J. Romero
“Y después del deseo de obtener dinero, el deseo más apremiante es el de desprenderse nuevamente de él mediante cualquier clase de inversión que produzca un interés o una ganancia, pues el dinero de por si no produce nada. Por tanto, si a la par con esta constante afluencia de capital sobrante no se consigue una ampliación gradual y suficiente de su campo de empleo, nos veremos expuestos necesariamente a acumulaciones periódicas de dinero en busca de inversión, acumulaciones más o menos importantes según las circunstancias...” (The Currency Theory Reviewed Londres 1845. Tomado de “El Capital”, Libro III).
Crisis
El sistema imperialista en su conjunto se enfrenta a una versión global del cuento de la lechera: el cántaro se ha roto y las ilusiones sobre un desarrollo ilimitado de la producción capitalista que fuera diluyendo paulatinamente las contradicciones económicas, políticas y sociales que le son propias se ha desvanecido de nuevo. El imperialismo es un sistema caduco y se enfrenta, como ha ocurrido en otras coyunturas históricas, a una crisis que únicamente puede superar “reseteándose”, o traducido al lenguaje marxista, destruyendo las fuerzas productivas que el propio capital ha contribuido a desarrollar.
El debate sobre lo que está ocurriendo y como atajar la crisis está abierto y en él interviene con empeño el sanedrín de la comunicación capitalista, los buques insignia de los medios de manipulación de masas. Uno de los más conspicuos voceros del capital, el diario El País, publicaba a principios de 2020, cuando aún la pandemia no había barrido las economías de las principales potencias imperialistas un artículo del economista K. Galbraith con el título “La próxima Gran Transformación” en el que este mentor del “keynesianismo de izquierda”1 afirmaba, remedando el inicio del Manifiesto Comunista: “Dos grandes fantasmas se ciernen sobre la humanidad. Uno la extinción rápida a consecuencia de una guerra nuclear…; el otro es una extinción más lenta por efecto de un calentamiento global desbocado. Ganar la carrera a esta amenaza exige el mayor esfuerzo de planificación, inversión, educación pública y seguridad social de la historia de la humanidad, es decir, la madre de todos los new deals”.
El conocido economista empezaba en tono apocalíptico prediciendo la próxima extinción de la humanidad para a renglón seguido proponer su receta “mágica”, un nuevo “new deal” como el que aplicó en su día el presidente Roosvelt para salvar la economía yanqui de la desastrosa crisis de 1929, para concluir, sin poner en cuestión en ningún momento la viabilidad del modo de producción capitalista y negando por tanto la necesidad de su superación revolucionaria: “La palabra clave aquí es “eficacia”. Controlar las finanzas mundiales es toda una proeza, pero resulta imprescindible si Occidente quiere desempeñar un papel a la hora de fijar el futuro rumbo de la economía mundial. De lo contrario, China estará encantada de ocuparse de ello. Los partidarios de las finanzas globales lo saben, lo cual podría explicar el aumento de las tensiones entre el país asiático y Estados Unidos”. Los subrayados son nuestros
Dos años después, los grandes gurús del imperialismo siguen perfeccionando el arte de la mentira con el objetivo de preparar a los trabajadores para lo que viene. Así se expresaba Klaus Martín Schwab, el presidente del foro de Davos, el cónclave de los imperialistas celebrado a finales de mayo pasado: “Existen buenas razones para preocuparse: ya empieza a sentirse una fuerte desaceleración económica y podríamos estar ante la peor depresión desde la década de 1930…Las consecuencias a largo plazo para el crecimiento económico, la deuda pública, el empleo y el bienestar humano serán graves…la deuda pública mundial ya ha alcanzadosu cota más alta en tiempos de paz…..los ciudadanos han demostrado con creces que están dispuestos a hacer sacrificios…Es evidente que existe una voluntad de construir una sociedad mejor y debemos aprovecharla para garantizar el Gran Reinicio que necesitamos con tanta urgencia…se requerirá la colaboración entre los sectores público y privado en cada etapa del camino«.
