A. Bagauda
Dónde están los grandes sindicatos de clase, sobre todo CCOO y UGT, cuando tanto se los necesita. No hablamos de sus bases, delegados y comités de empresa, que lidian diariamente con la arbitrariedad y dominio de la empresa en una lucha de clases sin cesar; hablamos de sus direcciones, que son las que marcan su línea política, las campañas o acciones generales a llevar a cabo.
Dónde están cuando hay un empobrecimiento masivo de la población: el riesgo de pobreza alcanza al 27,8 %, más del 13 % de los trabajadores son pobres, la inflación subyacente (la que más afecta al bolsillo de las familias e indica la persistencia de los precios) no deja de crecer (situándose en el 7,7 %, la más alta desde 1986, inicio de este registro) y los alimentos se han encarecido un 15,4 %, lo que empuja a millones de españoles, entre otras cosas, a la malnutrición. Dónde, cuando hay decenas de miles de familias desahuciadas (21.888 desahucios en el primer semestre de 2022, antes de que el Euribor iniciase su escalada) y el 14,3 % pasan frío en sus hogares por la pobreza energética.
¡Dónde!, con un paro que ha superado los tres millones de trabajadores (13,1 %, más del doble de la media de la UE), el juvenil es del 29,3 % (el mayor de Europa), la precariedad laboral es galopante e hipoteca la futura pensión (y el futuro) de nuestros jóvenes: medio millón de trabajadores becarios y más de un millón con contratos de formación, la mayoría en condiciones laborales de explotación; cuando, recientemente, han sido tumbados (gracias al PSOE, PP y C,s) en el Parlamento (moción de ERC) los 45 días de indemnización por despido improcedente (no vale la retórica, no es tiempo de ella: “La modificación de las indemnizaciones por despido improcedente no solo supone cumplir con los compromisos internacionales de España, sino también con los compromisos electorales del Gobierno progresista” -UGT).
Dónde se hallan cuando se aprueban leyes (el 9 de junio pasado la Ley de Planes de Pensiones de Empleo) que abren una brecha a la privatización de las pensiones, suben el periodo de cálculo a 30 años y con premeditación y alevosía se está deteriorando y privatizando la sanidad pública y la escuela pública.
¡Dónde! Con una guerra criminal de por medio. Los verdugos, los de siempre: las grandes potencias, sus oligarquías y monopolios; las víctimas, las de siempre: los pueblos y los trabajadores. Una guerra que no tiene visos de terminar y corre el riesgo de extenderse y que la suframos en carne propia (ya la están sufriendo nuestros bolsillos) por la actitud guerrerista, otanista y de obstinada implicación del Gobierno de coalición (su gobierno amigo) en ella, aunque sea de manera indirecta.
¡Dónde están ante tanta pobreza, miseria, desigualdad y sufrimiento!
Como los tres monos, no quieren ver, ni hablar, ni oír… la en(Sordo)cedora y atronadora lucha de clases, porque sus sensibles oídos se han acomodado al silencio de la paz social (como sus amigos oportunistas políticos). Su consigna “salario o conflicto”, de finales del pasado año, se limitó a una manifestación el 3 de noviembre, en día lectivo (para más inri) y con la exclusiva presencia de delegados sindicales. Dicha consigna ha quedado en nada, en palabras vacías, vil postureo. Llevan tantos años levantando altares a la paz social, a la negociación sin presión, construyendo un sindicato de servicios y no de combate, que ven como rémoras odiosas la movilización, la organización y la lucha, justo lo que en estos momentos exige la situación social y económica; de la clase obrera, de la mayoría trabajadora.
Quizás para saber el dónde haya que responder al con quién. Como consumada aristocracia obrera que son están con sus amos, con el capital y sus migajas. Vendidos por un plato de lentejas. Solo se moverán, harán un impostado gesto (grotesco), si ven en peligro, por la dura crisis económica que arrasa con todo, sus prebendas.
Los sindicatos han sido y son un pilar fundamental para el logro y mantenimiento de los derechos y conquistas laborales, sociales y políticas, son las estructuras más grandes y potentes del proletariado y que pueden garantizar la lucha organizada y contundente contra las agresiones del capital. Sin embargo, sus cúpulas a día de hoy realizan objetivamente una labor de desactivación y desorganización del movimiento obrero. Estos hechos y actitudes (en periodo electoral, con un gobierno amigo, más quitecitos estarán), ahora, son extremadamente peligrosos y canallescos porque a lo dicho se une la gran debilidad de la izquierda y la santa comunión, en cruzada, de una derecha archirreaccionaria y una extrema derecha que afilan sus sucias garras de cara a los comicios. Las direcciones burocráticas sindicales son, de facto, un obstáculo, un lastre, para intervenir con decisión y firmeza en el escenario de la lucha de clases, y, como obstáculos, hay que trabajar tenaz y hábilmente por removerlos del camino que la clase obrera tiene que recorrer.
Estamos ante una ofensiva del capital. Hay, como vemos, razones de sobra para salir a la calle, para impulsar y organizar una movilización sostenida, para avanzar y crear las condiciones de convocatoria de una huelga general. Acierta de lleno el movimiento pensionista con su consigna “Gobierne quien gobierne, las pensiones se defienden”. Y los barrios de Madrid que, a coro y volcados masivamente en las calles el pasado 12 de febrero, gritan “Gobierne quien gobierne, la sanidad pública se defiende”. ¡Gobierne quien gobierne! Lo primero, la clase obrera, el pueblo.