Editorial | Octubre nº 91
La situación política española, dos meses y medio después de las elecciones generales, es una mezcla de reñidero, sainete y esperpento que está provocando el hastío y la desmoralización de un amplio sector de las clases populares, que observan desoladas como las organizaciones que se denominan de izquierdas son incapaces de llegar a un acuerdo político mínimo y se enzarzan en una agria disputa para alcanzar sillones ministeriales.
Mientras el paro, la pobreza y la desigualdad más extrema se han instalado en la sociedad española y los casos de corrupción son cada vez más graves, la izquierda española se desentiende de los problemas reales y ha convertido la política en un cenáculo de conversaciones secretas para alcanzar el gobierno. Los que se pronunciaban hace unos meses contra «la casta», hoy solo tienen como objetivo convertirse en parte de ella. La movilización social ha desaparecido de las calles, mientras se está a la espera de que en las Cortes, como en el cónclave vaticano, aparezca la fumata blanca y tengamos presidente.
La política española es una charca en la que chapotean políticos corruptos, progres apolillados, fascistas maquillados y otros a cara descubierta, intentando todos apuntalar un sistema que se desmorona. La regeneración democrática y la lucha contra la corrupción que algunos prometen son brindis al sol pronunciados por dirigentes cínicos que solo buscan la poltrona.
La corrupción es el sistema y el sistema es la corrupción. Vivimos en un sistema político que proviene del franquismo y, por tanto, hemos heredado sus rasgos estructurales. No es ninguna casualidad que las agresiones fascistas sean archivadas o solventadas con condenas ridículas; ni lo es tampoco que los intentos de eliminar los símbolos, nombres y monumentos fascistas de las calles de España despierten reacciones agresivas de la derecha política y mediática. El fascismo vive entre nosotros y forma parte de las instituciones.
Hemos llegado a situaciones tan patéticas como escuchar al autodenominado “duque empalmado” que él no sabía nada de sus negocios, que no tenía constancia de ninguna de las operaciones económicas del Instituto Nóos. Con chulería y prepotencia este individuo infame se ríe del pueblo español. Pero no perdamos de vista que este es un caso que no se circunscribe a dos personas, sino que afecta a la monarquía como institución.
Mienten y engañan quienes difunden el mensaje de la segunda transición y de la reforma constitucional. La soberanía nacional, la reforma fiscal, la potenciación de los servicios públicos, la creación de un sólido tejido industrial, la separación de la Iglesia y el Estado, y tantas otras reformas urgentes, solo pueden articularse en el marco de otro sistema político que rompa con la monarquía y la Constitución de 1978. Solo la República Popular y Federal, expresión de un nuevo bloque de poder, de una nueva hegemonía cultural y política, podrá acometer la reestructuración a fondo de nuestro país.
En estos momentos difíciles, en los que inevitablemente aparecen síntomas de cansancio y desánimo, nuestro Partido se mantiene firme en sus principios políticos e ideológicos. El PCE (m-l), que lucha desde su fundación por la III República, va a seguir trabajando por la unidad popular, desenmascarando a quienes hablan de unidad y la vacían de contenido político, y seguirá manteniendo bien alta la bandera del marxismo-leninismo.