J. Romero
El próximo año es un año electoral. El desengaño de la mayoría social que en 2014 estaba movilizada, defendiendo en la calle sus derechos y haciendo frente a la brutal represión del Gobierno de entones encabezado por el ultrareaccionario Rajoy, es hoy un hecho; el giro a la derecha de la política institucional, también. Los dirigentes de UP, son plenamente conscientes de ello, pero, en lugar de cambiar su política reformista, han optado por buscar nuevas siglas y nuevos líderes para cubrir su desnudez política.
La crisis de Podemos, acelerada tras su rotunda derrota en Madrid en 2021, abrió una lucha interna sin concesiones. Desde entonces, el resto de corrientes que confluyeron con esa fuerza ciudadanista, de modo especial el PCE-IU, se han propuesto configurar una alternativa distinta, con los mismos mimbres. Y, entre los líderes de esta nueva alternativa, una figura ha ido sobresaliendo sobre las demás como demiurga del nuevo proyecto, Yolanda Díaz.
Sobre los personalismos
“Esos mismos hombres que se dan el título de revolucionarios, autónomos, anárquicos, etc, se han lanzado en esta ocasión a hacer política; pero la peor de las políticas, la política burguesa; no han trabajado para dar el poder político a la clase proletaria, idea que ellos miran con horror, sino para ayudar a que conquistase el gobierno una fracción de la burguesía...” “Los bakuninistas en acción, la memoria sobre el levantamiento en España en el verano de 1873” F. Engels.
Desde que fuera designada como su sucesora, al modo de los grandes césares del Imperio Romano, por el anterior líder morado, Pablo Iglesias, ha ido comiendo el terreno al resto de figuras del panteón ciudadanista, calando, como el orballo con el que gustan comparar su estilo, la actividad política de la bancada de UP en el Gobierno de coalición, hasta convertirse en la esperanza “blanca” de la izquierda.
Yolanda siempre ha pretendido huir del personalismo, pero resulta incongruente criticar, con mucha razón y un cinismo aún mayor, los proyectos personalistas y colocarse al tiempo a una misma como articuladora general, mayestática creadora y cabeza de la unidad que se busca. También lo es que el proyecto se presente tan integrador como indica su nombre: “Sumar”, y en sus primeros pasos confronte con Podemos, llenando sus actos de “escucha” de líderes y cuadros intermedios del resto de fuerzas ciudadanistas.
La protocandidata, presentaba su proyecto en Julio pasado, en estos términos: “Sumar no va de partidos, ni de siglas, va de un proyecto de país para la próxima década”. Fiel a su estilo, ha ido dejando todo abierto para que “la gente, la ciudadanía” en sus propias palabras, complete la propuesta y la proponga a ella como candidata…solo entonces adoptará una decisión sobre su postulación a la Presidencia del Gobierno.
Ha hecho de la “paciencia” (otros lo llaman ambigüedad) la principal “virtud” de su estilo de trabajo: “Respeto a todo el mundo y no me verán criticar a nadie”, respondía cuando le pidieron su opinión sobre las críticas de Pablo Iglesias. “La política es escuchar, escuchar y escuchar; dialogar, dialogar y dialogar; tender la mano, y después ser capaces de llegar a acuerdos para cambiar la vida de la gente. Para eso vale la política” resumía en otra entrevista…Un estilo este, del que se ha enorgullecido al firmar la Reforma Laboral que ponía punto y final al compromiso de derogación de la del PP, al aprobar una pírrica subida del Salario Mínimo Interprofesional, al proponer negociar con la gran patronal de la distribución el topar el precio de determinados productos… En definitiva, en lugar de lucha de clases: paciencia, empatía, tender la mano.
Y, cuando ha querido ser más concreta, ha dejado claro que su apuesta es reformista, como las anteriores, cuando no avanza un paso más hacia el campo del socialiberalismo. Hace unas semanas afirmaba en una entrevista en TVE: “Ahora conmemoramos el 40 aniversario de la victoria de Felipe González. Podemos coincidir o no con Felipe González pero él tenía un proyecto de país, y eso es lo que tenemos que hacer ahora”: “Podemos coincidir o no con Felipe González” (tampoco dice si coincide o no, ¿para qué?), uno de los políticos más venales que ha dado el régimen de la monarquía continuísta; un político que, efectivamente, tuvo y desarrolló un “proyecto de país”, el de la oligarquía, que ha dado como resultado el desmantelamiento del sector industrial español, la entrada en la UE y en la OTAN (incumpliendo sus compromisos), las primeras reformas laborales que abrieron la senda de los recortes de derechos conquistados en la lucha por el proletariado, la internacionalización del gran capital financiero, la completa liberalización del mercado inmobiliario, las leyes que han permitido la paulatina privatización de la enseñanza, la sanidad y los servicios públicos, la guerra sucia del Gal y un largo etcétera de regulaciones y normas que han tejido la red que atrapa al movimiento obrero y popular.
