la propiedad estatal (es decir colectiva) de los medios de producción y un régimen político dirigido por el proletariado que impida que la burguesía controle el Estado y promueva su desaparición como clase, pueden garantizar el desarrollo armónico de la economía. Por más que intenten poner barreras políticas o suavizar las contradicciones que son propias del capitalismo, este escapará siempre a su control. No hay más salida que superar el capitalismo e instaurar un régimen socialista con la economía planificada.
El problema es que en las condiciones actuales de exacerbación de la lucha de clases, la frustración que provocan las cantinelas de quienes creen posible volver al capitalismo “bueno”, de libre competencia y acabar con las crisis dejando intacto el modo de producción que las provoca, puede facilitar a la burguesía la imposición de su dictadura terrorista, cuando se sienta incapaz de controlar la situación por otro medio. Como señalara Dimitrov en su Informe sobre los frentes populares, ante la Internacional Comunista, en 1935: «El fascismo entrega al pueblo a la voracidad de los elementos más corrompidos y venales, pero se presenta ante él con la reivindicación de un “gobierno honrado e insobornable”. Especulando con la profunda desilusión de las masas sobre los gobiernos de la democracia burguesa, el fascismo se indigna hipócritamente ante la corrupción […] El fascismo capta, en interés de los sectores más reaccionarios de la burguesía, a las masas decepcionadas que abandonan los viejos partidos burgueses». Por ese motivo, el desenmascaramiento de las quimeras teóricas de la pequeña burguesía es tan importante.
La cuestión es que, como decimos, conforme se desarrolla la crisis, aumentan también las contradicciones entre las potencias imperialistas y surgen inevitablemente nuevos candidatos a controlar en su beneficio el mercado mundial, que reclaman una reordenación de las instituciones reguladoras del imperialismo. En la actualidad, los denominados BRICS (acrónimo formado por las iniciales de los cinco países que lo forman: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) están dando ya pasos en ese sentido con la creación del denominado Nuevo Banco de Desarrollo, cuya sede estará en Shanghai. En palabras de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, los BRICS avanzan hacia una “nueva arquitectura financiera global”. Y en esta alianza de intereses, China adquiere el carácter de primera economía, lo que ha provocado que la tensión se traslade a la zona Asia-Pacífico.
La reciente cumbre Asia-Pacífico (APEC), a la que acudieron líderes de 21 economías que suman el 57% de la riqueza, el 44% del comercio y el 40% de la población mundiales, ha sido la última oportunidad de percibir el nuevo papel que juega China como potencia y el incremento de las contradicciones interimperialistas, disimulado en un complicado juego diplomático.
La prensa se refería a la cumbre en estos términos: «El gobierno de la República Popular de China, encabezado por Xi Jinping, evidenció el liderazgo global en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), en Beijing, donde demostró ser una potencia mundial tras avanzar en importantes temas como comercio, diplomacia y energía».
En ese foro económico, en el que se acordó acelerar el proceso para crear un área de libre comercio en la región que engloba a alguna de las mayores economías de Asia y América, el presidente ruso Putin declaró: «Los pagos en rublos y yuanes son muy prometedores. Esto significa que la influencia del dólar en el sector energético a nivel mundial se reducirá de manera objetiva. Esto no está mal para la economía mundial, ni para el mundo de las finanzas, ni para el mercado mundial de la energía». Toda una declaración de principios, que orienta sobre las verdaderas intenciones de los dirigentes de estas dos grandes potencias.
De hecho, en Beijing, los presidentes de ambos países abordaron la posibilidad de cerrar en la divisa china varios acuerdos de distintos campos, incluyendo áreas sensibles como la cooperación técnico-militar, con el objetivo de «reforzar el yuan como una moneda reserva de la región», según explicó el portavoz del Kremlin, Dimitry Peskov.
Al margen de la cumbre, Putin y Xi Jinping suscribieron también un nuevo acuerdo por el que Rusia suministrará 30.000 millones de metros cúbicos de gas natural (que se suman a los 38.000 millones anuales durante 30 años, acordados en mayo de este año, cuando la UE y EEUU acordaron imponer a Rusia sanciones por el conflicto de Ucrania).
Unos días después, los ministros de defensa de Rusia (Sergei Shoigu) y China (Chang Wanquan) se reunían para estrechar la cooperación militar entre las dos potencias (tercero y segundo ejércitos del mundo respectivamente), acordando que la cooperación en este ámbito es una “prioridad” para los dos Estados, que preparan sendas maniobras para 2015, una durante la primavera en el Mediterráneo y otra, sin fecha, en el Pacífico.
Asistimos, por tanto, a un periodo en el que no solo se suceden las burbujas motivadas por la especulación financiera, provocando continuas recaídas en el proceso general de crisis, se generalizan los recortes, crece el paro y la precariedad, etc.; sino que también se degradan las condiciones políticas en las “democracias” burguesas, se alienta a las fuerzas fascistas y la retórica militarista, las potencias se rearman y son constantes las escaramuzas entre ellas que llevan a conflictos armados cerca de sus fronteras (Ucrania) o atizan la guerra en las áreas geoestratégicas en las que se dirimen sus intereses o los de sus competidores (Oriente Próximo). Un periodo en el que el imperialismo se prepara para la guerra, entre cantos a la paz y la libertad.
En esta coyuntura, si algo queda claro es que la lucha de clases es cada vez más descarnada y la respuesta de los trabajadores debe ser organizada, unida e ideológica y políticamente firme; de lo contrario, no se podrá cambiar la tendencia implacable hacia la destrucción masiva de fuerzas productivas, sino, en el mejor de los casos, únicamente influir limitada y temporalmente sobre los acontecimientos que empujan al imperialismo hacia el desastre. Las vías intermedias que nos hablan de conciliación de clases y pretenden sujetar la tendencia destructiva del capitalismo sin acabar con él, únicamente atrasan la solución del problema, cuando no ayudan objetivamente a crear las condiciones para que la oligarquía pueda imponer su dictadura terrorista para explotar al proletariado sin sujetarse a adornos democráticos: «El fascismo pudo llegar al poder, ante todo, porque la clase obrera, gracias a la política de colaboración de clases con la burguesía practicada por los jefes de la socialdemocracia, se hallaba escindida, política y orgánicamente desarmada frente a la burguesía que despliega su ofensiva, y los Partidos Comunistas no eran lo suficientemente fuertes para poner en pie a las masas y conducirlas a la lucha definitiva contra el fascismo, sin la socialdemocracia y en contra de ella» (G. Dimitrov, ibidem).
Celebramos nuestro Segundo Congreso de la nueva etapa del Partido en octubre de 2010. Entonces empezaban a aplicarse los primeros recortes del Gobierno Zapatero, después de dos años de cháchara sobre inexistentes “brotes verdes”, y del fracaso de su Plan E. El 29 de septiembre anterior se había realizado la primera de las tres huelgas generales convocadas por los grandes sindicatos de masas, CCOO y UGT, a lo largo de estos cuatro años. La huelga, la primera desde 2002, fue un rotundo e imprevisto éxito y, por primera vez, participaron en la convocatoria numerosas organizaciones sociales, ciudadanas, estudiantiles, etc. A pesar de las constantes amenazas, de la brutal presión de los medios de manipulación de masas y del impresionante despliegue policial, decenas de miles de trabajadores se unieron a los piquetes ocupando las calles céntricas de las principales ciudades y manifestaciones multitudinarias, en las que participaron centenares de miles de trabajadores, cerraron una jornada que llenó de entusiasmo a nuestra clase y probó su fuerza arrolladora cuando actúa organizada y unida.
Sin embargo, apenas cuatro meses después, a prinicipios de 2011, se consumó la traición de los dirigentes oportunistas de CCOO y UGT, que firmaron por sorpresa un pacto de pensiones que subía la edad de jubilación hasta los 67 años y ampliaba el periodo de cálculo de la pensión a 25 años, entre otras medidas. Este vergonzoso acuerdo, rechazado por más del 80% de los trabajadores, fue un jarro de agua fría cuyas consecuencias en términos de descrédito del movimiento sindical fueron más graves aún debido precisamente al éxito de la Huelga General del 29-S. Los oportunistas, como siempre han hecho en las encrucijadas de la lucha de clases, frustraron las expectativas de un amplio sector de nuestra clase, principalmente la juventud trabajadora, que nacía a la lucha política y vivió su primera y amarga decepción.
El 15 de mayo de ese mismo año, un pequeño grupo de personas acampa en la Puerta del Sol de Madrid tras una manifestación contra la falta de alternativas de futuro para los jóvenes; el intento de desalojo por la policía provoca el efecto contrario y la acampada se generaliza. Nuestro partido difundió un comunicado en el que afirmábamos que este movimiento espontáneo era una muestra del hartazgo generalizado contra el régimen, a la espera de una expresión política.
Los sectores que se iniciaban en la lucha, especialmente los jóvenes, carecían de referencias políticas y experiencia organizativa, y por eso la ingenuidad del movimiento se expresó en una simbología propia, en el rechazo de la confrontación y la busca del consenso, cuestiones que falseaban el debate interno y ocultaban la existencia de contradicciones de clase (prohibición de banderas de partidos y de las opiniones políticas en las asambleas, etc.).
Este carácter infantil del movimiento de protesta permitió que, desde un principio, todo tipo de corrientes oportunistas, algunas extremadamente peligrosas ligadas a turbios grupos derechistas, intentaran de mil formas controlarlo. Una parte de la izquierda revisionista, frustrada por la deriva reformista y el clima de constante enfrentamiento entre familias en sus propias organizaciones, se dejó llevar desde el principio por su formalismo pequeñoburgués.
