Comunicado del PCE (m-l)
Este sábado, diversas organizaciones han convocado manifestaciones por todo el país, con lemas como «Contra la mafia, democracia». El motivo no es otro que la nueva investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno: un hecho que provoca el comprensible descontento de amplios segmentos de la población, que como mínimo intuyen lo que ello supondrá en términos de mayor opresión y explotación, así como la indignación de quienes habían cifrado sus esperanzas en un «gobierno de progreso» que desalojara al PP de la Moncloa. De hecho, han sido las maniobras del aparato del PSOE contra su propio secretario general, a lo largo de un prolongado via crucis, lo que más ha soliviantado a estos sectores, tanto por la forma en que se ha llevado a cabo la pelea interna en ese partido como, sobre todo, por el significado político de su resultado: un nuevo gobierno neofranquista que, en la práctica, se asienta sobre una «gran coalición» del PP con lo que algunos aún entienden como izquierda; aunque, a diferencia de como se ejecuta en Alemania, esta “coalición” no sirva a esa “izquierda” para tocar el poder ni de lejos. «Todo por la patria»: la suya, el capital.
No vamos a abundar en el significado político de esta jugada del cavernícola felipismo, puesto que ya dimos cuenta de ello en el número anterior de Octubre: los jerarcas del PSOE han considerado necesario hacerse el harakiri (como organización: para lo demás, siempre les quedará algún puestecito en Gas Natural, Bruselas, el FMI…), con el fin de asegurar las condiciones más estables que sea posible para proseguir la acumulación de capital, y no les ha temblado la mano a la hora de hacer rodar las cabezas necesarias para ello.
Lo que sorprende, de hecho, no es la forma ni el objetivo de este asalto a la cúpula del PSOE, sino la histriónica reacción de buena parte de la izquierda. ¿Acaso se ha olvidado la profesión de fe “socioliberal” que hizo en su momento Rodríguez Zapatero, quien supuestamente representó un “giro a la izquierda” en su primera legislatura? ¿Se ha olvidado, asimismo, que los “padrinos” de Sánchez fueron elementos como Rubalcaba, uno de los dinosaurios del felipismo? ¿O que el propio Pedro Sánchez estaba dispuesto a asumir el programa neoliberal de Ciudadanos, por más que lo enmascarara con algunos parches de carácter social, del todo incompatibles con aquel? ¿Realmente alguien tenía esperanzas reales de que un hipotético gobierno PSOE-Podemos no fuera a cumplir con los dictados de Bruselas, sabiendo que el PSOE no ha dejado de obedecerlos –cuando no de aplaudirlos–, y que Iglesias no tuvo empacho en reconocer que él «habría hecho lo mismo» que Tsipras –es decir, entregar a su pueblo atado de pies y manos a la Troika? ¿Se acaban la corrupción y «la mafia» en el PP y en el felipismo, o no son más que la marca España que ha acompañado al régimen desde sus inicios, como correspondía a un engendro del franquismo?
No, no son ni la catástrofe que supone un nuevo gobierno del PP ni el golpe interno del felipismo lo que han soliviantado a buena parte de los líderes de la izquierda. Lo cierto es que lo que tales maniobras ponen de relieve es la impotencia y el fracaso de quienes han venido desalentando la movilización popular con cantos de sirena electoreros y, sobre todo, han privado a los trabajadores y al pueblo de una alternativa política con la que hacer frente al andamiaje del régimen monárquico, corrupto y opresor. Ya se sabe: para ser la nueva ala socialdemócrata del régimen hay que ser buenos chicos ante la gran empresa, proponer candidatos pro OTAN… y, sobre todo, hacerse a la idea de que «la República no toca» (si es que alguna vez les “tocó”). Se han empeñado en jugar en el terreno y con las reglas del enemigo, han perdido y, por ello, ahora necesitan tapar sus vergüenzas con muchos aspavientos y llamando a los trabajadores a protestar contra una nueva investidura de Rajoy.
Pero difícilmente pueden ocultar que el triunfo del PP –logrado sin hacer una sola concesión– supone, ante todo, la bancarrota de la política oportunista que busca ocupar el espacio del PSOE a cualquier precio, sacrificando el programa político con el que nuestro pueblo puede plantar cara al régimen que nos oprime. Es verdad que, en esta ocasión, han sido los mandarines del PSOE los que han dado el último empujón a Rajoy. Pero no es menos cierto que el primer impulso para salir del cenagal en el que se encontraban su gobierno y el régimen lo recibió, precisamente, de los “dirigentes” que hoy se llevan las manos a la cabeza por su victoria: aquellos que, en 2014, se pusieron de perfil para no ver la decisión con la que docenas de miles de personas se lanzaban a la calle a la ofensiva, exigiendo el fin de un régimen monárquico que vivía sus horas más bajas y para reivindicar, en junio, con motivo de la abdicación de Juan Carlos, la III República.
Claro está que, pese a todas estas maniobras, ese espíritu de libertad e independencia sigue latiendo con fuerza en los pueblos de España. Por eso, muchos miles de personas saldrán a la calle o, cuando menos, se solidarizarán con toda muestra de repudio al nuevo gobierno reaccionario. Es perceptible que el pulso de la movilización se reactiva por fin, tras dos años de angustiosa parálisis, como muestran la creciente conflictividad obrera y, esta misma semana, la multitudinaria respuesta a las convocatorias estudiantiles contra la LOMCE, auténtica Santa Alianza del trono, el altar y el capital. Pero la pregunta que cabe plantear a esos dirigentes que ahora pretenden encabezar y capitalizar el movimiento popular que antes ayudaron a sofocar es ¿hacia dónde? ¿Cuál es la salida que proponen a las protestas contra la investidura? ¿La simple pataleta, el reconocimiento de un nuevo mesías de la oposición que sirva de flagelo a Rajoy, para ver si, con un poco de suerte, la legislatura no pasa de los dos años y se puede rebañar algo más del electorado del PSOE?
Ya debería ser evidente para cualquiera, a la vista de la experiencia de los dos últimos años, que la salida a los problemas que aquejan a nuestra clase no se encuentra en seguir jaleando a quienes cifran su proyecto político en una continua sucesión de «asaltos a los cielos» y descensos a los infiernos. Nuestro Partido estará en esta ocasión de nuevo junto a los trabajadores, como en todas las situaciones en las que la clase obrera ha necesitado expresar su descontento y oposición frente a los explotadores y opresores. Pero –también como siempre– no es nuestra intención situarnos a la zaga de los que siembran la confusión y la derrota en nuestro pueblo. Por el contrario, vamos a seguir peleando por una Unidad Popular tal y como la hemos entendido siempre los comunistas: como la unidad del pueblo trabajador en torno a un proletariado hegemónico, para la realización de un programa emancipador, de ruptura con la dictadura coronada del capital, y que halle su expresión política en la formación de un Frente Popular que dirija todos sus esfuerzos a hacer realidad el derrocamiento de la monarquía y construir la Tercera República Democrática, Popular y Federativa que abra a nuestros pueblos el camino del Socialismo.
Se acabaron las ilusiones reformistas, electoralistas y socialdemócratas: la reactivación del movimiento popular debe ser la base sobre la que dar pasos hacia la Unidad Popular republicana
¡VIVA EL FRENTE POPULAR!
¡VIVA LA REPÚBLICA!
28 de octubre de 2016
Secretariado del Comité Central del PCE (m-l)