J.P Galindo
De un tiempo a esta parte, cuando se le pregunta a alguien que expresa opiniones políticas afines (radicales e incluso revolucionarias), dónde milita es muy común escuchar la respuesta: «No milito en ninguna organización porque no tengo la formación teórica necesaria y aún no he encontrado una organización que me convenza». Esta situación es un síntoma claro (y muy preocupante) del grado de incomprensión general (incluidas personas con cierta conciencia de clase), respecto a qué es y cómo funciona la organización política.
Creer que la organización política requiere del «aspirante» un nivel teórico previo es entender la militancia como la subscripción a una especie de club elitista, restringido e inaccesible para el común de los mortales. Esta concepción es sectaria de partida, pues interpreta la organización como grupo aislado de las masas inferiores, de las que surgen, de vez en cuando, elementos que espontáneamente han alcanzado el nivel «adecuado» para unirse a la élite.
En lo que respecta a la organización política de los comunistas en concreto, no hay que confundir la citada concepción errónea con el hecho de que El Partido es una organización de cuadros, cuya dirección está necesariamente restringida a un grupo más o menos extenso, entregado a la dirección del movimiento revolucionario. Pero la militancia no se limita a la dirección, ni mucho menos, y cualquier persona, independientemente de su grado de formación teórica, tiene un puesto de combate en las organizaciones del proletariado para la lucha de clases.
La formación, tanto teórica como práctica, y la evolución de nuestra conciencia y habilidades políticas son una parte fundamental de la vida militante. El continuo estudio de nuestros clásicos y el análisis de la actualidad desde la perspectiva marxista-leninista; la reflexión sobre las situaciones que nos encontramos cuando nos acercamos a las masas y de nuestras actuaciones entre ellas, con todas sus consecuencias, son las únicas formas de elevar nuestra formación política e ideológica independientemente del punto de partida de cada cual. Solo mediante esta actividad teórica, basada en la acción práctica real, se puede conectar realmente con los deseos y necesidades (que no siempre coinciden), de las masas trabajadoras y del proletariado en particular y llevar a buen puerto nuestra tarea revolucionaria.
Ahora bien; ¿cuál es nuestra tarea revolucionaria?, la pregunta parece absurda cuando hablamos de organizaciones comunistas. Se sobreentiende que «nuestra tarea» es organizar la revolución; tan simple como eso. Pero, como sabemos quienes verdaderamente hemos puesto manos a la obra, la cuestión es todo menos simple. El camarada Lenin, siempre práctico, ponía el foco en una tarea mucho más inmediata y más tangible que «la» revolución en abstracto; entendiendo la tarea principal de los comunistas como la preparación de las masas proletarias para llevar a cabo eficazmente su dictadura de clase.
En ese objetivo volcó todas sus energías desde el primer día, usándolo como guía para combatir a todos los elementos oportunistas y desviacionistas que trataban de utilizar la organización revolucionaria para obtener puestos de poder individual u oligárquico sobre las masas. Los duros enfrentamientos del camarada Lenin y sus defensores contra corrientes economicistas, anarquistas, reformistas, revisionistas y trotskistas que se acercaron al Partido Bolchevique en sus momentos de auge, tuvieron siempre como eje central la idea de dejar en manos del proletariado su propio destino como clase revolucionaria en el poder, sin más tutelas ni censuras que las de la educación revolucionaria basada en las enseñanzas de los clásicos teóricos y en su propia experiencia.
El camarada Stalin mantuvo en alto esta premisa en las más adversas circunstancias pues, mientras el mundo «civilizado» se hundía en la barbarie nazi-fascista, la educación y la formación política de los pueblos soviéticos no disminuyeron, sino todo lo contrario, asimilando las duras lecciones que la dictadura burguesa les imponía mediante la salvaje invasión nazi y la posterior guerra «fría».
Por eso, el desastre que implica el triunfo del revisionismo sobre la dictadura del proletariado en la URSS y en China, primeras referencias para el proletariado mundial en la tarea de organizar el socialismo y el comunismo, aún no ha sido superado. La sustitución de esas dictaduras del proletariado por los gobiernos oligárquicos de Jrushchov, Mao y sus seguidores representa, aún hoy, la mayor tragedia para nuestra clase y para nuestra ideología.
Nuestra tarea hoy, como comunistas marxista-leninistas, sigue siendo la misma que proclamaron en su día Marx, Engels, Lenin y Stalin; la de sentar las condiciones para que el proletariado, embrutecido, explotado y desclasado alcance la capacidad de ejercer una dictadura de clase implacable, mediante la cual destruya las cadenas que atan no solo al proletariado, sino también a todas las clases populares subyugadas hoy a la burguesía y su dictadura. Esa es la tarea que tiene por delante la organización de los comunistas, y que en muchos casos (demasiados), ni siquiera es comprendida por quienes precisamente se dicen comunistas.
Nuestra organización no requiere de militantes «de élite» aislados de las masas y sus inmensas contradicciones, así como tampoco puede basarse en «mesías» que, estos sí, se mezclan con las masas, pero solo para pastorearlas hacia los objetivos que ya ha decidido previamente de forma unilateral. Nuestra organización necesita ser dual; una minoría de revolucionarios profesionales dedicados a planificar cómo llevar a las masas hacia el poder y, al mismo tiempo, una fuente de agitadores de masas listos para unirse a ellas, a educarlas sin imponerse, y a acompañarlas incluso en sus mayores errores, pues de nada sirve unirse a las masas solo cuando toman el camino correcto, de forma espontánea o temporal, pero abandonarlas cuando se equivocan o dudan.
La mayor y más fundamental de nuestras tareas como comunistas es la educación del proletariado, como clase y sujeto revolucionario para que, una vez tomado el poder, pueda ejercer una dictadura de clase, a su vez, es la única forma de impulsar el avance social colectivo. Con esta «simple» premisa, es decir, con la dictadura del proletariado en acción, la destrucción de la sociedad burguesa, empezando por su posición de poder oligárquico y terminando por sus prejuicios y fetiches sociales, es inevitable. Pero para realizar esa tarea en un futuro cercano es imprescindible que en el presente actual seamos capaces de comprender nuestra organización, sus objetivos y sus medios para alcanzarlos. Este es el único camino de organizar la revolución, el socialismo y el comunismo.
Nuestra organización no debe ser omnipresente, pero nuestros militantes sí deben estar presentes en todos los frentes como les sea posible; agitando, animando y guiando a las masas hacia posiciones cada vez más radicales, más revolucionarias y más incompatibles con la estructura política, social y económica impuesta por la dictadura burguesa. Nuestros militantes no necesitan presentarse ante las masas con el carnet o la bandera del partido por delante, pero sí deben explicar que sus posiciones, ideas y propuestas no son espontáneas ni individuales, sino que provienen de toda una organización dedicada en cuerpo y alma al avance social revolucionario. Nuestra organización no puede imponer sus posiciones (necesariamente mucho más avanzadas y radicales que las de las masas en general), pero nuestros militantes deben ser capaces de señalar el camino que, en su debido momento y con las experiencias necesarias, conducirán a las masas (o aparte de éstas) a comprender lo correcto de esas posiciones.
Nuestra organización no es nada sin sus militantes, así como nuestros militantes no serían tales sin someterse a las estructuras, decisiones (acertadas en ocasiones, erróneas otras tantas), y procesos internos de la organización. Sin comprender todo esto, es imposible realizar nuestra tarea como revoluciones, como comunistas y como marxistas-leninistas.