Como se puede ver todos insisten en que enfrentamos una crisis coyuntural, más profunda que otras, sí, pero que la vitalidad del sistema será capaz de superar la prueba. Se trataría de asumir con paciencia los duros tiempos por venir para llegar a la meta de una sociedad mejor, sin contradicciones, en la que la humanidad pueda satisfacer todas sus necesidades, aunando el interés de explotadores y explotados. Sin embargo, basta un somero repaso a la historia para comprender que sus argumentos no pasan de ser una burda mentira y que como el propio Galbraith reconocía, las mejoras en las técnicas de producción y distribución de los bienes y servicios hacen que sea menos rentable la inversión productiva y que aquella derive hacia la especulación pura y dura.
Así lo decía hace más de cien años, K. Marx, el genio al que todos los teóricos burgueses ignoran: “Si el sistema de crédito aparece como la palanca principal de la superproducción y del exceso de la especulación en el comercio una gran parte del capital social la emplean quienes no son sus propietarios…los propietarios cuando actúan personalmente tienen miedo de traspasar los límites de su capital privado…por eso el sistema de crédito acelera el desarrollo material de las fuerzas productivas y la instauración del mercado mundial, que el modo capitalista de producción tiene la misión histórica de implantar…hasta convertirlo en el más puro y colosal sistema de juego y especulación y reducir cada vez más el número de los pocos que explotan la riqueza social; y por otro lado, crear la forma de transición a un nuevo modo de producción…” (El Capital, Libro III Tomo II, pág. 148, Edit Akal)
K. Marx, escribió las obras que ayudaron al movimiento obrero a orientar su lucha en un sentido científico y dirigirla hacia un objetivo emancipador (ofensivo y no únicamente defensivo) cuando el capitalismo no se había desarrollado completamente y se regía aún por la “libre competencia”. La genial capacidad del dirigente proletario y la autonomía de su pensamiento respecto a los corsés ideológicos de la burguesía le llevó en el libro tercero de su obra “El Capital” a establecer las grandes tendencias inherentes al modo de producción capitalista aún no desarrolladas completamente entonces y prever que la producción capitalista quedaría bajo el completo dominio del capital financiero. Sería Lenin quien caracterizara en su obra “Imperialismo fase superior del Capitalismo” la esencia de esta nueva fase en la que el capital ha llevado a su máxima expresión la organización social de la producción y la apropiación privada del producto social, incrementando también al máximo las contradicciones; un grado de desarrollo, el actual, en el que están creadas ya las condiciones para el paso a una fase superior, el comunismo, en la que la producción pase a estar socialmente controlada.
Y, sin embargo, en estos momentos históricos en los que se ha alcanzado un desarrollo de la ciencia y la técnica tan arrollador, no puede ser mayor la separación entre la minoría que controla el capital y por tanto la superestructura jurídica, política, ideológica y cultural de la sociedad y la inmensa mayoría de la humanidad que ve regida su vida por un poder ajeno y hostil, un poder que se prepara ahora para la guerra abierta. Precisamente por eso, hoy más que nunca es imprescindible aclarar las bases ideológicas y teóricas que defendemos los comunistas, ser más implacables que nunca frente a la degeneración revisionista y oportunista.
Las crisis en el capitalismo, a semejanza del cáncer en los organismos vivos, son fruto de su anárquica vitalidad. En el capitalismo, el dueño de las fuerzas productivas busca únicamente el máximo beneficio y para lograrlo precisa incrementar constantemente la circulación de capital mediante el crédito y adelantar la reproducción ampliada de sus inversiones entronizando al valor de cambio y su expresión más simbólica, el dinero, en el centro de un proceso que únicamente debería tener como finalidad la satisfacción de las necesidades humanas.
Sin embargo, como señalara Marx: “…Tan pronto como se produce una paralización como consecuencia del retraso de los reflujos, de un abarrotamiento de los mercados o de una caída de los precios, se dará un exceso de capital industrial…habrá una masa de capital mercantil pero invendible, una masa de capital fijo pero ociosa en gran parte por el estancamiento de la reproducción“. La razón última de todas las crísis reales es siempre la pobreza y la limitación del consumo de las masas frente a la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad”. (Karl Marx, Ibidem pp. 203 y 205).