Terminada la acampada de Sol, conforme se trasladaban las asambleas a los barrios y se acercaban las elecciones generales, en las que una gran parte de la indignación podía canalizarse en términos de castigo electoral al partido en el Gobierno, el movimiento se desinfló bruscamente. La aplastante victoria del PP en noviembre de ese año y el comienzo de un programa de recortes y ajustes verdaderamente brutal, iniciado con la aprobación de la Reforma Laboral en febrero de 2012, dio paso a un periodo de continua movilización, que se hizo general. Centenares de miles de personas abarrotaban las constantes manifestaciones y se volvían permeables a la politización.
Ahora bien, esta contradicción entre la tensión social creciente y la falta de alternativas políticas estaba creando un vacío que necesariamente tenía que llenarse. Por nuestra parte, intentamos implicar a sectores del PCE y de la izquierda, con algunos avances que abrían la posibilidad de trabajar por un Frente Popular, en un proceso de unidad, aprovechando la experiencia puesta en marcha por los camaradas de Galicia en las elecciones autonómicas celebradas en 2012 y plasmada en AGE. De hecho, la propuesta programática de Alternativa Galega de Esquerdas (AGE), con sus limitaciones, que ahora se han puesto de manifiesto y amenazan con resquebrajarla, supuso la primera experiencia del frente amplio en el Estado español que viene reclamando e impulsando nuestro partido.
En el actual contexto de crisis económica e institucional, de fuertes contradicciones en el seno del régimen monárquico impuesto por la dictadura, se trataba de dotar a la tan necesaria unidad de objetivos estratégicos que hicieran avanzar la conciencia política de los trabajadores. Pero la burguesía también movía sus piezas y ponía todo su aparato de propaganda y manipulación al servicio de un proyecto encaminado a encauzar la rabia de millones de trabajadores hacia un cambio en las formas que dejara intacto el régimen.
En Galicia, donde, como decimos, se llevó a la práctica esta experiencia, hoy, pasados ya dos años del éxito de la coalición, que pasó a ser la tercera fuerza más votada y obtuvo 9 diputados en el Parlamento de esta nacionalidad, las diferencias en el seno de AGE no han hecho más que evidenciarse y profundizarse.
Lo que está sucediendo en AGE es la expresión de una lucha encarnizada entre las posiciones oportunistas, hoy agrupadas bajo el «ciudadanismo», y las posiciones de clase, dispuestas a trabajar por la República y el Socialismo. En la segunda asamblea de la formación nacionalista Anova, la ruptura en dos bloques de esta fuerza nacionalista de izquierda parece cada vez más inminente. El llamado «sector crítico» de Anova defiende la confluencia individual en las Mareas, relegando el papel de los partidos de las izquierdas a un plano pasivo, de «neutralidad».
Estas tensiones también son visibles entre las corrientes, cada vez más distanciadas, de Esquerda Unida: Mientras la cúpula de la organización, con Yolanda Díaz a la cabeza, está actuando como soporte de las posiciones interclasistas de PODEMOS, preocupada únicamente del espacio electoralista, muchos militantes de base sitúan como tareas inmediatas, entre otras, el proceso constituyente, la democracia participativa y el derecho de autodeterminación y plantean la ruptura con el régimen como objetivo prioritario de la unidad, como se pone de manifiesto, por ejemplo, en el reciente programa para las elecciones municipales aprobado por el Consello comarcal de EU en Ferrol.
En el conjunto del Estado, el surgimiento de PODEMOS en enero de este año, cuyos dirigentes provienen mayoritariamente del campo de IU, formaba parte inicialmente de un proceso de reconfiguración interna de esa coalición del que, como decimos, se ha venido hablando desde hace años. Pero tras ese proyecto hay otros intereses en juego que cada vez quedan más en evidencia[3].
Al principio, los dirigentes de esta fuerza justificaban su peligrosa indeterminación político-ideológica (la contradicción no se da entre izquierda y derecha, sino entre “los de arriba y los de abajo”, “el poder no teme a la unidad de la izquierda, sino a la unidad popular”, etc.) en la necesidad de unir a «los ciudadanos» con una perspectiva exclusivamente electoral, para arropar un programa de reformas que, paulatinamente, han ido “matizando” siempre hacia la derecha (empezaron hablando de auditoría de la Deuda y de rechazo al pago de la «deuda ilegítima» y ahora proponen únicamente su «reestructuración», por ejemplo). Se trataba, afirmaba alguno de sus teóricos antes de las elecciones europeas, de evitar que la indignación popular la canalizara la extrema derecha y, para ello, era preciso renunciar a los objetivos de clase para llegar a la ciudadanía.
El inesperado resultado de PODEMOS en las elecciones europeas, que obtuvo, contra todos los pronósticos, cinco eurodiputados, desató una tormenta política que aún dura, y cuyo ruido aturdió a toda la izquierda. PODEMOS acaba de terminar su largo proceso constituyente, en el que el grupo encabezado por Pablo Iglesias Turrión ha impuesto sin práctica oposición interna su propio núcleo de dirección, centralizado y jerárquico en extremo.
Especialistas en marketing político, lo que resulta innegable es su eficacia en el manejo de las redes sociales y las técnicas más modernas de creación de opinión, lo que hace que (con el innegable apoyo de medios de comunicación ligados a determinados sectores de la oligarquía, como J.M. Lara, eso sí) funcionen como una marca electoral con mucho tirón. Sin embargo, su ambigüedad política e ideológica persiste y, a pesar de la eficaz “venta” de su Asamblea constituyente, ésta ha puesto de manifiesto que la fuerza electoral no tiene una proyección orgánica.
Es verdad que muchas de las declaraciones y análisis de los dirigentes de PODEMOS podríamos suscribirlos nosotros, pero los mensajes siempre son matizados, y en todos los casos se mueven dentro de los márgenes del modelo político actual, en un proceso que recuerda mucho al del inicio de la transición y al papel que jugó en él la dirección de entonces del PSOE.
Recordemos brevemente alguna de las características del “ciudadanismo” que apuntábamos en el Informe al CC Ampliado de octubre pasado: «Aunque a veces utilice terminología “marxista”, para la pequeña burguesía no existe lucha de clases: la crisis, sus consecuencias sociales y políticas no son producto de las tendencias inherentes al modo capitalista de producción (decir eso es, para ellos, “determinismo”), sino que los problemas se circunscriben a una cuestión técnica, de ineficacia de la “casta política”. La democracia, la libertad, no tienen adjetivos de clase, son términos absolutos. El concepto de clase es sustituido por el de “ciudadano” (al no haber intereses propios de cada clase, no hay contradicciones en el campo popular).
Consecuentemente, aunque lógica y necesariamente deben estructurar orgánicamente sus intereses, fomentan la participación en la lucha política desde un punto de vista estrictamente individual; de ahí que no acepten límites (aunque finalmente sí los establecen, y muy rígidos) para la participación en la organización, ni entiendan la supeditación, propia de una organización de clase, de unos intereses inmediatos a otros en función de los objetivos prioritarios: lo quieren todo y lo quieren ahora. No existe compromiso militante, ni traba alguna al criterio de libre acceso (formal, eso sí) a las decisiones de la organización. Conceptos tan extraños a la democracia proletaria como las asambleas decisorias no presenciales, o la militancia virtual, son en las corrientes burguesas el sostén de sus mantras sobre la democracia participativa. No existen reglas porque, finalmente, es una ínfima minoría la que controla las decisiones reales, establece los objetivos y marca las prioridades.
Si bien se ve, este concepto disperso y diletante de la lucha política viene siendo la matriz del revisionismo y de todas las nuevas teorías de moda a lo largo de los últimos años: bolivarismo, altermundismo, etc. La pelea en orden disperso, sin objetivos de clase; la movilización entendida como mero refuerzo de la acción institucional. Este es el abono del que se ha nutrido el sistema de familias y capillas tan común en las fuerzas de la izquierda institucionalizada.»
El descrédito y deslegitimación de las fuerzas políticas que han apuntalado hasta ahora el régimen monárquico, los continuos escándalos de corrupción en el que se ven implicadas y que prueban hasta qué punto el sistema político instaurado en 1975 como continuidad del franquismo se ha consolidado sobre una enmarañada y extensísima red de corruptelas que pagaban la complicidad con él, y la rabia que todo esto provoca cuando se contrasta con los datos sobre extensión de la pobreza entre amplias capas populares, juegan objetivamente a favor de una alternativa electoral como la de PODEMOS, conocida, que se presenta como nueva y limpia, por lo tanto, de cualquier implicación con las cloacas del Estado y con posibilidades de llegar al Gobierno.
La idea que la burguesía intenta que cale entre las masas es puramente electoralista: ya solo nos quedan las elecciones generales para echar a esta gentuza que nos gobierna y llegar al poder para cambiar las cosas, es lo que vienen a decir. Y es bien cierto que la unidad de la izquierda urge si queremos echar a la derecha de las instituciones; pero, ¿tener el Gobierno es realmente detentar el poder? ¿Está dispuesta la oligarquía a ceder su control de los resortes de poder del Estado? En definitiva, sin un acuerdo programático de la izquierda por la ruptura y superación del régimen monárquico, ¿qué organización puede respaldar las necesarias medidas que habrá de adoptar si verdaderamente se quiere cambiar de raíz las cosas? No, realmente no son tan ingenuos los dirigentes pequeñoburgueses. Se quiere colar de matute una nueva “transición” en la que se cambian los actores, dejando intacto el guión de la obra.
Conviene no olvidar que la estructura del estado monárquico proviene del franquismo y que ninguno de sus principales órganos de poder, empezando por el ejército y la judicatura, ha sido depurado, no ya de elementos implicados en la dictadura fascista (que tampoco), sino de su poso ideológico, que perdura intacto. Hace unos días, las declaraciones del Jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra, amenazando con intervenir en Cataluña para garantizar la unidad de España (de su España de recortes, corrupción y chalaneo), son un recordatorio, junto al hecho de que el Ministro de Defensa Morenés no vea ningún motivo de sanción en ellas, de en qué manos está el poder efectivo, más allá de la retórica democrática.
