Por J. Romero
“La escuela filantrópica es la escuela humanitaria perfeccionada. Niega la necesidad del antagonismo; quiere convertir a todos los hombres en burgueses…Ni que decir tiene que en la teoría es fácil hacer abstracción de las contradicciones que se encuentran a cada paso en la realidad…Por consiguiente los filántropos quieren conservar las categorías que expresan las relaciones burguesas, pero sin el antagonismo que es su esencia y que les es inseparable. Creen que combaten firmemente la práctica burguesa, pero son más burgueses que nadie” (Carlos Marx, Miseria de la Filosofía).
Una vez nombrado el nuevo gobierno Rajoy, sus primeras medidas irán dirigidas a cumplir las exigencias de la Comisión Europea de reducción del déficit público en hasta 15.000 millones adicionales, lo que se traducirá en nuevos recortes.
Visto el fracaso del reformismo, sus ideólogos miran hacia Europa como causa y solución de todos los males: no han podido, dicen, cumplir lo sustancial de sus promesas electorales, porque la Unión Europea impide con sus exigencias cualquier reforma. No obstante, su solución vuelve a ser aplicar paños calientes para combatir una pulmonía.
J.C. Monedero, como sus colegas Varoufakis, Paulo Ferrero1, etc., insisten en que la clave está en copar las instituciones de la Europa capitalista para salvar a los capitalistas de sí mismos, y, desde ellas, acometer las reformas que la transformen en un paraíso de ciudadanos libres, capaz de redistribuir los beneficios capitalistas en un mundo azotado por una grave crisis imperialista; un ejemplo de paz, bienestar y solidaridad para el mundo entero.
Así lo expresa el Gran Maestre Monedero, muñidor en la sombra de buena parte de la ideología podemita: «…cuando no tenemos fuerza real para aplicar transformaciones en el ámbito donde físicamente podemos influir…hay que ir haciendo que la gente también entienda que es en los Parlamentos supranacionales donde realmente se pueden cambiar cosas… [para] …en la Comisión Europea, a través de los Jefes de Estado y Gobiernos reunidos, plantear medidas alternativas que puedan ser realmente escuchadas»2.
Trabajadores de Europa: olvidad el objetivo de emancipación, olvidad la lucha, olvidad la organización para llevar adelante vuestra propia liberación como clase. Basta con “crear conciencia” y llevar a las instituciones europeas a intelectuales puros, que apliquen desde ellas una política social progresista. No existen contradicciones de clase, solo políticos corruptos, incapaces de llevar a cabo la única tarea que corresponde a los Gobiernos, a saber: redistribuir3.
La receta es tan vieja e ineficaz como el oportunismo; una mistificación, solo un sueño más de la pequeña burguesía bienpensante, que quiere conciliar un sistema basado en la injusticia, la explotación y la desigualdad, con la imperiosa necesidad insatisfecha de trabajo y justicia social de millones de trabajadores europeos.
La experiencia griega es muy ilustrativa: en apenas año y medio Syriza y su líder, Tsipras, de quien Pablo Iglesias se declara admirador, han traicionado su propio compromiso en el referéndum del 5 de julio del año pasado, firmando una semana después un acuerdo con la troika aún más duro que el rechazado por el pueblo griego en la consulta; ha continuado aplicando desde entonces un programa de recortes brutal (subida del IVA al 24%, recorte de las pensiones, disminución del mínimo exento del impuesto de la renta, privatizaciones, etc) y, tras la reciente remodelación de su gobierno, se prepara para cumplir los nuevos requerimientos de la troika, que exige profundizar el programa de privatizaciones que está dejando el sector público griego en su mínima expresión. Todo ello, con el apoyo de su socio, la formación derechista Griegos Independientes.
Para los comunistas, la cuestión es clara: no es posible modificar desde dentro el Estado burgués, sin destruirlo; menos aún, un bloque como la Unión Europea, cuyas instituciones y estructura tienen la misión de impulsar un determinado modelo económico (el capitalismo monopolista), creando un espacio de libre comercio con las reglas que convienen a las distintas oligarquías nacionales en la medida y hasta donde les permite unificar sus intereses para competir en mejores condiciones en la disputa internacional por los mercados. Y eso implica de suyo, en un marco internacional de pelea encarnizada entre los imperialistas, la destrucción de los derechos sociales y políticos de la mayoría trabajadora. El sueño reformista de los oportunistas, únicamente confunde al proletariado sobre sus objetivos de lucha.
