C.Hermida
El 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre según el calendario gregoriano, adoptado por el gobierno bolchevique en 1918), los obreros y soldados de Petrogrado, dirigidos por el Partido Bolchevique, derrocaron al gobierno provisional de Kerensky y tomaron el poder en Rusia. La Guardia Roja se hizo con los principales edificios gubernamentales antes de lanzar el asalto final sobre el Palacio de Invierno. Las heroicas jornadas de octubre -como las describió el periodista norteamericano John Reed- estremecieron al mundo. Se abrió entonces una nueva época para la humanidad.
Durante años los comunistas y el pueblo de la URSS libraron batallas colosales y alcanzaron en el campo económico, social, cultural y militar avances prodigiosos. Luchando contra la contrarrevolución interna y la agresión de las principales potencias capitalistas, convirtieron al empobrecido y explotado país que heredaron en una potencia mundial de primer orden.
Hasta 1917 la posibilidad de acabar con el capitalismo y construir el socialismo estaba en los libros escritos por Marx y Engels, pero la revolución bolchevique demostró que otro mundo era posible, un mundo sin explotados ni explotadores, un mundo en el que los obreros y los campesinos fueron capaces de ser dueños de su propio destino. Por eso, los hechos de Octubre tuvieron eco en todo el mundo, entusiasmando a los trabajadores y sumiendo a la burguesía en la peor de sus pesadillas.
La revolución que “asaltó los cielos” no fue ninguna casualidad ni un accidente histórico, sino el resultado de una conjugación de factores y condiciones que vino a corroborar los análisis de Marx y Engels sobre la centralidad de la clase obrera en la superación del capitalismo.
Uno de esos factores fue, sin duda, la intervención en la Primera Guerra Mundial. La Rusia zarista no estaba preparada para una guerra moderna. Ni su estructura productiva, ni su Ejército, ni su sistema de comunicaciones pudieron hacer frente a las necesidades materiales que requería el conflicto mundial. Las derrotas en los campos de batalla y la escasez de alimentos provocaron una crisis en el aparato del Estado y un malestar social en aumento. Ese fue el caldo de cultivo que incubó la revolución.
Pero el proletariado no hubiera podido alcanzar la victoria sin la dirección del Partido bolchevique, que llevó a cabo desde sus orígenes una lucha implacable contra el revisionismo y el oportunismo. La batalla que libró Lenin contra el reformismo permitió forjar un partido revolucionario capaz de establecer la táctica y la estrategia correctas que condujo a la revolución socialista.
Los individuos juegan un papel fundamental en el devenir de los acontecimientos históricos. Es cierto que hombres y mujeres actúan en contextos históricos concretos y se encuentran limitados por las estructuras sociales, económicas, políticas y culturales en las que actúan, pero sus cualidades personales son decisivas. Sin Lenin ni Stalin, aun con las mismas condiciones objetivas, la revolución no hubiera triunfado.
Las revoluciones, al igual que las guerras, y otros acontecimientos trascendentales son el resultado de una relación y combinación dialéctica entre condiciones objetivas y subjetivas, entre estructuras e individuos. Interpretar, por ejemplo, que el nazismo necesariamente se hubiera impuesto en Alemania aunque Hitler no hubiera nacido, es caer en una determinismo grosero ajeno al materialismo histórico.
La desaparición de la URSS en 1991, resultado de un complejo proceso económico social y político, en la que se entremezclaron la degeneración burocrática, el revisionismo ideológico y la presión internacional, y que todavía no se ha analizado en profundidad, supuso un durísimo golpe para los trabajadores y los comunistas de todo el mundo, quienes se vieron privados de un referente que daba sentido a su lucha. La burguesía decretó el fin de la historia y una legión de “intelectuales” se lanzó a la tarea de enterrar definitivamente el socialismo y cubrir de lodo la experiencia histórica de la Unión Soviética. Pero el ardor guerrero de los corifeos del capitalismo ha fracasado estrepitosamente. Las crisis económicas que se han sucedido desde 1991 han vuelto a poner de manifiesto la exactitud de los análisis de Marx sobre el funcionamiento del capitalismo, los comunistas no han desaparecido y la Revolución de Octubre sigue presente en la memoria histórica de la clase obrera.
Octubre abrió el camino para lograr la emancipación definitiva de la humanidad de las cadenas de la miseria, la explotación y la alienación. Esa senda sigue abierta y el trayecto estará plagado de inmensas dificultades y sacrificios, pero siempre nos acompañará la luz de aquella revolución que durante décadas hizo realidad los sueños de millones de personas de vivir con dignidad.