No, sin cambiar de arriba abajo las instituciones del Estado, sin derogar la Constitución aprobada en 1978 en un referéndum mediatizado por el miedo al pronunciamiento militar, sin superar, en fin, el régimen impuesto por el franquismo, las promesas de regeneración y respeto a la soberanía popular, los programas de progreso económico y social, etc., serán palabras sin sentido (como lo son ahora aquellos artículos de la Constitución monárquica que reconocen derechos formales que no se aplican), papel mojado, mentiras que con el tiempo solo pueden provocar más frustración en las clases populares.
Los próximos meses oiremos hablar a diario de renovación, como si la solución fuera el cambio de unas caras por otras para hacer la misma política. Es muy posible que el hartazgo y la rabia popular, hábilmente manipulados por la propaganda del régimen, se canalicen hacia el desfogue electoral. Pero cuando el ruido cese, el proletariado seguirá enfrentando la misma cruel explotación descarnada, seguirá sufriendo en sus derechos y conquistas políticas y sociales las consecuencias de una crisis que no ha creado y necesitará de organizaciones propias, de clase, para continuar la lucha.
La existencia del Partido Comunista es esencial, más si cabe en tiempos de turbación como los actuales. Nuestro Partido, de cuya constitución se cumplen 50 años, fue la respuesta de la parte más consciente del proletariado español a la degeneración revisionista del equipo de dirección del PCE encabezado por el traidor Santiago Carrillo, que renunció al objetivo de la revolución.
A la muerte del asesino Franco y una vez consolidado el régimen monárquico, los revisionistas pretenden que ha desaparecido la necesidad del cambio revolucionario. Consideran al régimen monárquico como un régimen democrático que es posible transformar mediante el cambio de la correlación de fuerzas electoral. Durante más de treinta y cinco años, los revisionistas se han integrado totalmente en la maquinaria de las instituciones burguesas, de las cuales son firmes defensores, y se han separado definitivamente de las necesidades de las masas, inculcando en estas toda clase de falsas ilusiones acerca del parlamentarismo burgués.
Hoy es la burguesía la que, desde hace años, usurpa la dirección de las organizaciones populares y de clase; son los miedos de la burguesía y sus prioridades las que marcan los objetivos del proletariado. Vivimos un tiempo de dudas e incertidumbres. Es cierto, también, que los comunistas nos hemos ensimismado en cierta medida y no hemos reaccionado siempre con la suficiente rapidez y audacia frente a los rápidos cambios producidos en la vida económica y en el ámbito político; es cierto que en ocasiones hemos sido rígidos en nuestras apreciaciones, lo que ha limitado nuestra capacidad de respuesta; pero, con todo, no renunciamos a nuestra historia, no renegamos de nuestra ideología. Al contrario, sabemos que la razón de ser del Partido es la de dirigir la revolución. Y esta conciencia de nuestro papel nos llena de orgullo.
El PCE (m-l) hizo frente al fascismo, rechazó la conciliación de clases que proclamaba el revisionismo, intentó en todo momento alcanzar la unidad con otras fuerzas en torno a un programa común, siempre con el objetivo de avanzar hacia la República Popular y Federativa para crear las condiciones necesarias para la revolución socialista. El FRAP y la Convención Republicana fueron las expresiones de ese constante esfuerzo por la unidad.
Pero nunca confundimos la necesidad de flexibilidad táctica con la renuncia a los objetivos revolucionarios, ni ocultamos nuestros principios ideológicos. La historia de nuestro Partido está plagada de ejemplos de heroísmo y entrega de camaradas que lo arriesgaron todo, incluso la vida, por empujar la historia hacia la libertad. Cipriano Martos, Xosé Humberto Baena Alonso, Ramón García Sanz, José Luis Sánchez-Bravo Solla, junto a Elena Ódena y José Delgado, “Acero”, son nombres que forman parte imborrable de la historia de lucha y combate de los comunistas españoles.
Hoy, cuando la cháchara burguesa parece ocultar la realidad con palabrería sobre la conciliación de clases, conviene no olvidar que el proletariado ha sido capaz de avanzar en las condiciones más difíciles porque ha actuado organizado y unido férreamente en torno a un objetivo común. Cuando la clase obrera adquirió conciencia de su papel, entendió que las victorias parciales eran batallas ganadas en una guerra cuyo objetivo iba más allá, orientó sus esfuerzos a la destrucción del capitalismo y la construcción de una sociedad socialista a través de un largo y doloroso proceso de luchas, con aciertos y errores, victorias y derrotas que la curtieron, le enseñaron el valor de la unidad, de la disciplina, de la firmeza en los principios, y educó a sus mejores hombres y mujeres en el análisis científico de la realidad.
Entonces, los trabajadores fueron invencibles: agrupados en torno a sus organizaciones de vanguardia y dirigidos por los mejores elementos de la clase supieron enfrentar todos los riesgos, superar las amenazas, las presiones y los halagos de la burguesía sin apartarse de su objetivo emancipador.
Las crisis desnudan de adornos retóricos las políticas del imperialismo, exacerban las contradicciones y provocan convulsiones políticas. En momentos así, ya no valen las reformas graduales, no sirven las buenas palabras, la cuestión se plantea abiertamente en los términos que definía la vieja consigna socialdemócrata: socialismo o barbarie.
Pero es precisamente en esos momentos de crisis, cuando las certezas desaparecen y todo se vuelve más fluido, cuando la lucha de clases adquiere un carácter más abierto y las distintas clases y sectores sociales afinan y expresan sus objetivos políticos, cuando el factor subjetivo, el grado de desarrollo de las organizaciones de clase y el grado de madurez política del proletariado pasan a ser determinantes.
Explotan ahora decenios de contradicciones acumuladas en España. La renuncia a la ruptura con el franquismo dejó en manos de la pequeña burguesía la dirección de las organizaciones de clase. Aun antes de la renuncia a la ruptura se dejó de aplicar el programa político que interesaba al proletariado. Términos como República, socialismo, emancipación, lucha de clases, etc. eran meros adornos retóricos en congresos y declaraciones, pero la política se sustentaba en el consenso interclasista sancionado por la Constitución monárquica que, en lugar de un corsé como nosotros afirmábamos que era y ha demostrado ser, se presentó como una definitiva conquista democrática por las principales fuerzas políticas de izquierda. Incluso los programas más radicales consideraban estos objetivos políticos inalcanzables y por lo tanto un estorbo para conseguir hacer avanzar los programas concretos.
Quienes hoy afirman que las organizaciones “clásicas” y sus “cosmovisiones” son un tapón que aleja la política de la gente y de lo que se trata, por tanto, es de renovar las estructuras para imponer una nueva visión, más actual sin las anteojeras de la ideología; quienes afirman que «es tiempo más de poetas y músicos que de ideólogos. De emociones que desvistan la razón» (J.C. Monedero); quienes presentan su ideología pequeñoburguesa como el más original y acabado producto de la razón democrática, ya dirigían y colmaban de pragmatismo las organizaciones de la izquierda institucional, marcando su agenda política, desde hace decenios.
Detrás de estas opciones populistas late la versión más peligrosa de la vieja degeneración revisionista de los Berstein, Kautsky, etc. Su objetivo declarado es apartar al proletariado de la revolución y hacer compatible el capitalismo globalizado (o lo que es lo mismo, el imperialismo) con la regulación de sus contradicciones, algo que sus propias leyes internas impide. Esta idea no es nueva, aunque la jerga que la adorna sí lo es.
Es cierto que somos débiles aún, que la ideología burguesa está golpeando duramente en el campo popular y que, como señalábamos en nuestro II Congreso, «debido a las traiciones y vaivenes con motivo de la llamada transición, se propagó un sentimiento de rechazo a la organización, y lo que es más grave, ese sentimiento ha calado con fuerza en los jóvenes. Esos jóvenes que en las huelgas, locales o generales, en las manifestaciones, etc., participan con entusiasmo, levantando las banderas del proletariado, la republicana, etc., pero rechazan organizarse en los partidos políticos». Con todo, conforme se desarrolle la agudísima crisis que afronta el capitalismo, va a ir quedando en evidencia que la pelea se da, hoy como siempre, entre el proletariado y la burguesía, y que las terceras vías que pretenden hallar la solución en cambios cosméticos, novísimas cuestiones metodológicas y programas que desdeñan los objetivos revolucionarios, únicamente sirven para atrasar la solución y adornar el régimen de explotación que sufrimos y que amenaza el futuro de nuestros hijos.
Los acontecimientos se suceden muy rápidamente y necesitamos redoblar nuestros esfuerzos por reforzar el Partido numérica e ideológicamente, para hacer frente a las tareas: reforzar sus filas con nuevos camaradas y promocionar a nuevos cuadros, particularmente si son jóvenes y trabajadores. Y no está de más recordar lo que decíamos en el informe al II Congreso sobre la formación de cuadros: «Es esta una tarea en la que no vale el “compañerismo”, las actitudes súper simpáticas, el “buen rollo”. Hay que ser audaces y promocionar a los puestos de dirección, en todos los niveles, a esos camaradas que, como decía Elena Ódena, “sienten el Partido, que lo llevan en la sangre”».
Es precisamente en momentos como estos, cuando adquiere todo su valor el Partido de los Comunistas. De nuestra inteligencia para analizar los cambios y establecer las líneas de intervención concretas; de nuestra firmeza en los principios frente a la campaña contra la ideología, la política y la organización de clase, de nuestra flexibilidad para asegurar alianzas con los sectores verdaderamente interesados en la unidad por la ruptura democrática con el régimen, y de nuestra intervención práctica audaz para llegar a ser un factor en la vida política de España, dependerá en gran parte la posibilidad de que el proletariado pueda enfrentar en mejores condiciones un futuro que se presenta muy duro.