Es decir, el capital financiero que gobierna el crédito y concentra en sus manos la posesión de los símbolos de valor, su distribución y control, no puede revalorizar sus inversiones sin reproducir ampliado el capital invertido en el proceso de producción. Como en el cáncer, es el carácter anárquico de la producción capitalista y su tendencia a la exuberancia de signos sin valor en sí, como representación de un valor real cada vez menos en correspondencia, lo que provoca las crisis cuyas consecuencias las sufre precisamente la clase que crea el valor, los trabajadores. La lechera finalmente rompe su cántaro porque tropieza siempre en la misma piedra2.
No es la primera vez que el imperialismo enfrenta una crisis, aunque ésta tiene un carácter más profundo porque se acumulan varias crisis a la vez: la sobre producción acompañada del cese brusco del crédito y el exceso de dinero, el abaratamiento de los costes de producción que provoca paradójicamente la reducción de la demanda al acentuar el paro y rebajar los salarios; y por último el inicio de un proceso de reconfiguración de las áreas de influencia y de su control entre las distintas potencias imperialistas que dominaban la economía imperialista desde el fin de la II Guerra Mundial y la que emerge como nuevo líder, China.
Inflación
«Sí observamos los ciclos de rotación en que se mueve la industria moderna –estado de quietud, creciente animación, prosperidad, superproducción, crack, estancamiento, estabilización, etc. veremos que en la mayor parte de los casos el bajo nivel del interés corresponde a los períodos de prosperidad o de ganancia extraordinarias y que el tipo máximo de interés, hasta llegar a un nivel usurario, se da en los períodos de crisis» (K. Marx, Ibidem, pag. 36).
Uno de los síntomas más claros de esta nueva fase del largo proceso de crisis que arrastra el imperialismo desde al menos 2008 es precisamente la aparición de una inflación desbocada; un fenómeno que el capital teme, con razón.
Así de crudamente hablaba sobre ello el diario El País, en su edición del domingo 5 de Junio: “La reconfiguración de las cadenas de suministro por razones geopolíticas complican todo el escenario. La globalización ha sido durante décadas una fuerza de contención de la inflación, abaratando los costes de producción. El proceso de desacople en marcha es sinónimo de aumento de costes…el escenario geopolítico en profundo cambio, proyecta una larga sombra de imprevisibilidad…La inflación es un fenómeno que tiende a corroer el poder adquisitivo y lo hace de forma proporcionalmente más intensa con quienes tienen rentas más bajas, porque para ellos el gasto en bienes como la energía tiene un peso relativo superior, porque tienden a tener ahorros desprotegidos de la corrosión de la inflación y menos capacidad de negociación contractual que los más formados…” . Pero, la inflación no surge del aire, no crece en la cabeza de la lechera que especula con una leche que aún no ha vendido.
El mismo artículo periodístico añadía: “La pandemia ha provocado fuertes disrupciones en las cadenas de suministro y promovido políticas fiscales y monetarias de estímulo con efectos colaterales alcistas en los precios…” Así es, el incremento de los precios se ha agudizado tras el inicio de la guerra de Ucrania, pero antes ya era evidente el agudo deterioro de la economía global que los gobiernos intentaron superar endeudándose e incrementando el dinero circulante para hacer frente a grandes planes de estímulo siguiendo la ortodoxia keynesiana de la que hablaba Galbraith. De esa forma se terminó agravando el problema.
Esta política neo keynesiana no solo la aplicaron gobiernos “progresistas” sino ultra reaccionarios. En marzo de 2020, al inicio de la pandemia, el entonces presidente yanqui, D. Trump aprobaba el primer plan por valor de 2,2 billones de dólares seguido de otro de 2,3 billones en diciembre de ese mismo año para evitar el hundimiento de la administración y ayudar a las familias de EEUU. Su sucesor, Biden destinaba 3,5 billones adicionales en marzo de 2021 al mismo objetivo. La Unión Europea también ha echado mano del endeudamiento para acometer planes de estímulo poniendo en marcha el mayor paquete de ayudas a los Estados europeos de su historia, por valor de 2,36 billones de euros. El G7, formado por los dirigentes de las principales potencias imperialistas aprobaba inmediatamente antes de la cumbre de la OTAN de Madrid un plan por valor de 600.000 millones de dólares dirigido a países de ingresos medios y bajos para “contrarrestar el avance de China”.
