A. Torrecilla
Con motivo del 50 aniversario de la muerte del dictador y genocida Franco, el PSOE ha lanzado una campaña institucional destinada a consolidar un relato en el que el Régimen del 78 se presenta como el mejor de los sistemas posibles, al mismo tiempo que silencia la complicidad de las izquierdas institucionales con el fascismo «moderado» que aún hoy sigue actuando cómodamente y con total impunidad dentro los márgenes de la democracia burguesa.
El gobierno no ha reparado en gastos: conferencias, exposiciones, publicación de libros, emisión de documentales… todo un despliegue de agitación y propaganda políticas, en definitiva, con el objetivo de crear opinión respecto a las bondades del Régimen del 78, resaltar los actores políticos interesados y oscurecer todo aquello que pueda enturbiar el idílico relato de la transición.
Lo primero que llama la atención es la fecha escogida para el evento. Celebrar el aniversario de la muerte de un dictador siempre está bien, pero pretender con ello blanquear un Régimen construido, precisamente, sobre los designios del mismo dictador es, cuanto menos, incoherente. El Régimen del 78 es lo que es hoy en gran medida por decisión de Franco. Empezando por la monarquía, restaurada en 1947 por el dictador mediante una ley —Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado— en la que se reservaba el derecho de elegir al monarca que lo sucedería en el poder, y concretada en 1969 con la designación unilateral de Juan Carlos Borbón como su heredero y sucesor político hasta el día de hoy, pasando por las fuerzas armadas, policiales, judiciales y periodísticas que pasaron, de un día para otro, de servir fielmente al régimen fascista a servir con el mismo celo al régimen democrático. Ejemplo paradigmático de ello es el siniestro Tribunal de Orden Público (TOP), disuelto en enero de 1977 mediante un Real-Decreto en el que, al mismo tiempo, se creaba el Tribunal de la Audiencia Nacional con 10 de los 16 jueces del TOP.
Entre las costuras que se le ven a esta iniciativa «memorialista» del gobierno también destacan las ausencias de los afectados por el robo de bebés por la dictadura —y mucho más allá, pues se conocen casos hasta los años 80—, así como de colectivos y organizaciones memorialistas en los actos inaugurales de la campaña. El mensaje, anunciado por el presidente Sánchez, es que «no hace falta ser de izquierdas, de centro o de derechas para mirar con tristeza y terror los años oscuros del franquismo y temer que se repitan, basta con ser demócrata».
Queda claro, pues, que el objetivo es llamar al cierre de filas tras la idea de la democracia en abstracto; esa misma democracia que, bajo la dirección de las burguesías liberales, trató de aprovechar el auge del nazi-fascismo en su favor contra el movimiento obrero, y se derrumbó finalmente como un castillo de naipes devorada por su propia bestia. Y la misma democracia que, desde el exilio español, nunca planteó una amenaza real contra la dictadura, mientras esperaba pacientemente la muerte de Franco, ignorando a los miles de españoles que arriesgaban y perdían la vida luchando contra el fascismo. Esos mártires y héroes del pueblo van a seguir en la oscuridad después de esta campaña propagandística y revisionista del gobierno.
La II República, la Guerra Civil e incluso la dictadura ya solo son apenas una referencia histórica para gran parte de los españoles —nacidos, la inmensa mayoría ya, bajo el Régimen del 78— y el gobierno de coalición «progresista» quiere aprovechar esa circunstancia para reescribir la historia a su medida, siguiendo los principios expresados por el revisionista y colaboracionista P«C»E de Carrillo en su humillante «reconciliación nacional».
Así, el mensaje que se plantea es poco menos que Franco se murió debido a la voluntad de los españoles «demócratas» que se unieron, olvidando sus diferencias ideológicas —y de clase, se olvida de mencionar el presidente—, para poner en marcha una monarquía parlamentaria que, mágicamente, dio un vuelco completo al panorama político del país.
Con esa fantasiosa campaña de distracción se borran las huellas que conectan de forma directa la precariedad, la injusticia social y las graves carencias democráticas del Régimen del 78 con sus raíces franquistas. Vivimos en el mejor de los regímenes posibles, repiten desde el gobierno europeo con mayor tasa de desempleo juvenil, donde la jefatura del Estado sigue secuestrada por la familia designada por Franco, donde los servicios públicos básicos se han convertido en mercancías baratas mientras los presupuestos de guerra devoran la economía nacional, donde las fuerzas de seguridad del Estado no escatiman recursos para infiltrar agentes en movimientos sociales tan peligrosos como el de los estudiantes o la defensa de la sanidad pública, y donde la vivienda se ha convertido un artículo de lujo gracias a la rapiña especuladora sin freno.
Borrar esa conexión entre los problemas de hoy con un pasado dictatorial —no tan lejano—, de donde surgen las lógicas más dañinas de nuestra democracia «ejemplar», es una nueva forma del viejo deseo del «punto final» plasmado en la nefasta Ley de Amnistía de 1977, con la que se ordenaba hacer borrón y cuenta nueva respecto a los crímenes franquistas y que, a día de hoy, sigue sirviendo a su objetivo de proteger a los verdugos de miles de españoles.
Si la pata izquierda del Régimen logra ese objetivo, logrará que la idea de la necesaria superación radical y completa del régimen actual, sin concesiones reformistas posibles, se presente como algo ajeno, exagerado e incluso absurdo ante las masas, mientras que, por el contrario, la idea reformista del «cambio» que nada cambia, del intercambio de cromos parlamentarios y de la espera de la llegada del mesías electoral que asalte el cielo en nombre de los pobres de una vez por todas, será vista como la más lógica y moderada, dado que la estructura, en general, será aceptable, aunque necesite ciertas mejoras puntuales.
Frente a la descomunal maquinaria de agitación y propaganda revisionista del Régimen, nuestra posición como marxistas-leninistas sigue siendo hoy, como en 1975 o en 1978, la misma: la defensa de la verdad, la justicia y la dignidad de quienes lucharon y murieron tratando de impulsar la necesaria ruptura con el fascismo. Una ruptura que, 50 años después, sigue siendo imprescindible para dar paso a un régimen de verdadera democracia y libertad para nuestra clase. Hoy, como entonces, mantenemos en alto las banderas que resumen ese compromiso y ese esfuerzo: la bandera tricolor republicana y la bandera roja del proletariado.