Madrid, 25-26 de junio de 2016 El Comité Central del PCE (m-l) ha celebrado su última reunión en unos momentos de gran incertidumbre política, en los que la repetición de las elecciones generales prueba la crisis que aún vive el régimen monárquico, claramente deslegitimado, mientras que a escala internacional asistimos a las tendencias propias de un capitalismo en crisis que profundiza las contradicciones interimperialistas.
En primer lugar, el agravamiento de la crisis económica, mientras el capital busca nuevas vías para crear “dinero basura”, retomando el crecimiento desbocado del sector especulativo (“financierización”), que anuncia nuevas sacudidas y sobresaltos. Y, como consecuencia de ello, la creciente inestabilidad política y el incremento de las luchas.
Esta crisis se ha producido en un momento histórico en el que el campo comunista, tras la traición revisionista, se halla muy debilitado. Por eso, es la pequeña burguesía la que en un primer momento ha logrado la hegemonía del campo popular, usurpando la representación de los intereses del proletariado, mediante propuestas reformistas que no cuestionan la estructura política e institucional sobre la que se asienta el dominio del capital financiero: pretenden, en definitiva, buscar salidas que no pongan en cuestión la supervivencia del capitalismo. Pero las recetas de la época de bonanza económica ya no le sirven al capitalismo para afrontar su crisis; ya no le es posible garantizar una política de “concertación”, hacer concesiones sociales a cambio de mantener la explotación del trabajo asalariado, y en todo el mundo se quita la careta social para aplicar medidas de choque que amenazan las conquistas históricas de los trabajadores y radicalizan la lucha política. Así, las tensiones y las luchas internas que se intensifican en el proceso de unidad capitalista, sacudido por el Brexit, la guerra en Ucrania, el yihadismo, etc. están poniendo al descubierto el verdadero carácter de la socialdemocracia (la vieja y la nueva) como fiel ejecutora de la política dictada por la oligarquía financiera. Y, como contrapartida, se está produciendo un incremento de la lucha del proletariado, como en Francia y Grecia, pero también un incremento del peligro fascista, dada la debilidad de las fuerzas revolucionarias.
El Comité Central constata también un incremento de la tensión entre las grandes potencias imperialistas que se diputan las áreas de influencia, en una situación internacional de gran fluidez y alianzas cambiantes. Se mantiene la tendencia, que ya hemos señalado con anterioridad, a que las tensiones se trasladen al área de Asia-Pacífico, con una China que incrementa sin cesar su presencia en el globo, y muy notablemente en América Latina. En esa región cabe resaltar, en relación con ello y en el marco de la rivalidad China-EEUU, la crisis del populismo, que se está viendo arrastrado por la crisis económica y las dificultades del gigante asiático.
La agudización de la pelea interimperialista tiende a modificar también las alianzas en el Próximo Oriente, con la firma del acuerdo nuclear con Irán, el enfriamiento de las relaciones entre EEUU y Arabia Saudí y la creciente importancia de Turquía como gendarme en la zona, por su posición geoestratégica, en el contexto de un inestable acuerdo entre Rusia y EEUU contra el Estado Islámico. En el extremo oriente asiático, EEUU lleva a cabo maniobras conjuntas con Corea del Sur y Japón. Mientras, en África se suceden las guerras silenciadas, los golpes de Estado y el intervencionismo imperialista en Libia, el Sahel… Y, entre tanto, la OTAN se prepara activamente para intervenir en conflictos en cualquier zona del planeta, tarea en la que la situación geoestratégica de España es fundamental. Entre llamamientos a la “paz” y a defender «nuestro estilo de vida», las potencias imperialistas se rearman y se preparan activamente para una guerra que es real en países cercanos y que es fuente de permanente tensión, muertes y desplazamientos de población. Y lo hacen utilizando incluso unidades paramilitares y empresas privadas en los conflictos, todo lo cual apunta a una fascistización creciente de los países capitalistas, que comienzan a entrenar fuerzas no regulares para su uso en los conflictos internos. Todo ello pone aún más de relieve la renuncia de la pequeña burguesía a afrontar una solución democrática al problema de la implicación del estado español en la política militar del imperialismo.
