De nuevo, golpea la sinrazón fanática. Esta vez en Bruselas. De nuevo sus bombas se dirigen a la clase obrera: atacan allí donde la mayoría vive, intentan enfrentar a quienes tienen más razones que nunca para combatir juntos al enemigo común.
De nuevo, tenemos que asistir al mismo espectáculo teatral: monumentos iluminados con los colores de la bandera belga; falsos pésames y condolencias de reyes y tribunos, como si el cinismo pudiera cambiar algo o paliar el dolor de nuestra gente.
En España, el denominado pacto antiterrorista reunió a nueve partidos cuyos representantes repitieron, uno tras otro, las mismas manidas palabras: «los demócratas debemos permanecer unidos», «es el momento de la unidad de todos para salvar nuestro estilo de vida», «debemos cerrar filas en torno a nuestras instituciones», «manifestamos nuestro incondicional apoyo a las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado»... Un guion aprendido de quienes vienen cercenando las libertades democráticas con el pretexto de salvaguardar su democracia de papel, cada día más formal y vacía.
Todos concluyeron que la política de seguridad, como la política exterior, la de defensa y la monarquía, son cuestiones de estado al margen de la lucha política y, por supuesto, de la lucha de clases.
Nadie ha recordado, por ejemplo, que en agosto de 2014 Edward Snowden, un exempleado de la NSA, agencia de inteligencia yanqui, revelaba que los servicios de inteligencia de EEUU, Reino Unido e Israel colaboraron juntos, a través del Mossad (la Inteligencia israelí), en la creación del Estado Islámico de Irak y el Levante (conocido también como ISIS), que ha asumido la autoría de este salvaje atentado de Bruselas, los de París de noviembre pasado y los de Ankara de octubre, en el que murieron 95 personas que participaban en una manifestación de la izquierda sindical y política bajo el lema: «Por la paz, el trabajo y la democracia».
Todos han callado las principales evidencias que nos muestran que el denominado terrorismo yihadista sirve objetivamente a los intereses del imperialismo y no a otros. Han callado, por ejemplo, que las potencias europeas han desestabilizado el mundo árabe, África entera, lo mismo que el Próximo Oriente, han intentado domeñar las revueltas populares que zanjaban cuentas con los sátrapas de la zona: los Ben Alí, Gadafi, Mubarak, todos ellos aliados suyos; han ocultado su intervención militar directa en Libia, bombardeada por aviones de la OTAN, que la ha roto en dos “estados”; han callado su apoyo a los militares golpistas de Egipto, etc.
Tampoco han hablado de su sostén a regímenes como el saudí, auténtico reducto medieval y fanático, cuya implicación en el surgimiento y sostén del “terrorismo islámico” está más allá de la duda; ni su hermandad con el régimen turco, denunciado públicamente por encubridor del Estado Islámico (ISIS), cuyo petróleo compra y cuyas actividades ha consentido largo tiempo, tal y como han denunciado muchas instituciones a lo largo de estos meses.
Un régimen, el de Erdogan, que recibirá un generoso donativo de 6.000 millones de euros a cambio del compromiso para retener dentro de las fronteras turcas, en condiciones penosas, a cientos de miles de refugiados que huyen de la guerra de Siria y de otras guerras silenciadas o instigadas por las potencias imperialistas, y a los que la “democrática” Unión Europea acaba de dar la espalda. Un régimen que masacra al pueblo kurdo y al que todos adulan como su fiel aliado en la frontera del “avispero” del Próximo Oriente (recordemos, una vez más, que aún siguen procesados o en prisión varios militantes comunistas acusados de combatir contra el ISIS en Siria, agrupados en el ejército kurdo, al que el Gobierno nacionalista turco odia a muerte).
También callan que los fanáticos dispuestos a inmolarse se crían en los guetos de ciudades europeas, y que su “modo de vida” está delimitado por el paro, la marginación y la falta de expectativas; y que, al calor del miedo que se propaga, crece la bestia fascista, amparada en su lenguaje racista y de matones.
No, en su lugar, los líderes europeos Renzi, Hollande y otros han aprovechado el atentado para reclamar nuevos pasos en la militarización del continente: «Necesitamos más armas, ejércitos más fuertes, necesitamos más policía», han dicho. Hablan ya de nuevos recortes en las libertades, de transformar a los ciudadanos en delatores… De ahí a nuevas reformas reaccionarias de los códigos penales, a nuevas leyes mordaza, media la oportunidad de un nuevo zarpazo del terror fanático, para que sus dioses acudan oportunos a preservar su “modo de vida”, consolidado a golpe de guerra y represión.
No, el fanatismo es fruto, en última instancia, de una política criminal de las potencias imperialistas que ha creado las condiciones en las que madura la sinrazón que hace estallar sus bombas en nuestras ciudades. Esta es la realidad que los comunistas estamos obligados a denunciar.
No, no es el momento de la unidad por encima de clases, para salvaguardar o justificar los instrumentos de guerra del imperialismo. Es el momento de la unidad para la lucha contra el fanatismo criminal, pero también contra el imperialismo y sus lacayos.
Solidaridad con los trabajadores y el pueblo de Bélgica
Solidaridad con los pueblos árabes
No a la OTAN, no a la guerra
Secretariado del CC del PCE (m-l)
23 de marzo de 2016