Salirse de la zona euro y de la Unión Europea es, desde luego, una decisión grave que traerá serias consecuencias a corto plazo. Ello es consecuencia de la política aplicada por los diversos gobiernos (y consentida, cuando no apoyada con mayor o menor tibieza por muchos de los representantes institucionales de la izquierda4. Desde principios de los ochenta: han destruido el sector industrial y adoptado toda una serie de reformas dirigidas a adaptar la economía española a las exigencias de la Europa capitalista, lo que la ha debilitado al sujetarse a los acuerdos que adoptan las potencias dominantes en la UE.
Precisamente por ello, esta decisión, tendría consecuencias aún más graves si se pospone, por cuanto las diferencias en la estructura económica de los distintos estados de la UE (entre los países más avanzados, como Alemania y los más débiles como España) tienden a agudizarse, al igual que los desequilibrios internos en el bloque; al tiempo que la imposibilidad de utilizar instrumentos presupuestarios, crediticios y fiscales independientes para afrontar la crisis, agudiza sus dramáticas consecuencias sociales.
Por otra parte, las oligarquías nacionales, que siempre han tenido una actitud ambivalente respecto al proyecto europeo, bien impulsándolo u obstaculizándolo, en la medida en que las nuevas instituciones y reglamentos, favorecieran o no sus propios objetivos, se enfrentan ahora a nuevos problemas, consecuencia de las contradicciones entre los propios capitalistas a la hora de enfrentar la crisis imperialista y los cambios en la correlación de fuerzas entre las potencias.
Eso explica, por ejemplo, que un sector de la oligarquía británica haya apostado por el Brexit: prefieren buscar sus propias alianzas, antes que mantener los lazos con un bloque, hoy debilitado, que la sujeta a la disciplina de alguno de sus principales competidores en la lucha por los mercados (no debemos olvidar que en la UE coexisten varias de las principales potencias imperialistas del planeta).
El gran capital, constituido por holdings que controlan multitud de empresas de los más diversos sectores de producción y servicios, está objetivamente interesado en la eliminación de las barreras y ve con buenos ojos la “globalización”. Pero, la oligarquía necesita atemperar las contradicciones que provoca el librecambio y, de modo particular, evitar la expresión independiente de los intereses del proletariado en términos revolucionarios. Soplan vientos proteccionistas y de refuerzo del nacionalismo. De ahí que, incluso los adalides de la reforma de la Europa Capitalista, tienen que reconocer que «es posible que la UE se rompa en los próximos años, y que se vuelva a una dinámica estrictamente nacional»5.
El libre cambio provoca que un sector de pequeños y medios capitalistas tenga cada vez más difícil el acceso al crédito que permita financiar sus negocios, (capital productivo y capital financiero están cada vez más entrelazados en un proceso ya previsto por Carlos Marx) lo que les coloca como un elemento subsidiario de las grandes empresas a través de una extensa red de contratas y subcontratas. La crisis económica que empuja a la concentración de capital, dificulta su existencia independiente y amenaza permanentemente su estatus social. Todos estos factores y otros, provocan tensiones internas que están alterando el panorama político, incluso en alguna de las principales potencias imperialistas.
Los equipos de campaña tenían perfectamente establecido el mapa electoral, eran capaces de predecir el resultado de las elecciones con semanas de antelación y conocían la correlación de fuerzas entre unos y otros candidatos a representar los intereses particulares de los diversos sectores capitalistas; ahora, fallan estrepitosamente. La democracia burguesa era un proceso perfectamente controlado; ahora, el Brexit británico y la reciente elección de Trump como presidente yanqui, etc, son ejemplos de un proceso en marcha en el que los distintos sectores capitalistas entran en conflicto frente a los rivales. Y todos efectúan ímprobos esfuerzos por atraer hacia sus posiciones a los sectores populares, incluida una parte de la intelectualidad pequeñoburguesa.