El estilo, los objetivos, el método…la ideología, en suma, de “Sumar”, perpetúa dos errores intencionados de la acción política propia de las corrientes políticas pequeño burguesas reformistas que están detrás del declive del movimiento popular organizado, al tiempo que perpetúa la renuncia a los objetivos revolucionarios que es la esencia del revisionismo.
En primer lugar, presenta al Estado liberal en general y al monárquico en particular como “neutral”, y a sí mismos como gestores eficaces. Insisten en que lo determinante no es el marco ni los objetivos políticos, sino la gestión de los asuntos públicos
Cuando el incumplimiento de sus compromisos queda en evidencia, como ocurre ahora, se justifican diciendo que la acción de UP en el Gobierno de coalición está condicionada por su posición minoritaria en él, que sus ministros únicamente pueden influir para intentar sujetar, al menos parcialmente, algunos derechos que de otra forma se perderían.
Ninguna de las bases del régimen monárquico ha sido puesta en cuestión por los representantes de UP. La coalición entre los revisionistas y los ciudadanistas asumen como propios los compromisos del Estado que condicionan toda acción política: ni la UE y sus políticas, ni la OTAN son cuestionadas, ni se combate el control de la oligarquía financiera de la economía, ni se hace ningún esfuerzo por poner fin a la impunidad de los sectores reaccionarios en instituciones clave del Estado: policía, judicatura, etc.
Gestión económica y política en la crisis del imperialismo
“La característica del proceso de fascistización es que la lucha de la burguesía contra la clase obrera reviste un carácter cada vez más político, en tanto que la de la clase obrera contra la burguesía se encierra cada vez más en el dominio económico reivindicativo…La clase obrera no está desmovilizada, en el sentido completo del término, durante el proceso de fascistización. El movimiento huelguísta sigue siendo en particular, a lo largo de todo el proceso, relativamente poderoso pero con esta única diferencia capital: la de que es el aspecto económico de la lucha el que pasa progresivamente al primer plano”. “Fascismo y dictadura” de Nicos Poulanzas.
Para Yolanda Díaz y las fuerzas políticas que sustentan su proyecto, el trabajo del Gobierno, como digo, es meramente técnico. Los “técnicos” como ella, no están para debates ideológicos, sino para avanzar, poco a poco; para calar, como el orballo de su tierra. “Podemos no es de izquierdas ni de derechas, está con la gente” decía en sus días de gloria como lider de Podemos, Pablo Iglesias; “Nos importa un pimiento la ideología, nos preocupa la gente” señaló en una entrevista, allá por 2015, Manuela Carmena, quien fuera alcaldesa de Madrid.
Esa es la consigna central de la burguesía ilustrada que hasta la erupción del ciudadanismo en 2014 había nutrido los gabinetes técnicos de la izquierda institucional, haciendo eficazmente su trabajo de asesoramiento de los equipos de dirección y de las Instituciones del Estado. Sus informes y orientaciones, siempre limpios, asépticos, “sin ideología” daban justificación “científica y técnica” al trabajo reformista de los dirigentes de las fuerzas que desde la izquierda han amparado hasta ahora al régimen.
El trabajo de esta burguesía nunca ha cuestionado, más allá de la discusión en tertulias, los valores, los principios del régimen que se impuso en España como continuidad del franquismo, que ampara la más implacable explotación en unas formas democráticas sumamente elásticas (elásticas porque cualquier amenaza a su dominación siempre ha tenido como respuesta un recorte de los derechos reales de la ciudadanía); nunca ha necesitado principios, objetivos generales…ideología. Así ha sido desde la consolidación del régimen monárquico. Es este un régimen que permite poner en cuestión todo, menos sus bases, sus principios, sus símbolos…su ideología, siempre al servicio del bloque de poder real que reside en la cartera de una ínfima minoría, con el rey y su familia a la cabeza.