En lo interno, el CC considera que la clase obrera española está pagando las sucesivas claudicaciones de las cúpulas sindicales y las imposiciones de los gobiernos socioliberales y conservadores que, redobladas desde 2010, han dejado una dolorosa estela de paro, temporalidad, desempleo juvenil, desindustrialización, pobreza y desprotección de los trabajadores. A esa sangrante situación, la Comisión Europea insiste en añadir recortes por valor de 11.000 millones, entre reducción del déficit y multas, mientras la CEOE exige nuevas mermas en los derechos laborales y sociales.
Enfrente, sin embargo, se encuentra un movimiento sindical debilitado por la crisis económica, las campañas de deslegitimación y la actitud sumisa de sus dirigentes. Esta situación ha dado protagonismo a un conglomerado de mareas caracterizadas por la dispersión, de la que ha hecho bandera el ciudadanismo.
De hecho, el surgimiento de esta corriente, con la consiguiente hegemonía del oportunismo pequeñoburgués, ha abierto un período de confusión, y por tanto debilitamiento, en el campo popular. Como ya advertíamos en marzo de 2014, la articulación del movimiento popular (por la ausencia de referencias y dirección, entre otras razones) en torno a estructuras precarias y dispersas, expresadas en una profusión de plataformas sectoriales en sanidad, enseñanza, servicios sociales, etc., sin objetivos políticos comunes ni organización, no garantizaba su eficacia ni su continuidad. Como consecuencia, el movimiento popular ha entrado en un profundo letargo, que las victorias electorales en varias capitales importantes no han podido, ni mucho menos, contrarrestar. De hecho, es cada vez más evidente que el objetivo del ciudadanismo no era encabezar un cambio real y efectivo en la situación política, sino embridar un movimiento las más de las veces espontáneo que amenazaba con desbordar los márgenes de control del sistema. Su cambio es simplemente cosmético, formal.
Para el Comité Central, pues, se abre tras las elecciones del 26 J un período de luchas, en el que será determinante que el proletariado disponga de instrumentos para hacer frente a sus tareas. Hasta ahora, el ciudadanismo ha conseguido dominar la situación y debilitar el movimiento popular, con la complicidad de una parte de la izquierda que ya llevaba años en el campo ideológico de la pequeña burguesía; pero no han puesto fin a la tensión política, que a partir de ahora se recrudecerá, mientras que la agudización de la crisis está mostrando en muy poco tiempo la ideología que hay detrás de las fuerzas “emergentes”.
Para ayudar a esa tarea de dotarnos de instrumentos, para reagrupar a miles de militantes, cuadros y activistas de la izquierda sindical y política que han quedado desorientados por los vaivenes del reformismo, hemos contribuido a poner en marcha la Plataforma de Comunistas en Madrid y el Encuentro Marxista en Galicia, y hemos sido motores del reagrupamiento del movimiento republicano, al que acabamos de proponer un programa político que ha sido aprobado por diversas fuerzas.
Con estos fines, asimismo, nuestro Comité Central se ha propuesto el objetivo de desplegar la mayor audacia en su trabajo hacia el movimiento obrero y popular, e invertir todas las energías en reforzar organizativamente el Partido, dirigiendo los esfuerzos a la juventud en particular.
En definitiva, el Pleno analiza que entramos en unos meses decisivos en todos los terrenos, en los que la situación política aboca a una confrontación de clase abierta. Después de dos años de hegemonía de la ideología pequeñoburguesa en el campo popular, de presión del ciudadanismo, comienza a verse claro que la organización de los comunistas es esencial para dirigir la lucha política del proletariado. Se trata de preparar al Partido, en fin, para estar a la altura de las necesidades: de conseguir un Partido más fuerte, más joven, más audaz.