Para llevar adelante estos planes de estímulo frente a la crisis, los Estados imperialistas se han endeudado por encima de lo razonable, debiéndose entre ellos y, sobre todo, debiendo a sus bancos centrales cantidades ingentes de dinero que expresan cada vez menos valor y son avaladas por estados con una deuda astronómica a los que ya nadie creen capaces de respaldar los papeles que han puesto en circulación…es la máxima exaltación de la nada…”el cuento de la lechera”.
La simple lógica nos lleva a la conclusión de que cuanto mayor es la distancia entre la cantidad de signos de valor (dinero) en circulación y el valor real que representan, la tendencia al equilibrio llevará a igualar ambos valores incrementando el precio de los productos, y también de los servicios. Y la inflación irá a más porque incrementa a su vez los costes de producción y distribución, encarece la financiación de la deuda de los grandes estados imperialistas y el crédito, para terminar creando los factores de la “tormenta perfecta” prevista por los expertos.
El capital financiero lleva tiempo preparándose activamente para esa guerra de la que espera obtener beneficios (lo está haciendo ya)3, peroel coste lo está pagando los pueblos que asisten asustados e impotentes a los movimientos que amenazan directamente su calidad de vida y la de sus seres queridos.
Instalada la crisis, la burguesía se divide entre quienes plantean mantener a toda costa las instituciones actuales del Estado Liberal como la mejor garantía para hacerla frente, quienes apuestan por la vuelta al estado nacional, el cierre de fronteras y mercados frente al competidor (lo que viene a ser una vuelta al pasado particularmente peligrosa porque intenta conjugar el interés de la oligarquía nacional a la que le es útil la globalización económica con el de la pequeña y media burguesía que sirve como peón de brega para llevar adelante sus negocios, de modo que el peso del Estado se dirige con particular virulencia contra el proletariado) y, por último, quienes “de buena fe” pretenden utilizar en un sentido “progresista” las armas melladas del Estado Liberal para hacer frente a una crisis que tiene su origen en las tendencias inherentes al sistema imperialista al que sirve, o limitar sus consecuencias. El problema es que todas las recetas, incluidas las de revisionistas y oportunistas, parten de la aceptación del capitalismo imperialista y sus reglas como el único modo de abordar los problemas o como mal menor inevitable; ninguna de estas corrientes plantea la única alternativa real: la superación revolucionaria del capitalismo.
La guerra. Los comunistas y la guerra
«Algunos escritores burgueses (a los cuales se ha unido ahora Kausky)…han expresado la opinión de que los cárteles internacionales siendo como son, una de las expresiones de mayor relieve de la internacionalización del capital permiten abrigar la esperanza de la paz entre los pueblos bajo el capitalismo…la forma de lucha puede cambiar y cambia constantemente como consecuencia de diversas causas…pero la esencia de la lucha, su contenido de clase, no puede cambiar, mientras subsistan las clases…los capitalistas reparten el mundo, no como consecuencia de su particular perversidad, sino porque el grado de concentración al que se ha llegado, les obliga a seguir este camino para obtener beneficios; y se lo reparten “según el capital” , “según la fuerza” …sustituir la cuestión del contenido de la lucha y de las transacciones entre los grupos capitalistas por la cuestión de la forma de esta lucha y de estas transacciones (hoy pacífica, mañana no pacífica, pasado mañana otra vez no pacífica) significa descender hasta el nivel de sofista…Por vez primera, el mundo se encuentra ya repartido, de modo que en lo que en adelante pueden efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir el paso de territorios de un “amo” a otro, y no el paso de un territorio sin amo a un dueño (Lenin, “El Imperialismo, fase superior del capitalismo”, Publicación PCMLE, pp. 94 y 95).
Lenin ya advertía quebajo el capitalismo, el monopolio no puede nunca eliminar del mercado mundial de un modo completo y por un periodo muy prolongado la competencia. Confirmando también esta tesis, a lo largo de estos años, el líder entre las potencias imperialistas, EEUU, ha ido perdiendo fuelle transformándose en un estado deudor de capitalismo parasitario y en descomposición, siendo desplazado poco a poco por una economía imperialista más vital como la China que ha aplicado una política de “capitalismo de estado” logrando una aceleración enorme de su potencial4.