Pero las crisis han golpeado con fuerza sus intereses de clase y un sector de esa pequeña burguesía biempensante, indignado, ha aprovechado el vacío dejado por la evidente vacuidad de la izquierda revisionista y su manifiesta incapacidad para representar los intereses de las capas populares, para dar el salto a la primera fila de la lucha política institucional. Eso fue hace ocho años; hoy pelean panza arriba contra un bloque ideológico (este sí tiene clara su ideología) que sabe distinguir por encima de sus intereses inmediatos, los objetivos generales que defiende para no perder el control político, para que la mayoría social no amenace su poder.
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Además, desarticula el movimiento popular y desarma ideológicamente a sus sectores más conscientes y organizados: La candidata, por ejemplo, no pierde oportunidad en insistir en que lo suyo no va de “egos”: “No creo que la cuestión esté en los hiperliderazgos, sino que es un desafío mucho más complejo: creo que la ciudadanía quiere participar, y hay toda una serie de problemas urgentes, cruciales que debemos pensar colectivamente, en cada país y globalmente”, ha insistido una y otra vez en sus intervenciones.
Pero hasta ahora, todo se ha limitado al trabajo institucional; la izquierda ha ignorado, altiva, la organización del proletariado y de las clases populares; ha trabajado conscientemente por sustituir las organizaciones permanentes por unos instrumentos dispersos: las “mareas”, que no tienen raices en los ámbitos donde las masas viven, trabajan, estudian o se relacionan; unas “mareas” que se activan siguiendo las ordenes de la cúpula “ilustrada”. La consecuencia salta a la vista: los barrios, centros de estudio y de trabajo son un erial de organización; la participación política de las masas se limita a apoyarles con el voto o acudir a manifestaciones puntuales y sin objetivos políticos. La acción popular se limita a servir de apoyo a estos líderes en su política reformista.
Y no es la primera vez, Yolanda Díaz, ya lo hizo con anterioridad en Galicia, en 2012 y 2015, donde en su condición de dirigente de EU, participó en la formación, primero de AGE y después de “en Marea”. En ambos casos afirmaba también que ella era “una más” de un proyecto que debía construir “la ciudadanía”; pero en ambos casos, todo se limitó a un acuerdo cupular entre fuerzas, aislado de las masas; y en ambos casos, se encargó personalmente de desarticular y aislar a los sectores de CCOO y de su propia organización más conscientes y consecuentes, enmarañando a las candidaturas unitarias en una práctica política reformista e ineficaz. La conclusión final de ese camino hacia la nada, se consumó en las últimas elecciones gallegas de 2020 con la pérdida de todos los escaños de “En Marea” en el Parlamento de la Comunidad.
Es cierto, y lo hemos dicho más de una vez, que las masas tienen una visión intrumental de la acción política y sindical; pero este error es la expresión de la actitud de los dirigentes reformistas, que ven en ellas únicamente un instrumento para auparse a las institucioneso, o para auxiliarles cuando la reacción pone en evidencia y aprovecha sus limitaciones. PODEMOS, por ejemplo, no organizó el amplísimo movimiento popular que tomó las calles, a partir de 2012, contra el Gobierno Rajoy; en aquellos días era simplemente un núcleo de “intelectuales progresistas” que aprovechó ese caudal de lucha para auparse a la primera línea de la política institucional. Lo mismo cabe decir de la otra fuerza de la coalición UP. Hay gente que olvida (o quisiera olvidar”) el papel de la dirección del PCE revisioniista en la consolidación del régimen del 78, que dejó sin cerrar un capítulo de nuestra historia que ahora quieren recordar, solo en la parte que no les duele.
Lo cierto es que el PCE fue un elemento clave, probablemente el determinante, precisamente por el enraizamiento con la clase obrera y el pueblo que entonces tenía, gracias al esfuerzo de miles de militantes y luchadores que habían combatido sin descanso la dictadura con la que Santiago Carrillo y su corte pactó un cambio sin ruptura que finalmente trajo una democracia condicionada a las necesidades concretas de los mismos sectores que controlaban el poder del Estado en lo que se ha venido a llamar “tardofranquismo”, un término que intenta “civilizar” una dictadura real que se transmutó en “democracia”, asesinando a mansalva, como había empezado.
