C. Hermida
Si el origen del fascismo se explica en última instancia por fenómenos económicos (la necesidad para la burguesía de destruir una serie de conquistas laborales y sociales para incrementar la tasa de ganancia), su avance, extensión y difusión se debe a un complejo y diverso conjunto de factores ideológicos y políticos. Aquí nos vamos a referir a una variable concreta: la fascistización de las masas. El fascismo no puede triunfar si previamente a la conquista del poder no consigue una masa crítica de apoyo popular que determine el carácter irreversible del proceso de fascistización en una determinada formación social. Estamos hablando, lógicamente, de sociedades en las que predomina el régimen parlamentario como sistema político.
No estará de más recordar que Hitler llegó al poder tras las victorias electorales de 1932, cuando un tercio de los alemanes votaron a los nazis; es decir, un porcentaje significativo de los ciudadanos había asumido los códigos éticos, los postulados políticos y las formulaciones ideológicas del nazismo. Durante los años de la República de Weimar los nacionalsocialistas desencadenaron una oleada de propaganda que no sólo incluía un feroz antisemitismo y un nacionalismo exacerbado, sino también el desprecio hacia las formas parlamentarias, la consideración del arte abstracto como arte degenerado, la hostilidad hacia la emancipación femenina y la definición de la homosexualidad como una aberración que debía ser castigada. Una parte de Alemania estaba ya nazificada cuando Hitler fue nombrado canciller el 30 de enero de 1933.
En España, el avance de las formaciones políticas fascistas -fundamentalmente VOX, aunque no en exclusiva- corre paralelo a eso que se ha dado en definir como guerra cultural y que básicamente consiste en una ofensiva de la derecha para desbancar a la izquierda de determinadas posiciones en el ámbito de la cultura, del mundo intelectual y de la educación. Se trata, en fin, de conquistar la hegemonía en un terreno en el que la derecha se considera históricamente en situación de inferioridad y que, además, estima fundamental en su estrategia de asalto al poder.
Uno de los instrumentos fundamentales consiste en el deterioro de la enseñanza pública y el fomento en todos los niveles de la educación privada y privada concertada. Como ésta es una competencia legislativa que depende la las Comunidades Autónomas, en aquellas en que gobierna el Partido Popular, como es el caso de Madrid, el proceso está adquiriendo un desarrollo acelerado, pero el objetivo es el mismo a escala general: la desaparición de un modelo educativo que favorece la libertad de cátedra y, en consecuencia, la capacidad de pensar críticamente, y su sustitución por otro fundamentado en la difusión de los valores más reaccionarios. El control de la juventud es, sin duda, una premisa del fascismo para alcanzar el poder.
Junto a la destrucción del modelo educativo público, está la difusión, a través de los medios de comunicación de una panoplia de ideas que tiene como denominador común la defensa de un ideario fuertemente identificado con el franquismo: racismo, catolicismo integrista, antifeminismo, defensa del patriarcado más rancio, anticomunismo, odio al colectivo LGTBI, visión imperial de la Historia de España, etc. Sobre la premisa de que existe una especie de contubernio antiespañol que pretende destruir la esencia de nuestro país, la extrema derecha se ha lanzado a una violenta campaña en la que se apunta a un enemigo múltiple integrado por inmigrantes, izquierdistas y musulmanes, entre otros colectivos.
De esta forma, aprovechando el predominio que tiene en los diferentes medios de comunicación, la extrema derecha y la derecha escorada hacia el fascismo están consiguiendo una extensa base social que incluye a sectores populares amplios, mientras la izquierda se encuentra, hoy por hoy, impotente para hacer frente a esta ofensiva y contrarrestar el argumentario derechista. Lo que parecía imposible hace unas décadas se ha convertido hoy en una dura realidad.
El campo de la Historia es uno de los más afectados por esta corriente revisionista que pone en circulación algunos mitos acuñados en el siglo XIX y otros forjados por el franquismo: la labor civilizatoria de España en América, la Reconquista como forja de la nación española o la II República como un período caótico y turbulento que condujo necesariamente a la guerra civil. Si a partir de la victoria electoral del partido Popular en 1996 un conjunto de charlatanes que jamás habían pisado un archivo se encargaron de esta tarea (los Pío Moa, César Vidal y Jiménez Losantos, entre otros), ahora el relevo lo han tomado hombres y mujeres que ocupan puestos destacados en el mundo académico, ya sea como catedráticos de Universidad, miembros de las Reales Academias o desempeñando cargos en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
El resultado es que la sociedad española está siendo bombardeada por una constelación de bulos, tergiversaciones y desvergonzadas mentiras que cristalizan en un clima de temor, desconfianza, recelo y odio en amplias capas de la ciudadanía, con un objetivo meridianamente claro: negar que los problemas económicos, sociales y políticos están causados por los desajustes del capitalismo, maquillar la monarquía, ocultar la lucha explotadores/explotados como motor de la evolución social, extender la idea de que todos los políticos son iguales y, en consecuencia, defender la necesidad de encontrar la salida en la instauración de formas políticas dictatoriales.
El discurso se completa con un desaforado ataque a las organizaciones sindicales, para desarmar a la clase obrera, privarla de una de sus principales herramientas de lucha y dejarla inerme frente al capital.
La izquierda real necesita reaccionar de manera decidida ante el avance del fascismo. En primer lugar, debe arrojar por la borda toda la fanfarria de la diversidad, que defiende la agrupación de los individuos por su identidad (ecologistas, animalistas, feministas, etc.) y volver a poner el foco en la contradicción capital/trabajo; es decir, en la lucha de clases. Segundo, articular una alternativa política frente a la actual situación, que no puede ser otra que la ruptura republicana, para lo cual es imprescindible organizar a las masas, crear un tejido republicano, y preparar a los trabajadores para la lucha. Y tercero, lanzarse decididamente a la lucha ideológica para reconquistar a esas masas ganadas por el fascismo.
En las elecciones generales de 2023 VOX alcanzó el 13,3% de los votos emitidos, pero en las elecciones europeas de 2024 ha irrumpido con fuerza otro partido de corte similar -Se Acabó la Fiesta-, a lo que debemos de sumar el electorado del PP claramente volcado hacia posiciones fascistas. Estamos lejos, todavía, de alcanzar esa masa crítica que sitúa al fascismo a las puertas del poder, pero las circunstancias tanto internas como internacionales son extremadamente preocupantes.