La reconstrucción de nuestro Partido hubiera sido más costosa si no hubiéramos contado desde el principio con el apoyo fraternal de la CIPOML. Desde su constitución, hace ahora 20 años, nuevos partidos se han incorporado a la Conferencia y en muchos países asistimos al acercamiento, animado por la CIPOML, entre destacamentos de comunistas que se agrupan, debaten, coordinan y unen sus fuerzas para consolidar organizaciones más fuertes. La situación internacional es dura, lo vivimos cada día; pero esa misma dureza ha facilitado el acercamiento entre los comunistas y en no pocas ocasiones la depuración de las organizaciones de sus elementos más inestables, de aquellos que abandonan la senda de la revolución para echarse en brazos de la burguesía.
El ejemplo y la experiencia de los camaradas turcos, ecuatorianos, franceses y tunecinos, que han hecho posible la articulación de frentes populares que aglutinan a las fuerzas más consecuentes para hacer frente a las políticas neoliberales, a la sinrazón teocrática y al imperialismo, en defensa de los derechos democráticos, políticos y sociales para las clases trabajadoras, nos sirve a nosotros en los esfuerzos por articular en España un bloque popular contra la oligarquía.
El trabajo de los camaradas ecuatorianos del PCMLE, en su lucha contra las corrientes ciudadanistas agrupadas en el movimiento de los forajidos y, posteriormente, contra el populismo de Correa, cómplice del imperialismo, ha sido para nosotros muy esclarecedor y nos aporta valiosas experiencias en nuestro propio combate contra la ideología pequeñoburguesa. Tras nuestro anterior Congreso, un grupo de camaradas adoptaron una posición contraria al internacionalismo proletario, ante los ataques que recibía nuestro partido hermano por parte del correísmo; la derrota de esas posiciones nos ha permitido aclarar cuál es el papel de los comunistas en una situación tan compleja como la que vivimos ahora.
El ejemplo de nuestros camaradas tunecinos, que, como señalábamos en nuestro documento sobre los frentes populares, «supieron dar respuestas adecuadas al momento porque nunca renunciaron a preparar la revolución, sino que, por el contrario, incluso en los peores momentos de la represión benalista, mantuvieron su difícil trabajo entre las masas, educándolas en la necesidad de conquistar la libertad política y la justicia social, y promovieron formas de acción común con otras fuerzas de la oposición»,ha dado ahora sus primeros frutos, con la conquista de quince escaños en las últimas elecciones. La actitud de los camaradas, que no se conforman sino que preparan ya nuevos pasos hacia la consolidación del Frente Popular, contrasta con la soberbia altanera de las corrientes pequeñoburguesas que centran en el éxito electoral la solución a los problemas y, para lograrlo, sacrifican los objetivos políticos: ¿A quién puede extrañar que, de todos los países en los que triunfó la llamada “primavera árabe”, sea únicamente en Túnez, donde los comunistas combinaron la coherencia, la firmeza de principios y la flexibilidad táctica, donde sigue encendida la esperanza de un futuro democrático y de progreso?
Los camaradas turcos han sido siempre un ejemplo de cómo combinar el trabajo legal con el ilegal. Sus avances electorales son el fruto de años de esfuerzos por combinar la organización clandestina con un trabajo legal muy flexible en los sindicatos, en las organizaciones estudiantiles y populares e incluso entre los trabajadores emigrantes en otros países europeos, todo en condiciones tan duras como las existentes en Turquía, cuyo gobierno, firme aliado del imperialismo yanqui, aplica una durísima represión contra los trabajadores y las clases populares turcas y el pueblo kurdo. De todos ellos, de sus esfuerzos, aciertos y errores, hemos sacado ricas experiencias que aplicar nosotros.
Desde su constitución, la CIPOML ha sido un ejemplo de firmeza ideológica que ahora comienza a recoger los frutos de un trabajo constante por la unidad sin renunciar a los principios. Sin la CIPOML, los avances que la vanguardia de los comunistas experimenta en todo el mundo serían impensables.
Por eso, nuestro Partido renueva en este Congreso su compromiso con la causa internacional del proletariado, su compromiso con el internacionalismo proletario, la solidaridad internacional y la defensa del marxismo-leninismo, su compromiso con la CIPOML.
«Los revisionistas tratan de utilizar a las masas, de instrumentalizarlas: como resultado, surgen las “transiciones a la española”; los marxistas-leninistas, en cambio, reforzamos las organizaciones populares, animamos su desarrollo, elevamos sus miras hacia el necesario cambio político y la destrucción de las relaciones de dominación» (El Frente Popular, un instrumento para el presente, abril de 2012).
Ya hemos dicho que el PCE (m-l) siempre ha trabajado por la unidad de la izquierda sin abandonar ni renunciar a sus principios revolucionarios. Cuando existía un movimiento obrero y popular fuerte y curtido en el combate contra el fascismo, se fraguaba, sin embargo, la gran traición y la renuncia a sus objetivos políticos de la lucha popular. Nuestro Partido fue prácticamente el único que peleó contra la maniobra en marcha, buscando la unidad por la República Popular y Federativa.
Una vez consolidada la monarquía, hubo un largo periodo de parálisis política de la izquierda, debilitamiento extremo de las organizaciones populares y consenso interclasista, roto solo esporádicamente por contadas movilizaciones limitadas a cuestiones concretas, que ignoraban los objetivos políticos generales. En este contexto de paz social, el bloque dominante pudo desarrollar su política sin apenas oposición (entrada en la OTAN y en el Mercado Común; implicación en la constitución de la Unión Europea sobre bases ultraliberales: Maastricht, Lisboa, Constitución Europea, etc.; destrucción sistemática del sector industrial y fomento de las inversiones especulativas del gran capital español, especialmente en Latinoamérica; creación de la burbuja inmobiliaria; programa generalizado de privatización de empresas y servicios públicos, etc.).
En todos estos años, la izquierda institucionalizada se limitó a responder aisladamente a las agresiones más duras, volviendo de inmediato al sopor del consenso y la modorra política. Salvo nuestro partido, ninguna fuerza estableció la ruptura con el régimen como un objetivo prioritario de la lucha por la emancipación: unas porque aceptaban plenamente los límites establecidos en el pacto, otras porque pregonaban programas muy radicales en cuestiones sociales, pero consideraban innecesario, cuando no reformista, hablar de unidad de la izquierda por la República.
En 1999, junto a un sector del PCE, acordamos la Constitución de la Plataforma de Ciudadanos por la República, no como un partido, sino como una organización para el impulso de la idea de la unidad de la izquierda, la denuncia de la transición y la promoción de la memoria histórica y la defensa de la República como proyecto de futuro. No cabe duda de que la Plataforma hizo mucho por el desarrollo en nuestro país de la reivindicación republicana, en unos momentos en los que comenzaba a resquebrajarse el régimen.
En junio de 2011 se decidía constituir la Federación Republicanos, como expresión de la unidad por la ruptura con el régimen monárquico. Se trataba de que las ideas que sustentaba la Plataforma tuvieran una expresión orgánica en una fuerza capaz de participar en la lucha política. RPS fue inscrita en septiembre de 2011 y apenas dos meses después, en un momento de mucha confusión, participó con resultados esperanzadores en las Elecciones Generales en las que el PP logró la mayoría absoluta aprovechando el enorme descontento popular con el Gobierno de Zapatero y la renuncia cómplice a la movilización de las direcciones oportunistas de los grandes sindicatos, que habían creado un clima de frustración con la izquierda.
Consideramos que, a pesar de los errores que hemos cometido en el trabajo, la decisión del Partido de implicarse en el desarrollo y consolidación de RPS fue un acierto, pues permitió aglutinar a sectores que hasta ese momento no tenían una referencia orgánica y les dio un instrumento de intervención en la vida política, lo que sirvió también como motor del acercamiento unitario a sectores de otras organizaciones de la izquierda.
En enero del año pasado, RPS entró a formar parte de la Junta Estatal Republicana, formada por varias decenas de organizaciones de todo el Estado que, en un Encuentro celebrado en Madrid, aprobaban un programa político que recogía muchas de las propuestas de Republicanos. Posteriormente, el Partido se unía también a la JER. La JER, a pesar de todas las limitaciones, ha jugado y juega un papel importante en el desarrollo de la idea frentista entre la izquierda española. Su convocatoria del I Encuentro de Cargos Públicos por la República, celebrado en el Ateneo de Madrid el 1 de diciembre del año pasado, su respuesta en junio de este año, cuando llevó a cabo movilizaciones por todo el estado contra la maniobra de la abdicación de un Borbón en otro (de las que, por cierto, PODEMOS se desentendió completamente), y la creación de la Plataforma por un referéndum sobre monarquía o República y el avance hacia la unidad de la izquierda en las próximas citas electorales, con el objetivo de transformarlas en un plebiscito sobre la forma de Estado y por la ruptura, todas estas iniciativas, a las que han contribuido decisivamente RPS y el Partido, forman un bagaje importante de la JER que prueba que, sin olvidar la confusión que crea el “ciudadanismo”, la oposición consecuente por la ruptura con el régimen y por la República se abre paso también entre la izquierda.
No obstante, hemos de ser autocríticos al valorar el trabajo del Partido en la consolidación orgánica de RPS. Algunos camaradas y comités no han terminado de entender que el crecimiento de la Federación Republicanos depende de su capacidad de desarrollar una actividad política y construir una estructura de dirección propia […]. Incluso ha ocurrido (y así hay que reconocerlo) que algunos militantes, incluso cuadros, han utilizado torticeramente a RPS para camuflar sus aberrantes posiciones ideológicas. Eso fue lo que sucedió en la pasada Asamblea General de Republicanos, en la que un grupo de liquidadores trasladó a esa organización una discusión que no tenía el valor de plantear abiertamente en el seno del Partido.
