J. P. Galindo
El imperialismo y la guerra son las dos caras de una misma moneda pues la guerra imperialista es el único recurso de la burguesía en el poder para repartirse el mundo, una y otra vez, después de que quedase dividido por completo en «zonas de influencia» de cada alianza capitalista. Desde entonces, y de forma cada vez más violenta y destructiva, la guerra a gran escala es el recurso que utilizan para reiniciar la maquinaria de explotación y saqueo que sostiene sus obscenos privilegios.
Pese a las fantasías de hegemonía mundial yanki que llegaron tras tres décadas de enfrentamiento político, económico y militar con una degenerada URSS imperial-revisionista, bautizadas ridiculamente en los años 90 como «el fin de la historia», y que llegaron hasta el punto de que incluso la propia Rusia quedó brevemente bajo la tutela estadounidense, gracias al apoyo al golpe de Estado perpetrado por Boris Yeltsin en 1993 para implantar el neoliberalismo más salvaje, lo cierto es que el motor de la historia nunca se ha detenido y el capitalismo, atendiendo a una de sus contradicciones fundamentales (la que existe entre los distintos grupos financieros y países imperialistas entre sí), vive hoy el resurgir de los enfrentamientos y la competencia entre distintos bloques y agrupaciones imperialistas divididos, a nivel general, en dos grandes grupos: el de la alianza «occidental» encabezado por los Estados Unidos y la Unión Europea, y el de la alianza «oriental» entre Rusia y China.
Este es el escenario de fondo que explica los grandes movimientos económico-militares de este nuevo siglo; la otrora amistosa Rusia capitalista aspira desde hace décadas a convertirse en potencia imperialista regional (el sumiso Yeltsin dio paso al beligerante Putin en diciembre de 1999), China ha desplegado ya buena parte de su potencia económica global e, incluso, tantea su poderío militar con la vista puesta en Taiwan, al tiempo que el tándem EEUU-UE parece titubear en África y Asia tratando de recuperarse de las consecuencias de la brutal crisis económica de 2008 a tiempo para comparecer en el combate que se avecina.
Parece evidente que estamos en una etapa de transición entre la breve hegemonía mundial yanqui y el ascenso de potencias competidoras que no dudarán (ya lo están demostrando), en recurrir a la guerra abierta para romper las fronteras político-económicas que implantó el imperialismo «occidental» en la década de los 90 del siglo XX, usando las viejas tácticas que ya nos describió el camarada Stalin:
«El imperialismo es la exportación de capitales a las fuentes de materias primas, la lucha furiosa por la posesión monopolista de estas fuentes, la lucha por un nuevo reparto del mundo ya repartido, lucha mantenida con particular encarnizamiento por los nuevos grupos financieros y por las nuevas potencias, que buscan “un lugar bajo el sol”, contra los viejos grupos y las viejas potencias, tenazmente aferrados a sus conquistas. La particularidad de esta lucha furiosa entre los distintos grupos de capitalistas es que entraña como elemento inevitable las guerras imperialistas, guerras por la conquista de territorios ajenos» (Fundamentos del leninismo,1924).
Tenemos ejemplos evidentes y de plena actualidad: la Rusia capitalista ha respondido militarmente a la «osadía» occidental de tratar de arrebatarle la influencia económica y política sobre Ucrania, como ya lo hiciera en su día sobre la mayor parte del antiguo Bloque del Este, al mismo tiempo que gana influencia en el corazón de África a costa del imperialismo francés. Por su parte, los EEUU y sus satélites europeos respaldan el genocidio palestino perpetrado lenta pero concienzudamente por el nazi-sionismo israelí, como punta de lanza de su influencia en Oriente Próximo, al tiempo que tensan la cuerda en el Mar de China Meridional azuzando un posible enfrentamiento con Taiwan.
Cada uno de estos conflictos aparentemente aislados es como una brasa que calienta la olla a presión imperialista que amenaza con estallar en forma de nueva guerra mundial; una guerra que no es solamente útil sino también necesaria para el imperialismo como recurso económico, pues únicamente la destrucción masiva y fulminante de ingentes cantidades de riqueza material y mano de obra puede reiniciar el ciclo productivo saturado por una crisis permanente de sobreproducción y subconsumo.
Nosotros, marxista-leninistas, denunciamos una y mil veces la hipocresía del imperialismo en todas sus formas, pues mientras habla de paz con la boca pequeña, prepara cuidadosamente la guerra con el único objetivo de arrebatar a su rival un pedazo un poco mayor del botín. Ejemplo de este cinismo lo tenemos en la Unión Europea cuando aprueba sanciones contra ciertas exportaciones rusas, con gran perjuicio para los pequeños y medianos productores y consumidores europeos, mientras mantiene e incluso aumenta otras que benefician a la propia burguesía, como el caso del gas natural licuado que, según datos actualizados a agosto de 2023, vendió un 40% más en países de la UE (donde España se sitúa en el segundo puesto de compradores) respecto a la situación anterior a la invasión de Ucrania.
Tampoco nos olvidamos del siniestro papel del revisionismo y el oportunismo de izquierda «radical» en este escenario. Sus grupúsculos y organizaciones han salido en tropel a hablar de la necesidad de un mundo «multipolar» como el no va más del internacionalismo y el antiimperialismo. Con ello, se desenmascaran como aquellos otros revisionistas que, a las puertas de la Primera Guerra Mundial, hablaban cínicamente de la necesidad de combatir bajo las banderas de la burguesía para defender los derechos de los pueblos. Como sus maestros, estos novísimos revisionistas modernos no tienen otro sitio que el vertedero de la historia.
Nuestros maestros, en cambio (Marx, Lenin, Stalin, Hoxha, Elena Ódena…) repitieron una y mil veces que no existe ninguna guerra justa entre pueblos y que la única guerra legítima es la lucha de clases que termine con la explotación de unas clases sobre otras. Pero para llegar a ella deberemos hacer frente a todos los horrores de un imperialismo en crisis permanente que nos empuja a la guerra entre pueblos, nos explota y nos deshumaniza. Cuanto mayor es la ambición capitalista, mayor es su inestabilidad; cuanto más agresivo y belicista es el imperialismo, más rápidamente crea las condiciones necesarias para que millones de trabajadores y capas intermedias, angustiados y desesperados por unas condiciones de vida cada vez más miserables y asfixiantes, se encuentren listos para comprender la urgente necesidad de la Revolución Proletaria. Cada paso que avanza el imperialismo es un paso hacia su propia tumba y nuestra responsabilidad es estar debidamente posicionados, a la cabeza del proletariado, para sellar esa sepultura para siempre.