Las formas aparentemente exquisitas del juego democrático burgués, se rompen y surgen movimientos que escapan momentáneamente al control del aparato político que, con mayor o menor tensión, pero siempre dentro de un orden, de su orden, garantizaba el equilibrio de fuerzas. En esta pelea, el proletariado es un aliado circunstancial al que cada corriente intenta ganar para su causa, aprovechando las dramáticas condiciones de explotación que sufre.
La UE arrastra hacia la catástrofe a amplias capas de la población; por eso crece la oposición hacia la Europa del Capital y de la Guerra. Pero, el elemento determinante del problema no es la actitud hacia la UE, sino respecto al Estado monárquico. Romper con la UE es, como decimos, una decisión que, voluntaria o impuesta, probablemente haya que adoptar más tarde o más temprano; es cuestión de tiempo. Entre tanto, la Europa de la que nos hablan los oportunistas existe solo en sus cabezas como una quimera; el ámbito real, el que sufren millones de familias, es el de los recortes sociales y políticos, la militarización, el paro, etc.
Pero los intereses del proletariado no son los mismos que los de la burguesía díscola, sino contrapuestos. Los comunistas españoles no debemos alimentar los sueños reformistas de la pequeña burguesía sobre la UE y, por eso, planteamos claramente la necesidad de abandonarla; pero la salida de la Unión Europea debe ir acompañada por un cambio radical en la base económica del Estado español y en la estructura política que le da sustento. Lo contrario sería echarnos en brazos de la oligarquía vendepatrias.
Las medidas que figuran en el programa de ocho puntos aprobado por las organizaciones republicanas en junio de este año son la única garantía para salir de la espiral que nos empuja al abismo: nacionalización de los sectores estratégicos, creación de un sector público industrial y de una banca pública, control estatal del crédito privado, impulso de una política de desarrollo industrial y tecnológico, etc, son todas ellas medidas que chocan con la esencia imperialista de la UE y que requieren, para ser aplicadas, zanjar cuentas, también, con la propia oligarquía española.
La ruptura con la Europa del Capital y de la Guerra, en definitiva, va indisolublemente unida a la ruptura con el régimen monárquico, porque únicamente una República Popular, Federal y Democrática puede sentar las bases para el progreso social de las clases trabajadoras. Y ello, es hoy, por hoy, impensable sin un compromiso entre las diversas fuerzas de izquierda; un compromiso urgente, que exige despertar del sueño ciudadanista.
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(1) Paolo Ferreo, Secretario General de Refundación Comunista de Italia (autoproclamada heredera del PCI eurocomunista de Berlinguer) señalaba, en la entrevista conjunta con Juan Carlos Monedero de la que tomamos varias reseñas en este artículo, lo siguiente: “…“nuestra tarea es la de actuar como cuñas, poniendo sobre la mesa la propuesta de un papel diferente para el Banco Central Europeo que choque con los intereses alemanes pero no directamente con los del capital en general…”
(2) Juan Carlos Monedero, «El papel de la izquierda y el nacimiento de nuevas fuerzas políticas de cambio en Italia y España», entrevista con J.C. Monedero y Paolo Ferrero, publicada por FUHEM.
(3) «El comunismo es algo que se entiende…entre la revolución bolchevique y la caída del muro de Berlín. Ese espacio socialdemócrata lo hemos ocupado nosotros. Pero ideológicamente nos sentimos en un espacio más amplio… El deber del Gobierno debe ser redistribuir». Pablo Iglesias Turrión, «El populismo de izquierda es clave para el cambio». Entrevista en El Mundo.
(4) La posición de muchos de los dirigentes de IU, en relación con la Constitución Europea, por ejemplo, fue cuando menos tibia; la del PSOE socioliberal y los dirigentes de CCOO y UGT abiertamente favorable, a pesar de que en esa norma se sancionaban las reglas, luego ratificadas en el Tratado de Lisboa, que ahora ahogan nuestra economía.
(5) J.C. Monedero, ibidem.