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  ACTUALIDAD  El Partido, estado mayor de la revolución
ACTUALIDADArtículos

El Partido, estado mayor de la revolución

4 de julio de 2025
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Alfonso Torrecilla

La lucha de clases es, desde la perspectiva marxista-leninista, una ciencia que como cualquier otra debe estudiarse, aplicarse y cuyos resultados debemos analizar con paciencia y constancia para avanzar individual y colectivamente en la elevación de la conciencia y la formación de las amplias masas. En esa tarea, el Partido, tiene un papel fundamental como espacio de organización, planificación y ejecución de las labores de la vanguardia revolucionaria.

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Una de las primeras batallas a las que tuvo que hacer frente Lenin en el largo y complejo proceso de construcción de un partido verdaderamente revolucionario en la Rusia Zarista, una vez confirmada la bancarrota del modelo de la II Internacional, fue la lucha contra los defensores de una interpretación liberal y flexible de la militancia y del trabajo del partido. Éstos planteaban que la condición de miembro del Partido debía ser accesible a cualquiera que simpatizase con sus objetivos y que prestase algún apoyo a su causa, pues el objetivo principal sería que el partido tuviera prestigio entre las masas. En consecuencia, su interpretación del trabajo del Partido era la de una organización siempre disponible para acudir a cada conflicto y cada lucha social que fuera apareciendo entre las masas que simpatizan con él.

Frente a esta visión, Lenin y un puñado de bolcheviques consecuentes defendieron siempre que el partido es el «Estado Mayor de combate del proletariado», es decir, un grupo relativamente reducido de «profesionales de la revolución», dedicados en cuerpo y alma a la constante planificación, ejecución y análisis de tácticas de agitación, organización y educación revolucionaria de las masas. Siguiendo la comparación militar, los miembros del partido son los generales y estrategas de la lucha de clases, mientras que las amplias masas forman los ejércitos de la revolución; ambos actúan unidos y coordinados, pero sin mezclarse ni suplantarse mutuamente en sus funciones.

Bajo la interpretación leninista del partido, éste no actúa al dictado de los llamamientos y noticias que le llegan desde las amplias masas —algo que en nuestros días equivale a un bombardeo constante de convocatorias, eventos y actividades diarias— sino mediante una cuidadosa y planificada intervención allí donde se decide que la acción de los comunistas va a producir los mayores efectos con la mayor eficiencia, como es de esperar de una organización reducida de revolucionarios profesionales, que no disponen de tiempo ni energías suficientes para acudir a todas partes en todo momento.

Pero más allá de la cuestión del tiempo y las fuerzas de nuestra organización, el enfrentamiento entre la visión leninista del partido y otras propuestas al respecto, esconde otra cuestión de fondo igualmente importante. Si el Partido se dedica prioritariamente a acudir allí donde aparecen espontáneamente conflictos y problemas entre la clase trabajadora y la burguesía, se sitúa detrás del movimiento obrero y popular, que está por definición dentro de los márgenes del sistema económico y político impuesto y que solo busca pactos, acuerdos o reformas concretas que resuelvan el problema puntual pero que no alteran la estructura general del Régimen. Haciendo eso, el Partido renuncia a ser reconocido como vanguardia de la clase trabajadora en general, como es su obligación, conformándose en cambio con situarse a la cabeza de tal o cual lucha concreta que una vez resulta para bien o para mal, desaparece y se dispersa sin apenas dejar rastro.

La militancia marxista-leninista, por el contrario, se basa en una dedicación completa a la preparación de la lucha de clases mediante el estudio de nuestros clásicos, el análisis de la situación general del proletariado, la burguesía y el resto de clases y capas sociales, y una puesta en práctica de nuestros conocimientos en cada caso concreto, atendiendo a nuestras propias fuerzas y debilidades como organización y como militantes. Solo así seremos capaces de establecer lazos permanentes con nuestro entorno (compañeros de trabajo o de estudio, vecinos del barrio y el municipio), tanto en tiempos de «paz» como en el momento del inevitable conflicto. Así, llegado el momento de pasar a la acción y guiar a nuestro entorno en su lucha concreta, podremos hacerlo atendiendo a los objetivos concretos de esa lucha, pero sin olvidar los objetivos generales de toda la clase. No se trata solo de «ganar» cada conflicto, sino de que éstos dejen en las masas una lección permanente para la lucha revolucionaria de clases.

Cuanto más eficaz y estable sea nuestra unión con las amplias masas de nuestro entorno, nuestro análisis de las situaciones general y concreta, la aplicación de tácticas ajustadas y la evaluación de sus resultados, mayor amplitud tendrá la influencia del Partido entre las masas —incluso de una forma tan sutil e indirecta que habrá elementos que colaboren con la causa revolucionaria, sin ser conscientes de ello—, y más individuos se destacarán como potenciales cuadros comunistas, listos para engrosar las filas del Partido y ampliar exponencialmente su influencia.

Las clases populares en general, y el proletariado en particular, sufren actualmente una peligrosa desorientación política sembrada y cuidadosamente cultivada durante décadas por parte de la burguesía y sus aliados revisionistas y radical-oportunistas, con el objetivo de eliminar el más mínimo rastro de conciencia de clase entre los trabajadores. Esta anomalía da lugar a la aparición de todo tipo de organizaciones y líderes mesiánicos que dicen representar la verdadera esencia y los verdaderos intereses de la clase obrera, mientras vomitan las más aberrantes tergiversaciones ideológicas, cosechando en ocasiones un éxito relativo que logra apartar de la senda revolucionaria a decenas, cientos e incluso miles de trabajadores.

Por eso, el modelo de partido marxista-leninista como organización de cuadros formada por una vanguardia de revolucionarios profesionales, entregados día y noche a la preparación de las masas para la lucha de clases, con estrechos y permanentes vínculos con el proletariado y todas las clases populares en sus entornos de vida y trabajo, que no se deja arrastrar por una interpretación estrecha o activista del partido, es más importante que nunca.

Reforzar las filas de nuestros partidos tanto ideológica como orgánicamente —mejorando la aplicación de su línea política, su funcionamiento interno y el cumplimiento de sus compromisos y objetivos— es la tarea más urgente para los marxistas-leninistas de todo el mundo en unos momentos en los que la burguesía conduce al planeta hacia la guerra mundial interimperialista como única salida a la crisis de sobreproducción permanente, y donde el revisionismo y el radical-oportunismo se han entregado completamente al colaboracionismo de clase.

El marxismo-leninismo es una ciencia de demostrada eficacia contra la dictadura burguesa y sus amenazas permanentes de guerra, hambre y muerte, pero como tal ciencia, debe ser abordada con rigor, seriedad y firmeza; estudiada, aplicada y analizados sus resultados, sin dejarse llevar por las prisas revolucionarias de los radical-oportunistas, ni por la pereza reformista del revisionismo. Ambas tendencias tratan de infiltrarse contantemente en nuestras filas para desorganizarlas, y en momentos críticos como los que vivimos, la vigilancia revolucionaria contra ellas debe ser redoblada. Nunca debemos olvidar que, por minoritaria que sea nuestra posición en un determinado momento, representamos la única línea ideológica que ha demostrado su eficacia revolucionaria una y otra vez a lo largo de la historia. Esa es la grandeza del marxismo-leninismo y la responsabilidad de sus militantes.

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