Paulatinamente se ha ido conformando un panorama internacional más abierto en el que China disputaba la inversión en zonas hasta ahora controladas por el imperialismo occidental. África, es un buen ejemplo de lo que decimos; un continente dominado primero por el colonialismo europeo y posteriormente por el imperialismo occidental (yanqui y europeo) asiste desde hace años a un cambio significativo en su estructura política, la permanente inestabilidad jaleada por una u otra potencia la ha convertido junto al medio oriente en un verdadero avispero del que huyen cientos de miles de personas al año arriesgando sus vidas. La respuesta del imperialismo occidental no ha podido ser más contundente: incluir la inmigración, o dicho con ese lenguaje cínico y almibarado, pretenciosamente leguleyo tan propio de los imperialistas: “la manipulación de flujos migratorios”, en una de las “nuevas amenazas híbridas” que la OTAN hará frente.
Lenin recordaba en su obra sobre el imperialismo la declaración del líder racista Cecil Rhodes a un periodista en 1895: “El imperio, lo he dicho siempre, es una cuestión de estómago. Si no queréis la guerra civil debéis convertiros en imperialistas…” Y a ese empeño se dedican desde siempre los dirigentes de las principales potencias.
Un dato puede servir ilustrativo del cambio de dueño en África: de 1978 a 2017, el comercio de China con ese continente se incrementó en más de 200 veces. Hoy, la inversión china en el continente africano asciende a más de 100 mil millones de dólares y alrededor de 3100 empresas chinas de diversos sectores han invertido en el continente africano. Es evidente que esta inversión está conectada con la competencia y el acceso a las materias primas y recursos naturales que China tanto necesita para sostener su crecimiento económico. Y, también, con el control de un área geopolítica clave en la pelea interimperialista.
El declive de un bloque y el ascenso imparable del otro, anticipaban la confrontación entre ambos, un choque que la crisis y la pandemia han venido a precipitar. La guerra en Ucrania supone el inicio de las hostilidades de una guerra soterrada desde hace meses, su traslado del extrarradio de los imperios a la frontera de uno de ellos. La cumbre de la OTAN en Madrid, es la respuesta, la declaración de guerra de un imperialismo hasta ahora hegemónico que se debilita pero aún cuenta con un enorme potencial económico y militar, suficiente para vender cara su derrota.
La guerra en Ucrania ha venido a ser el catalizador de estas contradicciones y cuando soplan vientos de guerra una u otra corriente burguesa, incluidas las que se adornan con retórica “revolucionaria” piden tomar partido por uno u otro contendiente en la pelea interimperialista en marcha, asegurando que todo se solucionaría manteniendo o cambiando de caballo en la loca carrera del capital hacia el abismo; quien afirma que es posible acabar con el tumor volviendo atrás, al tiempo en el que el cántaro aún no estaba roto para llenarlo de nuevo de la leche, sin comprender que las crisis no son la consecuencia de la maldad intrínseca de los capitalistas, sino la consecuencia lógica de las leyes que rigen ese modo de producción.
En momentos históricos tan confusos como los que vivimos es fundamental aclarar la ligazón entre el imperialismo y la guerra, para determinar el papel de los comunistas, nuestra actitud frente a la guerra y la propaganda de los distintos estados imperialistas justificándola. Es peligrosa la posición de los epígonos del viejo carrillismo que han elevado a arte la técnica del revisionismo moderno de establecer sus significantes ocultando o deformando su significado. Desde aquel: “El objetivo final no es nada; el movimiento lo es todo” del dirigente revisionista alemán Bernstein, el movimiento socialista hubo de enfrentar todo tipo de desviaciones oportunistas que aparcaban el objetivo que inspiraba el movimiento obrero ante las urgencias del momento pasando por alto que el objetivo de los comunistas no es otro que la superación revolucionaria del capitalismo porque este modo de producción nunca podrá conciliar el carácter social de la producción desarrollado al máximo en el imperialismo con la apropiación privada del producto social, lo que le lleva a ser el motor de las crisis y finalmente de la guerra entre imperialistas.