Pero no fue solo en esa ocasión cuando las incomprensiones o las posiciones abiertamente complotadoras de algunos miembros del Partido dañaron a RPS: antes de la Asamblea de abril, los dirigentes de la Juventud, hoy separados del Partido por su actitud fraccionalista, se negaron siempre (aunque sólo lo dijeron abiertamente al final, cuando su actitud quedó al descubierto) a desarrollar RPS entre los jóvenes porque decían que, para articular a los jóvenes, bastaba la JCE (m-l).
No han faltado tampoco ejemplos de camaradas que, con su actitud sectaria y prepotente, han contribuido a alejar a compañeros de RPS a los que regañaban en las redes sociales por no ser suficientemente “puros”, o dificultaban su acceso a los órganos de dirección de la Federación. En no pocas ocasiones, en definitiva, militantes del Partido han visto en Republicanos no una organización que refuerza nuestra política táctica y contribuye a unir a los sectores más conscientes y combativos en torno a ella, sino una especie de rival político. […]
Desde el punto de vista electoral, entramos en un año de importantes citas (elecciones municipales y autonómicas en mayo y generales en noviembre), lo que está teniendo ya como efecto (sumado al cansancio de estos meses de protestas constantes) un reflujo de la movilización popular.
En estos momentos, la mayor parte de la izquierda está implicada en el desarrollo de un modelo de “unidad popular” que, en base a las teorías pequeñoburguesas del «empoderamiento ciudadano», rehúye la definición política en un confuso llamamiento a la confluencia de la «ciudadanía» sin partidos. Al tiempo que todas las encuestas aventuran un crecimiento del voto a PODEMOS, que ha hecho, como señalábamos más arriba, de la indeterminación política, su seña de identidad, lo que apunta en el mismo sentido difuso y electoralista.
No obstante, queda tiempo para las elecciones y los acontecimientos políticos se suceden muy rápidamente. No es descartable ninguna situación: desde el triunfo de PODEMOS, que tendría que definir con claridad su política y proponer medidas reales para hacer efectivo su “Proceso Constituyente”, hasta un acuerdo PP-PSOE a la griega: esta es probablemente la situación más cómoda para todas las fuerzas de la burguesía, aunque exigiría el sacrificio del PSOE, como ocurrió con su homólogo griego, por cuanto dividiría y debilitaría objetivamente a la izquierda y permitiría a los dirigentes de PODEMOS continuar agazapados en espera de una mayoría electoral, ocupando el espacio de la izquierda y sin necesidad de definir su programa en un sentido ideológico de clase.
En cualquier caso, parece evidente que las organizaciones permanentes que agrupan a los trabajadores, y en particular las organizaciones comunistas, son el objetivo de la campaña de la burguesía contra la organización, los principios ideológicos de clase y su expresión política. Estos “nuevos valores” sirven a la oligarquía para la “renovación” del régimen que ha venido sosteniendo su dominación, en una nueva transición que cambie algo para que todo siga igual. Otra cuestión es que la oligarquía consiga su propósito aprovechando la debilidad ideológica de la izquierda: la situación internacional e interna no tiene visos de mejorar, sino que, por el contrario, todo apunta a un agravamiento de la crisis y al recrudecimiento de los recortes, con periodos de calma relativa.
Y es en este contexto en el que la ideología y la política de los comunistas se abrirá paso: mantener los contactos con los sectores consecuentes de la izquierda de clase, reforzar las organizaciones permanentes de los trabajadores, ligarse a ellos y trabajar con más empeño si cabe por la unidad, en la perspectiva de lograr la constitución de un Frente Popular, por la ruptura y por la República Popular y Federativa.
Como señalábamos en el documento sobre el Frente Popular, «ese desarrollo dialéctico de las demandas populares se verá cercenado en cualquier iniciativa unitaria que no contemple un nuevo marco político general, que en España, por nuestra historia y por la forma en que se implantó la” democracia” tras la dictadura, sólo puede ser la Tercera República».
La juventud española está sufriendo con la mayor crudeza las consecuencias de la crisis económica capitalista. Los niveles de paro y de precariedad en el trabajo superan el 50% y el 60% respectivamente, los recortes en el sistema educativo acumulan trabas para su formación, etc.
Ya hemos insistido en otros documentos en que esta situación tan dura, unida a la ausencia de un contacto regular con el mundo del trabajo, la falta de referencias políticas y de experiencias de organización, convierte a los jóvenes españoles en un sector combativo y dispuesto a la confrontación en defensa de sus derechos, pero también muy vulnerable a todo tipo de influencias oportunistas. G. Dimitrov escribía en su informe sobre la política de Frente Popular, ante el VII Congreso de la Internacional Comunista: «El fascismo pudo triunfar también porque logró penetrar en las filas de la juventud, mientras la socialdemocracia desviaba a la juventud obrera de la lucha de clases; el proletariado revolucionario tampoco desplegó entre la juventud la necesaria labor educativa y no prestó la suficiente atención a la lucha por sus intereses y aspiraciones específicas. El fascismo captó el ansia de actividad combativa agudizada entre la juventud y atrajo a una parte considerable de ésta a sus destacamentos de combate. La nueva generación de la juventud masculina y femenina no ha pasado por los horrores de la guerra. Sufre en su pellejo todo el peso de la crisis económica, del paro forzoso y de la descomposición de la democracia burguesa. No habiendo perspectiva alguna para el porvenir, sectores considerables de la juventud se mostraron especialmente influenciables para la demagogia fascista, que les pintaba un porvenir seductor si el fascismo triunfaba».
Para un partido comunista y, por lo tanto, para nuestro Partido, su organización juvenil tiene como misión intervenir entre los jóvenes (y muy especialmente entre los jóvenes trabajadores) atendiendo a sus características particulares: combatividad e impulsividad, inexperiencia y falta de formación, etc., con el objetivo de acercarlos al Partido, educar y formar en el marxismo-leninismo a los elementos más destacados, para garantizar de ese modo la constante renovación de la organización de vanguardia. La juventud comunista es, por lo tanto, una escuela del Partido.
Pero, para trabajar entre los jóvenes, es preciso acercarse a ellos, conocer sus inquietudes y reivindicaciones, trabajar codo con codo con ellos para organizar sus intereses culturales, sociales y políticos. Y con las características de la juventud actual, sometida a unas durísimas condiciones que dificultan hasta el extremo el desarrollo de un proyecto vital propio, es preciso adoptar la necesaria flexibilidad táctica que nos permita ligarnos a ella, recurriendo, cuando lo consideremos necesario, a la realización de actividades prepolíticas, que fomentan el espíritu colectivo y facilitan la relación entre los jóvenes comunistas y sus compañeros; respetar la impulsividad juvenil, favoreciendo que los jóvenes asuman responsabilidades en la ejecución de las tareas; e ir formándoles conforme a las características del momento y del lugar. Se trata, en definitiva, de adecuar la formación política al ritmo propio de los sectores juveniles, ser firmes en la defensa de los principios que conforman una organización de clase y flexibles en el trabajo con los jóvenes y enseñar con el ejemplo la disciplina, el respeto a la dirección colectiva y el análisis colectivo de las tareas, etc.
Acabamos de sufrir el ataque de un pequeño grupo de liquidadores antipartido, entre los que se encontraba una parte importante de los cuadros de la juventud, que venían actuando desde hace tiempo justo al revés de como debían, convirtiéndose en un núcleo de “teóricos diletantes” abrazados a la teoría de moda, entretenidos en sus disquisiciones, abusando de una formación libresca, y aislados de la juventud y en particular de la juventud trabajadora.
No está de más recordar de nuevo el informe al CC de octubre: «Desde hace meses, la JCE (m-l) iba abandonando paulatinamente su carácter de escuela de cuadros y militantes del Partido, para transformarse en un núcleo sectario, trabado con relaciones personales y dirigido por quienes se veían a sí mismos como infalibles teóricos.
En lugar de un organismo vivo, abierto a los jóvenes, a sus problemas y esperanzas, la JCE (m-l) se transformó en un club de debates virtuales, coordinado con núcleos de otras organizaciones juveniles del campo revisionista que, con parecidas formas de actuar, han ido agrupándose, unidas por la misma concepción antileninista de la política y la organización. La labor entre la juventud trabajadora, más allá de las declaraciones, era prácticamente inexistente. La mayor parte del esfuerzo de la organización se dirigía al campo estudiantil, y aun éste era limitado y cicatero».
En lo sucedido cabe una gran parte de la responsabilidad a la dirección del Partido, que hemos permitido con nuestra ausencia del debido control ideológico el que pudieran corromper, como lo han hecho, a la JCE (m-l). Bien es verdad que hasta el final no enseñaron claramente sus cartas, pero la desidia e inactividad de algunos núcleos (Madrid, por ejemplo), la ausencia de planes reales de trabajo y el formalismo libresco de los dirigentes liquidadores, que llevó a que el Comité Ejecutivo rechazara el documento presentado por el Secretariado de la Juventud para este Congreso, porque no pasaba de ser una suma de “lugares comunes” y declaraciones formales sin contenido, debieran habernos avisado hace mucho tiempo de lo que sucedía .
