C, Hermida
A pesar de las atrocidades que el ejército israelí comete contra el pueblo palestino, son pocas las voces que en Israel se alzan contra Netanyahu y critican abiertamente la política de exterminio que se está llevando a cabo en Gaza
Existen, claro está, personas y organizaciones que de forma valiente denuncian los crímenes que desde 1948 se perpetran contra los palestinos, y también hay sectores de la ciudadanía que critican como se está gestionando el tema de los rehenes en manos de Hamás, pero es evidente que no hay un sólido frente interno que cuestione la actitud del Estado de Israel respecto a los palestinos. Al igual que la mayoría de los alemanes apoyaron a Hitler, al menos hasta el comienzo de la guerra en 1939, la mayoría de los ciudadanos de Israel se identifican con las políticas estatales en relación con el pueblo palestino. Es muy lamentable que esto ocurra, pero es así, y negarlo entorpece el análisis político objetivo.
Este consenso se ha conseguido con la difusión de un relato histórico bien construido y que ha logrado calar profundamente en la opinión pública, porque combina bien articuladas dosis de verdad con evidentes tergiversaciones, pero entrelazadas de tal manera que forman un discurso coherente de cara a los ciudadanos. En este relato se pueden distinguir tres partes.
En la primera se defiende que el pueblo judío ha sido históricamente perseguido por su condición religiosa, sin que haya existido motivación objetiva alguna para ese ensañamiento. Durante siglos los judíos han sido objeto de matanzas, discriminaciones de todo tipo, marginación y humillaciones brutales. En el período nazi, y esta vez la cuestión racial sustituyó a la religión, se practicó un genocidio único en la historia de la Humanidad, con la intención declarada de exterminar a todos los judíos. Solo en contadas ocasiones los judíos se defendieron, pero la práctica secular consistió en resistir la persecución hasta que llegasen tiempos mejores y confiar en los poderes públicos para frenar el antisemitismo. Hasta aquí la verdad histórica, y es necesario resaltar que el Holocausto ha dejado, como no podía ser de otra forma, una huella imborrable en los judíos.
La segunda parte del relato incide en que nunca más volverá a ocurrir algo parecido. El pueblo judío se defenderá y combatirá a sus enemigos. Tiene derecho a hacerlo. La guerra es, en este sentido, un elemento absolutamente necesario para la existencia del Estado de Israel. La división de Palestina decidida por la ONU al final de la Segunda Guerra Mundial y la proclamación de la independencia de Israel en 1948 fueron elementos fundamentales a la hora de construir esta parte del discurso, porque los sucesivos gobiernos presentaron a Israel como un país pacífico y democrático asediado por el mundo árabe. Los judíos ejercen, en consecuencia, el derecho a la legítima defensa defensa para evitar su aniquilación.
Aquí es donde se inicia la larga cadena de tergiversaciones urdidas por los distintos gobiernos de Israel, pasando por alto que la decisión de la ONU fue una grave injusticia, al legitimar la ocupación de una Palestina de milenaria tradición musulmana; la brutal expulsión de sus tierras de cientos de miles de palestinos (la Nakba) y el hecho de que nunca se formó un Estado palestino. Ahora bien, la idea de fortaleza asediada frente a unos Estados musulmanes presentados como ferozmente antijudíos caló hondo entre la ciudadanía israelí.
La tercera parte es un complemento de la anterior y tiene que ver con la población palestina expulsada de su tierra y objeto de la más brutal violencia en los territorios ocupados. El Estado de Israel ha presentado a los palestinos como terroristas cuyo único fin es arrojar al mar a los judíos. Las sucesivas concesiones de la OLP respecto a Israel, entre ellas su reconocimiento jurídico como entidad estatal, no han movido las posiciones de las autoridades judías. Los palestinos son caracterizados como un enemigo interior al que hay que vigilar y reprimir sistemáticamente. Las condenas y resoluciones contrarias a Israel por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas no han conseguido alterar la política del gobierno israelita.
La lucha armada emprendida por el pueblo palestino como último recurso para hacer valer sus derechos es manipulada por el gobierno de Israel para sembrar el miedo entre la población y convencerla de que solo el empleo de la fuerza sin contemplaciones es capaz de mantener la seguridad.
A estas argumentaciones se unen también consideraciones religiosas en el sentido de presentar a Palestina como la tierra que Yhavé concedió a los judíos y que, en consecuencia, les pertenece por mandato divino.
El corolario de toda esta argumentación consiste en considerar antisemitismo cualquier crítica al Estado de Israel. El odio hacia los judíos sigue presente, aunque se disfrace con el ropaje humanitario de defensa de los derechos humanos de la comunidad palestina. No se puede bajar la guardia ni hacer concesiones. Una política de debilidad conduciría a un nuevo Holocausto.
Este relato histórico comenzó a trazarse durante el surgimiento del movimiento sionista encabezado por Theodor Herzl (1860-1904) y prácticamente culminó con la fundación del Estado de Israel. Aunque hay historiadores honestos que dentro y fuera de Israel lo han cuestionado y desmontado, lo cierto es que no han logrado socavar significativamente la versión oficial (1).
Teniendo en cuenta que la resistencia palestina no es capaz de doblegar al Estado de Israel y que éste cuenta con el apoyo de Estados Unidos y sus aliados (algunas declaraciones críticas con la política de Netanyahu no pasan de ser fuegos de artificio sin consecuencias prácticas), la formación de una vigorosa opinión pública en Israel favorable al diálogo con los palestinos abriría una puerta a la solución del conflicto. Pero la realidad es que ese frente interior no existe hoy en día. Hay críticas al gobierno actual, pero no se trata de cambiar un gobierno por otro, sino de la formación de una oposición que cuestione radicalmente el sojuzgamiento que sufre el pueblo palestino. Sin duda este es un camino a recorrer: que las contradicciones en la sociedad israelí crezcan de tal modo que al bloque social dominante ya no le sea posible continuar con sus prácticas criminales. Para que esto ocurra debe imponerse otro relato histórico que alcance la hegemonía social y cultural; a saber, que los palestinos son las víctimas de una política genocida y la necesidad de crear un Estado palestino. Para que ese relato se abra paso, tendrán que confluir varios factores: la movilización popular a escala internacional, la presión de países ajenos a la órbita de Estados Unidos, la continuación de la resistencia palestina y la organización política de todos aquellos hombres y mujeres que en Israel se solidarizan con el pueblo palestino.
NOTAS
- En la década de 1980 apareció un grupo de jóvenes historiadores, siendo los más representativos Benny Morris, Tom Segev, Avi Shlaim, Ilan Pappé y Simha Flapan, quienes llevaron a cabo distintos trabajos de investigación sobre la fundación del Estado de Israel y de la guerra de 1948, que se pudieron realizar ante la desclasificación masiva de la documentación archivada sobre todo en Israel -y también en Cisjordania y Occidente-, lo que permitió que pudieran indagar y sacar a la luz nuevos datos desconocidos o tergiversados hasta el momento.
También hay que destacar la obra del historiador estadounidense de origen palestino-libanés Rashid Khalidi; los libros de Edward Said y las aportaciones de Ahron Bregman, entre otros.