No estaría de más que el coro de revisionistas que distinguen entre un capitalismo bueno y otro malo al hablar de la confrontación entre China-Rusia y el bloque imperialista occidental releyeran (y asimilaran) lo que señalaba Lenin criticando a quienes diferenciaban también entonces entre los imperialistas que llevaron a Europa al matadero de la I Guerra Mundial: “… Kausky separa la política del imperialismo de su economía, hablando de las anexiones como de una política “preferida” por el capital financiero y oponiendo a la misma otra política burguesa posible, según él, sobre la misma base del capital financiero. Resulta que (para él) los monopolios en la economía son compatibles con el modo de obrar no monopolista, no violento, no expansionista en política. Resulta que el reparto territorial del mundo, terminado precisamente en la época del capital financiero y que constituye la base del carácter particular de las formas actuales de rivalidad entre los más grandes estados capitalistas, es compatible con una política no imperialista…” (Lenin, Ibidem, pág. 117).
La experiencia del movimiento proletario a lo largo del siglo XX que vivió el desarrollo de dos grandes guerras fruto de la pelea interimperialista ha aportado enseñanzas que el revisionismo moderno ha ocultado deliberadamente. En 1946, recién terminada la guerra contra el nazi fascismo y cuando el mundo se abría a un nuevo tiempo que parecía despejado, Stalin ya advertía: “Quizá sea posible evitar catástrofes militares, encontrar un modo de redistribuir periódicamente las materias primas y los mercados entre los países de acuerdo al peso económico de cada uno tomando decisiones responsables y pacíficas. Pero todo esto es imposible en las condiciones capitalistas actuales del desarrollo económico mundial” (Tomado de “El Fin de la Globalización. Lecciones de la Gran Depresión”, Harold Hames).
La casta que levantó su imperio robando la riqueza creada por el proletariado soviético justifica su política de agresión en la necesidad de un mundo multipolar, con varios amos y algunos revisionistas hacen coro alabando esta política. El mundo no necesita amos; como recordara Lenin citando al autor inglés Hobson: “… el nuevo imperialismo se distingue del viejo, primero, en que, en vez de las aspiraciones de un solo imperio creciente, sostiene la teoría y la práctica de imperios rivales guiado cada uno de ellos por idénticos apetitos de expansión política y de beneficio comercial; segundo, en que los intereses financieros o relativos a la inversión de capital predominan sobre los comerciales”.
Qué resultará de esta situación está por ver aunque empieza a asomar en el este de Europa y ya se preparan nuevos capítulos en África y Asia. Así aventuraba recientemente los próximos pasos del imperialismo occidental en la confrontación interimperialista el Secretario de Defensa yanqui, Lloyd Austin: “No buscamos la confrontación ni el conflicto, ni tampoco una nueva guerra fría o una OTAN asiática, pero trabajamos por defender nuestra visión y expandir la seguridad y la cooperación en el Indo Pacífico.
Leyendo esto, uno no puede dejar de recordar las palabras de Bertolt Brecht: “… Los de arriba dicen: la paz y la guerra son de naturaleza distinta. Pero su paz y su guerra son como el viento y la tormenta…su guerra nace de su paz como el hijo nace de su madre…Cuando los de arriba hablan de paz, el pueblo llano sabe que habrá guerra. Cuando los de arriba maldicen la guerra, ya están escritas las hojas de movilización…”.
La alternativa
Los valedores del capital aducen que no hay un sistema alternativo que pueda permitir superar esas contradicciones. Y no es cierto: La URSS, la dictadura del proletariado y su modelo socialista de economía centralizada y planificada, no solo logró elevar a un inmenso territorio del atraso medieval al rango de potencia industrial en un periodo breve de tiempo, lo hizo además en un momento de convulsión general del mundo imperialista y tras soportar dos guerras impuestas5.
Hoy la humanidad afronta el mismo problema que encararon nuestros abuelos y la solución sigue siendo la misma: los comunistas no debemos tomar partido entre los imperialistas, sino trabajar por transformar la guerra imperialista en guerra revolucionaria; por acabar con el capitalismo para terminar con las guerras.
Lo demás es como el cuento de la lechera.
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