En el Informe al CC de octubre decíamos también: «Es cierto que en la promoción de cuadros se ha cuidado poco el sentido de clase, apuntando con preferencia a militantes de “relumbrón”, de hablar fácil, “con tablas”, pero (a la vista está) incapaces de aguantar la presión ideológica cuando el viento sopla de cara. Hemos descuidado también la formación, pretendiendo que los debates sobre cuestiones livianas con la perspectiva “juvenil” de los problemas cubriesen la formación en el marxismo-leninismo. Se ha llegado a encubrir a dirigentes que sistemáticamente se ausentaban de las reuniones de los organismos de dirección, convencidos como estábamos de que mantenían responsablemente el control de la organización […] lo que nos toca es cerrar la herida, agrupar al Partido y a la Juventud para pasar a la ofensiva ideológica, política y organizativa. Recuperar, ya libre de lastres, el trabajo político que ha situado a nuestro Partido y a su Juventud como una referencia para muchos comunistas».
Necesitamos con carácter perentorio reforzar la Juventud Comunista de España (marxista-leninista), conformar una dirección con espíritu de clase, que trabaje organizadamente para consolidar núcleos de jóvenes en todos los regionales, que nos acerque a los jóvenes trabajadores, impulse su iniciativa y avance en la formación de sus elementos más conscientes en el marxismo-leninismo.
No podemos esperar más para convocar una conferencia de militantes jóvenes que nos permita poner en marcha esta tarea y reforzar la JCE (m-l), libre ya de la influencia perniciosa de los oportunistas que han intentado liquidarla.
No es verdad que los jóvenes estén al margen de la política y de la organización; sí lo es que valoran poco las organizaciones políticas (y nadie puede reprocharles esa actitud, habida cuenta de las lamentables experiencias que han vivido). Pero son jóvenes quienes han formado los grupos más combativos en las manifestaciones y movilizaciones de estos años (su presencia en los piquetes durante las huelgas generales fue destacada por todos); son jóvenes los que en los barrios obreros se agrupan en comités contra el fascismo o participan activamente en las movilizaciones estudiantiles; son jóvenes que trabajan en jornadas agotadoras, por salarios de miseria y con contratos precarios en extremo, los que, las más de las veces sin estar sindicados, intentan coordinarse y organizarse para ser más efectivos en la defensa de sus derechos, buscan entender las causas de su situación y, sobre todo, encontrar respuesta a sus reivindicaciones colectivas, como clase. Y cuántas veces no han encontrado en nosotros doctrinarios librescos que pontifican sobre los males que viven cada día en sus propias carnes, pero no han sabido transmitirles la experiencia necesaria ni aportarles los instrumentos organizativos que les permitan mejorar sus luchas.
Hoy les llega un mensaje insistente: no es precisa la organización, la organización anula al individuo, la ideología paraliza y desune, lo colectivo se defiende mejor sumando de uno en uno los intereses individuales y no es necesario comprometerse más allá del voto para elegir a quienes te representan en las instituciones burguesas. Mas, ¿qué cabe esperar en la lucha por los derechos y libertades de todos, de quien no es capaz de sujetar su opinión y su actividad al criterio de otros? No, la organización, el esfuerzo militante y la disciplina, son imprescindibles no solo en términos de eficacia, sino en lo que tienen de compromiso personal, en la medida en que educan a nuestra clase para la lucha.
Frente a las modas antipolíticas que ensalzan la dispersión y la “espontaneidad” del movimiento, debemos recuperar el orgullo de la militancia. Nuestro trabajo es consciente, nuestros esfuerzos colectivos tienen un objetivo: compartimos con nuestros camaradas la tarea de liberar al ser humano de la esclavitud capitalista, no hay nada más grande que eso. Pero los jóvenes comunistas no son una élite intelectual aislada de la gente, sino luchadores de vanguardia que comparten con sus compañeros la lucha y se esfuerzan por educarse en el conocimiento del método dialéctico para entender el mundo, analizar las circunstancias concretas y actuar con eficacia para cambiarlo de raíz. No hay tarea más grande que esa.
En los sectores más precarizados (comercio, teleoperadores, hostelería, etc.) hay miles de jóvenes prácticamente desatendidos. Las agrupaciones de jóvenes de los grandes sindicatos de masas tienen, en muchos casos, problemas para intervenir en ellos; esta debe ser una prioridad de nuestro trabajo entre los jóvenes. Pero también hay que dirigirse a los grupos antifascistas que despuntan en muchos barrios obreros y que, en muchos casos, suplen con un voluntarismo y combatividad encomiable su falta de preparación. No podemos despreciar su esfuerzo: en un tiempo en el que la oligarquía azuza el fascismo rampante, la respuesta de los jóvenes organizados en estos grupos es una muestra de instinto de clase, sin el que es imposible formar un comunista.
El golpe de los liquidadores nos ha enseñado nuestros errores y ha fortalecido a los camaradas jóvenes. Se trata, a partir de ahora, de poner en marcha las medidas necesarias para reforzar la JCE (m-l), recomponer su dirección y trabajar firmemente coordinados con el Partido. Necesitamos reorientar el estilo de trabajo: priorizar nuestro contacto con los jóvenes trabajadores, respetando y fomentando su combatividad y sus formas de organización naturales. El trabajo de formación no puede estar separado de la acción política; la formación no está solo en los libros, la práctica es esencial para educar a los jóvenes en la lucha política.
Si la crisis golpea con fuerza al conjunto de la clase trabajadora, los golpes alcanzan con particular dureza a las mujeres y a los jóvenes. El desempleo, subempleo, desmantelamiento de servicios públicos (precisamente aquellos más feminizados), privatización al ámbito doméstico de las tareas de cuidado y atención a las personas dependientes… Todas estas tendencias, que agrava la crisis capitalista, refuerzan la división sexual del trabajo, los recortes salariales y en los derechos laborales, y se ceban en lossectores menos organizados y, por tanto, con menor capacidad de respuesta sindical, que son también aquellos en los que trabajan mayoritariamente mujeres y jóvenes.
Por otra parte, la reacción conservadora en materia de salud reproductiva en el Estado español se da en una coyuntura en la que, ahora más quenunca, la maternidad forzosa constituye un factor de riesgo de exclusión social evidente yla desnutrición infantil es una realidad insoslayable, consecuencias que golpean con particular virulencia a las mujeres trabajadoras. Ante esta situación, no hay posibilidades de cambio sin pensar en una lucha revolucionaria que no solamente ponga límite a esta discriminación objetiva que impone el capitalismo, sino que logre su superación y cree las condiciones para construir un modelo alternativo, socialista.
Una de las características de las corrientes burguesas, lo hemos señalado en otras ocasiones, es su tendencia a la dispersión: no se proponen objetivos comunes y, por tanto, no conciben la organización como un todo que aglutina y encauza los intereses parciales en un sentido de clase común a todos, sino como su suma dispersa. Por ese motivo, aunque defienda reivindicaciones en muchas ocasiones justas, el feminismo burgués que reniega de las posiciones de clase, es fácilmente asimilado por la ideología capitalista dominante. Y la integración en la ideología dominante de este feminismo devaluado, mutilado de su imprescindible dimensión de clase, está rindiendo bien pagados servicios a un imperialismo criminal que lo utiliza para reforzar sus intereses y desviar al proletariado de sus objetivos[4].
Sin embargo, la lucha de las mujeres no es ajena a la lucha de clases y, por tanto, la lucha de las trabajadoras forma parte del combate por la revolución. La lucha contra el capital es la lucha contra las divisiones que el capital nos impone, que reproduce la injusticia en nuestro seno y nos impide plantear la ruptura contra el capitalismo. La clase trabajadora tiene sexo, raza y nación, pero: «confundir la estructuración que el capital hace de nuestro trabajo, con la organización de nuestras luchas es un claro camino hacia la derrota» (Federici, 2013).
Por ese motivo, la gravedad de los ataques que está sufriendo la clase trabajadora, y específicamente las mujeres, hace urgente la discusión y la superación de la fragmentación de las luchas a través de una teoría y una práctica que, sin romper la unidad de acción de la clase trabajadora, sea capaz de integrar plenamente la diversidad de ejes que actualmente nos dividen y desmovilizan en la lucha radical contra el capitalismo como un modo de producción aberrante e inhumano, que profundiza en la división de género, raza, etc.
La emancipación de las mujeres no podrá realizarse en el seno del capitalismo. Un feminismo consecuente no puede encontrar consuelo en la igualación formal de oportunidades de las mujeres en la esclavitud salarial, sino en la superación del capitalismo hacia un modo de producción en el que las capacidades creativas de la humanidad estén al servicio de las necesidades humanas y no de la maximización del beneficio de los capitalistas.
Esta es, sin embargo, una tarea a la que no hemos prestado hasta ahora la debida atención, por lo que en el trabajo domina el punto de vista formal del feminismo burgués.
En la práctica, pues, tenemos que organizar el trabajo de la mujer, recogiendo también las conclusiones del debate en la CIPOML, y no quedarnos en una declaración de principios o un simple análisis abstracto de la situación. Tenemos que comprometernos en la realización de un programa y en un plan de trabajo sobre la mujer que ponga en marcha la lucha por la igualdad y su incorporación a la lucha revolucionaria contra el capitalismo y por el Socialismo.
Celebramos nuestro III Congreso en un tiempo de gran confusión ideológica, pero en el que también es más evidente para todos el origen de los gravísimos problemas que enfrentan los trabajadores, lo que facilita que nuestra política pueda llegar a, y sea comprendida por, los sectores más lúcidos del proletariado.
Tenemos por delante, como decimos, un periodo de duro combate ideológico, pero rico en experiencias, en el que deberemos afrontar tareas que a veces puedan parecer que superan unas fuerzas limitadas como las nuestras, pero que realmente nos pueden permitir dar un salto cualitativo como organización de vanguardia. Esta es una breve enumeración de las principales tareas que tenemos por delante.
- Como venimos insistiendo en el Informe, la primera tarea que debe enfrentar el Partido es la de reforzar su organización en todos los sentidos (orgánica, ideológica y políticamente), su ligazón con las masas y redoblar su esfuerzo por llevar adelante la táctica unitaria.
