Por Marcial Tardón | Octubre nº 90
Después de las elecciones municipales, algunos pensaron que sería factible extrapolar la experiencia de las llamadas mareas o «alcaldías del cambio» al ámbito nacional, para intentar expulsar al PP de La Moncloa. Dicho experimento no funcionó, en primer lugar por la falta de objetivos políticos claros y en segundo lugar porque el actor principal que había articulado el anterior proyecto (Podemos) se había convertido en una parte del sostén del sistema monárquico heredado de la Transición y ya solo le preocupaba (como a «la casta» a la que tanto había criticado) alcanzar el poder a cualquier precio.
En este panorama surge la iniciativa llamada en principio “Ahora en Común” y que posteriormente se convirtió en “Unidad Popular”. La misma contó con el beneplácito e impulso de IU, que veía en su constitución una tabla de salvación a sus múltiples problemas, incluidas las peleas cainitas dentro de su seno. No la concebían como un espacio sincero de construcción de verdadera unidad popular, que aunara a todos los sectores populares, tanto políticos, sociales, sindicales, culturales, etc., que habían sufrido el castigo del bipartidismo y del régimen en sus propias carnes, y solo planteaban la ruptura y la República de manera formal.
Por lo tanto, el proyecto nacía con un importante déficit de concepción política, pues la mayoría de sus impulsores estaban encadenados por un lado al mero electoralismo y por otro a la corriente “ciudadanista”, que tomó cuerpo en Podemos y que había devorado como un cáncer los órganos de las estructuras políticas de los partidos políticos de izquierdas, así como de las organizaciones sectoriales que habían estado en la lucha diaria (desahucios, educación, sanidad…). Fruto de todo ello fue la elaboración de un manifiesto inicial que, con su deliberada ambigüedad, no decía nada con la pueril perspectiva de atraer a su entorno al mayor número de personas.
A pesar de esta actitud nefasta para los intereses de las clases populares, a las que decía pretender salvar, y para la organización de clase, en algunos lugares se consiguió hacer un manifiesto propio que iba al meollo del problema. En el mismo se ponía como cuestión central la ruptura con el régimen monárquico, la república federal, y muchas eran reivindicaciones clásicas de la izquierda consecuente que habían sido arrinconadas deliberadamente por puro marketing electoral. Fue una dura batalla ideológica y política y de trabajo cotidiano en asambleas dominadas por aquellos que habían hecho de la claudicación y de la desmemoria su modus operandi. En este combate, la militancia de las organizaciones con posiciones de principio dieron la talla, en una dura pugna, a pesar de estar en minoría frente a electoralistas y “ciudadanistas”, que consideraban estos espacios como campo abonado a sus pobres intereses políticos.
En este nuevo proyecto, Unidad Popular, fiaban gran parte de su funcionamiento en las nuevas formas de trabajo virtuales, arrinconando la rica tradición de debate y discusión que existía en los partidos democráticos. Se sustituía ese debate democrático, el trabajo colectivo, la idea de lo colectivo en sí, planteamientos que habían sido válidos en circunstancias mucho más duras que las actuales, por la ficción de la participación telemática, fomentando el individualismo, haciendo de ella un nuevo becerro de oro al cual adoran sobre todas las cosas. Se olvidaban, lamentablemente, del trabajo militante, del trabajo de base, de extender el proyecto por todos los rincones del tejido social, de ir a los lugares donde más necesitados estaban de una voz clara y concisa (fábricas, centros de estudio, barrios obreros, etc.…); de construir unidad popular durante un proceso electoral que lo facilita. También olvidaban que más de un 20% de la población no tiene acceso a internet y a las nuevas tecnologías y otro número importante de personas no conocen, ni manejan, las nuevas herramientas de la información.
A pesar de lo anterior, todo no debe ser considerado negativo. Se debe valorar como un acierto la participación en este espacio, pues ha permitido hacer llegar la voz clara y nítida de muchos militantes y organizaciones que trabajan con sinceridad por sus ideales de cambio social, de justicia y de ruptura democrática, que de otra forma serían más difíciles de llevar. Ha permitido que honrados militantes de organizaciones que han perdido el rumbo oigan una voz fuerte y nítida que puede actuar como faro y les ayude a avanzar políticamente. Ha facilitado llegar, en cierto grado, a las clases populares con un mensaje rupturista y real, que señala la causa de los problemas reales que les aquejan y la solución, una solución real, no basada en elucubraciones y falsas promesas que no se van a cumplir, por mucho que se pretenda asaltar los cielos.
Es cierto que es un trabajo duro, difícil e ingrato, pues hay que nadar a contracorriente, provoca mucho desgaste y en muchas ocasiones somos minoría y no podemos sacar adelante todas las propuestas que sabemos justas y necesarias para solventar los graves problemas que padece España, pero hay que hacerlo, para ir sembrando, y tampoco podemos ser presa del desaliento. Considerábamos necesarias nuestra presencia y labor, por lo anterior y para dar una mínima orientación, toda vez que se cumplían unas mínimas exigencias y postulados que hemos defendido y seguiremos defendiendo contra viento y marea: ruptura democrática con el régimen monárquico y República federal.
El campo de la unidad, de la lucha, no lo podemos dejar a los oportunistas y “ciudadanistas” que la descafeínan y la utilizan para canalizar, sin sonrojo alguno, las ansias de unidad de los sectores más conscientes de nuestro pueblo hacia los brazos de nuestros enemigos de clase y, con ello, sembrar la desilusión entre los sectores populares y, lo que es más nocivo, abrir la puerta al fascismo.
Se avecinan tiempos difíciles, tiempos duros, en los cuales es necesario reforzar los espacios de unidad, los lugares de encuentro, pero (siempre lo hemos dicho) no una unidad a cualquier precio sino en torno a objetivos transformadores; establecer contactos, reforzar lazos, promover coordinaciones lo más estables posible con todas aquellas personas, sectores y organizaciones que no arrían la bandera de la república; aglutinar a todos estos sectores sociales, especialmente la juventud, y políticos sobre un programa de ruptura. Avanzar en la unidad de la izquierda y la unidad popular con tal programa debe ser un objetivo irrenunciable de la izquierda consecuente, revolucionaria.
La victoria no es de los cobardes sino de los valientes que intentan romper las cadenas que atan a su pueblo. Por eso en los momentos cruciales de la historia, y este es uno de ellos, no debemos ser dubitativos, ni timoratos. Tenemos que dificultar, en la medida de lo posible, la nueva transición que llevan a cabo los actores de este nuevo cuatripartito, desenmascararles, al tiempo que echamos los cimientos de una alternativa política unitaria a este régimen.