Desde entonces, la caída en picado de un partido que representó en su momento la parte más digna, combativa y consciente del proletariado, ha terminado en la fase terminal en la que se encuentra. Se puede mirar hacia otro lado y negar la evidencia, pero, tanto el PCE como IU son desde hace mucho, organizaciones encerradas en una política defensiva, que no se plantean un objetivo propio y clasista, sino la llegada de sus representantes a las instituciones burguesas para, desde allí, intentar influir en la vida política. Fuerzas en las que la dirección se ha constituído en castas enfrentadas que utilizan el esfuerzo de sus militantes para apoyar a uno u otro dirigente tan implacable con sus propios compañeros como dúctil con las instituciones del régimen, sin más objetivo que intercambiar las poltronas.
En un reciente artículo de “La voz del sur.es”, el periodista Raúl Solis, cercano a las tesis de Podemos, definía en estos términos el tipo de organizaciones en las que se habían convertido: “…Una izquierda con muchas pegatinas que levanta mucho el puño en los mítines pero que lo mismo te pacta la Operación Chamartín con el PP, te cobra tarjetas black, se pliega a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos a la vez que marcha a la Base Naval de Rota en contra de la OTAN, introduce nuevas mordazas en la reforma de la ley de sedición…o pacta con el PP y Vox en el Ayuntamiento de Madrid el abandono de infraestructuras en los barrios a cambio de construir tres kilómetros de carril bici en la Castellana…”
La cuestión es que ahora es necesaria la articulación política de las demandas concretas de las clases trabajadoras, precisamente ahora es imprescindible determinar políticamente los objetivos de nuestra lucha frente a un Estado que no es neutral; un Estado y un régimen, constituidos para parar las demandas populares y articular la defensa de los intereses del gran capital entorno a unas normas que, reconocen formalmente los derechos de la mayoría social, pero los sujeta al control de las instituciones heredadas de una dictadura fascista; precisamente ahora es cuando las masas necesitan agrupar en torno a un bloque unitario, organizado y con objetivos políticos claros, las diferentes estructuras locales en las que se agrupan de forma natural; precisamente ahora es cuando más peligrosos resultan los tribunos que pretenden representar los intereses colectivos, utilizando como alternativa “mágica” la empatía con enemigos de clase que tienen muy claro en qué momento político estamos y no van a dudar en ir hasta donde sea necesario para imponer sus objetivos.
El argumento de los oportunistas, siempre ha sido el mismo: la gente (los ciudadanos) no participan en política y para conseguir que lo hagan y lograr la “hegemonía” social, es preciso renunciar a la ideología de clase, colocar “todos los vagones del convoy a la velocidad del último de ellos”. Qué oportuno el consejo del camarada Lenin, para estos guías del desaliento: “Un partido es la vanguardia de una clase y su deber es guiar a las masas, no reflejar el estado mental promedio de las masas…”
La política de todos los gobiernos que se han sucedido en el periodo de restauración borbónica, ha sido la completa subordinación del poder político a una minoría que concentra el poder económico; el establecimiento de unos cauces de participación que niegan en la práctica la posibilidad de control democrático de las instituciones; el reforzamiento de un poderoso aparato de control ideológico, encabezado por la Iglesia Católica, unos medios de manipulación de masas que marcan opinión y el recurso al refuerzo de la represión por la vía legal o policial, cuando todo lo anterior no logra parar la lucha popular. Nada ha cambiado sustancialmente en el fondo entre la estructura del franquismo en su última etapa y la monarquía que le sucedió.
Y en esta coyuntura, una parte de la izquierda, que hablaba de “asaltar los cielos” desde las instituciones, continúa enredada en pregonar reformas que nadie se cree, sin tocar el fondo del problema, dando la espalda al objetivo de romper real y efectivamente con el régimen monárquico, sabiendo como sabe que no es posible un compromiso entre el Estado que sustenta a la oligarquía y el pueblo. Y sus aliados revisionistas añoran volver al tran tran de la política de Palacio. Pero no están los tiempos para esto.
Dicen que la República Popular y Federativa no es la prioridad, que previamente hay que “empoderar” las múltiples identidades que conforman el pueblo. Pero lo verdaderamente cierto es que sin dar la palabra y organizar a éste para derruir este podrido y miserable régimen monárquico, no hay solución posible a los problemas de la gente. Costará más o menos lograrlo, pero sin empezar la tarea, nada va a cambiar para mejor. De esto va la política que se necesita, sra. Díaz.