Para reforzar el Partido, necesitamos velar por la dirección colectiva a todos los niveles, prestar una atención especial al análisis político de las situaciones concretas a las que los comités y células tiene que dar orientación y respuesta en el ámbito donde desarrollan su trabajo.
La dirección colectiva es primordial para asegurar la orientación a la hora de encarar las tareas que nos vayamos proponiendo y establecer las prioridades de nuestro trabajo. En este sentido, debemos combatir el “activismo” sin sentido y el trabajar entre las masas renunciando a la lucha ideológica. Como ya sabemos, ambas posturas beben de la misma fuente y sólo pueden ser superadas a través de la implicación de todos los militantes en la correcta priorización de las tareas de cada organización del Partido. La lucha ideológica se debe hacer entre las masas, sin aislarnos, pero teniendo muy en cuenta cuál es nuestro objetivo táctico en la época actual.
Por otro lado, debemos asegurar la mayor fluidez posible de información entre las organizaciones, tanto de base como de dirección, basándonos en el centralismodemocrático y en una escrupulosa dirección colectiva, que asegure el correcto desarrollo de las tareas que nos hayamos propuesto como partido.
Para ello, es determinante reforzar el funcionamiento leninista del partido, esto es: máximo respeto a los cauces orgánicos. Expresar las opiniones en los organismos de militancia, para que éstos crezcan en solidez, sin ocultar los debates que se puedan ir dando dentro de nuestra organización, es no solo un derecho sino un deber de los militantes del Partido a todos los niveles; pero abrir debates al margen del organismo de militancia solo sirve para generar una atmósfera de diletantismo que favorece objetivamente la labor de los oportunistas y abre el partido a la influencia de la ideología burguesa.
Es en este sentido en el que debemos entender el papel de la disciplina comunista, como un compromiso consciente, adaptado a la realidad de nuestra militancia y que sepa dar a cada uno su lugar de combate. Como bien sabemos, la disciplina debe ser autoimpuesta: se aprende y se comprende, no se impone de manera cerril y torticera; y para ello es fundamental la formación del militante, tanto en la teoría como en la práctica diaria.
- Formación: Reforzar el Partido ideológicamente requiere dedicar una particular importancia a la formación, especialmente de los jóvenes militantes, que son el elemento clave a la hora de encarar el futuro.
Los últimos acontecimientos que hemos vivido han puesto de manifiesto la trascendencia que tiene para un partido comunista tener militantes formados, que no se dejen embaucar por tal o cual corriente oportunista de moda. En este sentido debemos entender la formación de manera dialéctica, es decir, ni “libresca” ni “pragmática”, sino respetando la necesaria combinación entre la teoría y la práctica de la que hablaba Lenin.
- La propaganda del Partido tiene que ser un arma eficazmente utilizada para reforzar el Partido, lo primero con el estudio y debate colectivo en nuestros organismos de militancia del periódico Octubre y de los distintos materiales de la CIPOML, analizar también la forma y sitios de distribución y posible organización del debate con compañeros próximos, analizar qué intervención tenemos que hacer en nuestro ámbito y plasmarlo tanto en hojas como en notas para el periódico y las páginas web, aprender a utilizar más y mejor las redes sociales que permitan difundir nuestras posiciones, pero de forma controlada para que no sean foco de debates estériles, virtuales y en ocasiones el lugar para el desfogue anárquico de opiniones individuales. Los cambios efectuados en la web del Partido deben permitirnos mejorar la propaganda y aumentar la agilidad en la información. Y para ello se va a requerir una mayor implicación de las organizaciones en su elaboración y desarrollo, de acuerdo con el plan de propaganda elaborado en su día por el CC del Partido.
- Para reforzar el Partido tenemos que tener en cuenta también la necesidad de financiarnos con algo más de holgura, para poder hacer frente a nuestras tareas internas, nacionales e internacionales. Poner en primer plano el artículo primero de los estatutos que entra en colisión total con la diluyente idea de organización que plasma PODEMOS según la cual, para ser afiliado basta con darse de alta en el listado informático y no es necesario abonar una cuota, ni tener organismo de militancia, ni compromiso alguno.
- Otra labor fundamental y prioritaria que debemos acometer es la de impulsar la JCE (m-l) y dar forma lo antes posible a un equipo de dirección ligado al Partido, que acometa la tarea de organizar y desarrollar el trabajo entre los jóvenes, aplicando las orientaciones que se apuntan en este informe. Un equipo de dirección que debe reforzarse en base a una correcta formación como comunistas y posterior promoción de cuadros con conciencia de clase.
Para ello, se propone la realización de una escuela de formación que nos vaya dando la perspectiva de lo que es una juventud comunista, es decir una organización con independencia orgánica y flexible a la hora de encarar el trabajo, pero que no olvide nunca que es la escuela de cuadros comunistas del partido. A este respecto, hemos de considerar prioritario pegarnos a la juventud trabajadora comprendiendo la situación actual en la que viven los jóvenes trabajadores, caracterizada por una gran tasa de paro y una alarmante precarización de las condiciones laborales, factores que dificultan objetivamente su acceso a la organización.
Por eso, para acercarse a los jóvenes, debemos valorar la aplicación de planes de trabajo que acometan la realización de actividades prepolíticas que favorezcan la creación de lazos colectivos y faciliten la organización. En este sentido proponemos valorar la recuperación de los campamentos estatales de la juventud antifascista, antiimperialista y republicana, que tan buenos resultados han dado.
Por otro lado, también debemos facilitar el impulso de Jóvenes Republicanos, como organización de masas que nos permita ir reagrupando y ampliando nuestro entorno con jóvenes que no conocen aún la ideología marxista leninista, pero sí comparten la necesidad de superar el régimen monárquico y combatir al fascismo. Se debe tener claro que el desarrollo de ambas estructuras no debe entrar en contradicción, y por ello habrá que estudiar las condiciones específicas de cada lugar para poder encarar el trabajo con perspectivas adecuadas, dando alternativas realistas de organización a la juventud y combatiendo la actual dispersión que viene sufriendo
- Otra tarea prioritaria que, pese a los indudables avances realizados, tenemos que mejorar claramente, es la intervención del partido en el Movimiento Obrero, en la línea del documento específico que se ha presentado y teniendo en cuenta la necesidad de limpiar, de manera urgente y decidida, los sindicatos de masas de los dirigentes corruptos y colaboracionistas, para que jueguen el papel de sindicatos de clase que tanto necesitan los trabajadores en la actual situación de liquidación de derechos laborales.
Enfrentamos también momentos difíciles en los que se pone en cuestión la necesidad de organización independiente que tienen los trabajadores. Pero, como señalamos en este informe y en los documentos del Congreso, tras el ruido generado por las corrientes pequeño burguesas, volverá a quedar clara la prioridad de que el proletariado canalice la defensa de sus intereses a través de organizaciones independientes.
Somos un partido de clase y, por ello debemos dar prioridad al trabajo entre la clase trabajadora. Los sindicatos son necesarios, son el primer contacto de los trabajadores con la organización, instrumentos que contribuyen a disciplinarles, acostumbrarles a establecer prioridades, a sujetar sus criterios individuales a los colectivos, adquirir compromisos, etc.
Por eso mismo, el reforzar los sindicatos y las organizaciones de masas donde los trabajadores articulan sus luchas es fundamental. Y dentro de estas organizaciones, hoy controladas por el oportunismo de derecha, debemos trabajar por la constitución de corrientes de clase donde no existan o el refuerzo de las que ya existen.
- El próximo es un año de elecciones. La burguesía ha apostado el mantenimiento del régimen a crear entre las masas la esperanza de que todo va a cambiar a partir de ellas, con la consolidación de una nueva alternancia en el Gobierno una vez se confirme la caída en votos del bipartidismo actual. Parecida ilusión sirvió al PP, en las elecciones generales de 2011, para asegurar su victoria. Y ya sabemos los resultados. Aunque hay sectores que intuyen que controlar el Gobierno no es tener el poder del Estado, lo “original” de la apuesta de PODEMOS, a la que los medios de manipulación de masas presentan como una fuerza al margen del sistema, puede animar a mucha gente a depositar una vez más su esperanza en que votándoles cambie algo.
El que, como comunistas, trabajemos por la superación revolucionaria del capitalismo, que sepamos que únicamente un régimen proletario, socialista, con una economía planificada y socialmente controlada puede garantizar un desarrollo armónico de nuestro país y acabar con las contradicciones sociales, nacionales y políticas que provocan su crisis permanente, no quiere decir que no apostemos por un Frente Popular que sume también los esfuerzos de los sectores de la burguesía interesados en una mayor democracia, un mayor control público de la economía y en la regeneración política. Ese objetivo tiene un nombre: República.
La pequeña burguesía nos dice que la República es un objetivo secundario, que el cambio se puede producir a partir de los instrumentos e instituciones políticas de la monarquía continuista y únicamente se trata de conquistar las instituciones para que el poder caiga como fruta madura en manos del pueblo; otros, los radical-oportunistas, nos recuerdan contínuamente aquella frase de Marx: «cada paso del movimiento efectivo es más importante que una docena de programas», que sirvió, sacada de contexto, a los oportunistas economicistas de principios del siglo XX para desviar al proletariado de la lucha por objetivos políticos. De esa forma, ambas corrientes llegan por distintos caminos a la misma conclusión de renuncia a dar una perspectiva de ruptura a la unidad frente al régimen en descomposición.
Nosotros sabemos que el poder no se gana con votos, se conquista; pero también sabemos que una de las principales tarea de los comunistas es hacer que el pueblo distinga la verdad de la falsedad en la lucha política. Precisamente por eso, para que las masas puedan ver con claridad el verdadero carácter de clase de las Instituciones burguesas, nosotros no podemos evadirnos de la actividad en el Parlamento y en los Ayuntamientos, porque la no participación de los comunistas en las instituciones supone desechar sitios donde expandir nuestra agitación revolucionaria, donde llevar propuestas del pueblo, aunque sean sistemáticamente rechazadas, donde podamos denunciar, en base a hechos concretos, el carácter reaccionario y antipopular de dichas instituciones.
Los comunistas debemos exigir a los ayuntamientos, como a las demás instituciones, la resolución de los problemas que afectan al pueblo, incluidos temas como el paro, la educación, la sanidad, el control de las fuerzas de orden público, etc., aunque los reformistas nos recuerden que no son competencia de estas instituciones. Nosotros no debemos aceptar las normas establecidas que no correspondan a los intereses del pueblo y tenemos que utilizar las que sí lo hagan. Y todo ello bajo el criterio de propagar entre las masas, de hacer llegar a amplios sectores populares nuestros objetivos y alternativas.
Debemos continuar desarrollando nuestra apuesta táctica por la unidad de la izquierda en torno a la ruptura con el régimen monárquico como eje fundamental. Sus instituciones, las fuerzas políticas que lo sostienen y su misma estructura política están claramente deslegitimados ante las más amplias masas. Hay que seguir golpeando a la oligarquía y sus pilares para abrir expectativas de cambio radical frente a la podredumbre heredada del franquismo.
Y, de cara a las próximas citas electorales, se abrirá sin duda un periodo de mayor fluidez en el debate, en el que podremos intervenir de manera abierta junto a otras fuerzas de izquierda que coinciden en esta reivindicación esencial.
- Debemos, también, reforzar la Federación Republicanos, como señalábamos en el apartado de Unidad de la Izquierda y Frente Popular. El trabajo para la conformación de Plataformas unitarias y de ruptura en las próximas elecciones locales y autonómicas, nos puede permitir en algunos lugares llevar a la práctica la propuesta de Frente Popular que venimos propugnando y que el ruido de las corrientes “ciudadanistas” ha ocultado estos meses. Y, en esta tarea, el papel de RPS puede ser muy importante.
En primer lugar, hemos de entender que una cosa es trabajar en los frentes siendo flexibles y comprendiendo la variedad de éstos. Y otra muy distinta, diluir la organización clave para nuestra táctica en una corriente desclasada y ambigua, como la que pretendían imponer algunos que defendían posturas ciudadanistas dentro del partido. Curiosamente, estos elementos fueron los que posteriormente lanzaron el ataque fraccional que hemos sufrido.
En segundo lugar, es necesario comprender que es de vital importancia reforzar Republicanos sin que esto entre en contradicción con el desarrollo del partido. Ya que a través de RPS podremos llegar a las masas, trasladándoles nuestras propuestas políticas de unidad popular, pegándonos a sus necesidades, sin que esto signifique ponerse a su zaga y facilitar al mismo tiempo el establecimiento de acuerdos unitarios con otras fuerzas de izquierda.
Para lograrlo, es necesario no bloquear el desarrollo de una estructura de dirección propia con cuadros populares no comunistas, permitiendo el crecimiento de RPS como organización, respetando su propia dinámica y comprendiendo que muchas veces se ha estancado por nuestra propia incomprensión al respecto.
Por otro lado, durante el desarrollo de la lucha contra los liquidadores que se valieron de RPS para llevar a cabo su política contra el Partido, algunos compañeros muy valiosos de la Federación se han apartado de la actividad diaria: debemos recuperarlos también, lo mismo que a contactos abandonados, para ayudar a la Federación a reforzar su propia estructura de dirección en los distintos territoriales.
En definitiva, es posible que la conclusión de esta fase de lucha política, en la que la cuestión electoral va a ser determinante, sea la consolidación temporal de la alternativa dispersa, desideologizada y apolítica que defienden las corrientes pequeñoburguesas y que, por tanto, la aparente unidad popular basada en el interclasismo, el apoliticismo y la dispersión que representan muchas de las Plataformas “ciudadanas”, particularmente en las grandes ciudades y Comunidades Autónomas, supongan un paso atrás en el camino hacia la Unidad de la izquierda. Pero, precisamente por eso, si esta situación se da, será más necesario que exista una plasmación activa y viva de la táctica política de nuestro Partido. Y esa plasmación es RPS.
- Por último, precisamente debido a la gran dureza que hoy adquiere la lucha ideológica y política en España, hay militantes que pueden llegar a rechazar el trabajo con quien no acepte plenamente la ideología comunista, consideren superfluo conseguir un avance, aunque sea pequeño, en la lucha de masas y se recojan, esperando tiempos mejores, limitándose a la divulgación en estrechos círculos de los principios marxistas sin aplicación a la realidad, o a reflexiones generales sobre la situación. De esa manera, coincidirían plenamente con el reformismo en el abandono de la lucha de masas y harían abstracción de una realidad social que desconocen, porque están fuera de ella.
Debemos luchar sin concesiones contra esta tendencia, reforzar nuestro trabajo entre las masas, implicándonos en sus luchas cotidianas y dando ejemplo de la importancia de la organización en la consecución de victorias, aunque sean parciales y limitadas. En definitiva, como señalábamos en el informe al CC de octubre pasado, «el refuerzo de la vida militante y de la organización del Partido [no debe suponer que nos abandonemos] al ensimismamiento de justificar la necesidad del Partido en su propia existencia. Queremos ser el instrumento del proletariado para dirigir la revolución y como tal seremos útiles a esa tarea solo si sabemos responder a nuestras responsabilidades para con nuestra clase».
Camaradas: Vienen tiempos duros para nuestra clase, pero al mismo tiempo apasionantes, porque el recrudecimiento de la lucha de clases tiene causa en una crisis del capitalismo imperialista que confirma la imperiosa necesidad de superarlo para acometer los desafíos a los que hace frente la humanidad. Es esta evidencia la que está acercando a la lucha revolucionaria a millones de trabajadores que no tienen nada que perder, salvo sus cadenas y hace más necesaria que nunca la existencia de una organización de vanguardia capaz de dirigirla.
Hemos aprendido de quienes nos precedieron en la lucha, de quienes forjaron los destacamentos proletarios que “tomaron los cielos por asalto”. Y de este Congreso vamos a salir aún más decididos a recoger su testigo.
Frente a la ideología burguesa: ¡Viva el marxismo leninismo!
¡Viva el PCE (m-l)!
[1] Durante la crisis, el número de ricos en España aumentó un 11,6% sólo en 2013, hasta 161.400 personas, mientras que desde 2008 la cifra de aquellos que poseen un patrimonio líquido superior al millón de dólares ha crecido un 27 %, según recoge el informe anual sobre la Riqueza en el Mundo, publicado por Capgemini y RBC Wealth Management. Las 20 mayores fortunas españolas aumentaron su riqueza en 15.450 millones de dólares entre 2013 y 2014 y poseen hoy tanto como el 30% más pobre de la población. Sólo en Latinoamérica y el Caribe el número de personas que acumulan más de mil millones de dólares creció un 38% de 2013 a 2014, el incremento por regiones más alto de mundo (datos tomados del diario 20 minutos e Intermón Oxfam).
En los últimos 19 años, según los datos oficiales del Banco de España, las compañías no financieras han logrado 766.389,6 millones de beneficio neto […] en estos seis últimos años de crisis los beneficios se han elevado a 459.461 millones, es decir un 49,5% más de beneficios que en pleno auge económico (Gara, octubre de 2014).
[2] «…desde 2007, podemos concluir que: 1) el número de entidades se va reduciendo desde 2009, especialmente en el subsector de cajas de ahorros, categoría que prácticamente ha desaparecido en los últimos cuatro años. La creación de SIPs en 2010 y el traspaso de activos a Sareb en 2012 contribuyen a incrementar la concentración; 2) la concentración del sector va aumentando desde 2007 de manera continua […] La inestabilidad del sector va aumentando durante la crisis y el número de entidades se reduce notablemente» (Documento de Trabajo nº 14/23, sobre el sector bancario, BBVA Research, septiembre de 2014).
[3] Un grupo de profesores fue el impulsor, a partir de algunos grupos universitarios (Contrapoder, Jóvenes sin futuro, etc.) del 15M. El grupo tenía un programa, La Tuerka, que se emitía inicialmente por Radio Vallekas y desde hace un tiempo por una emisora de internet ligada al periódico digital Público.es A partir de ese programa, Pablo Iglesias comenzó a intervenir como contertulio en diversas cadenas de televisión: Intereconomía, 13, etc. y, particularmente, en La Sexta y Cuatro. Pasó a ser bastante conocido en los medios.
En enero, diversos sectores, nucleados en torno a este equipo de profesores, propusieron la posibilidad de participar en las elecciones europeas. Al proyecto se unió IA (los trotskistas de la antigua LCR, que adoptaron ese nombre tras abandonar IU, donde formaban una corriente denominada Espacio Alternativo). Aprovechando la descomposición del régimen, la tensión social acumulada, etc. vieron que tenían posibilidades de sacar algún diputado aprovechando el “tirón” de Pablo Iglesias, que por entonces era ya una persona muy conocida porque salía prácticamente a diario en los canales de televisión.
[4] Sirva como ejemplo de lo que decimos, la campaña de Amnistía Internacional que recorrió Europa y EEUU en 2002, pidiendo mensajes de apoyo en la web para «salvar a Amina Lawal» (una mujer nigeriana condenada a muerte por haber tenido un hijo fuera del matrimonio) de la lapidación. Esta campaña coincidió curiosamente con una importante ofensiva diplomática de EEUU (previa a la invasión de Irak en 2003), dirigida a lograr la salida de Nigeria de la OPEP, que pactaba la cuota de producción de cada país miembro, y asegurar así una mayor producción de petróleo que asegurase los intereses de las grandes potencias imperialistas.