PCE(m-l)
Nuestro Partido se encuentra inmerso en los debates que precederán a su X Congreso, donde estableceremos las líneas generales de nuestro trabajo para los próximos años. Las asambleas congresuales han dado lugar a interesantes y ricas discusiones, y están actuando, tal y como era nuestro objetivo, como un importante impulso a la formación y el compromiso de nuestros camaradas de la JCE (m-l), en nuestra línea de considerar la organización juvenil como auténtica escuela de comunistas.
Como cualquier revolucionario que se precie, nuestra militancia más joven aborda el estudio y el debate ideológico desde el prisma de su práctica cotidiana, que, en el tema que nos ocupa, requiere disponer de instrumentos que ayuden a la Juventud a explicar a su entorno social la necesidad y el funcionamiento de un partido marxista-leninista: una exigencia tanto más sentida cuanto que la misma idea de organización, de lo colectivo, es ampliamente rechazada y denostada, y no digamos ya cuando se refiere a la organización política. De ahí que ellos mismos nos hayan sugerido dar forma, con esta contribución, a algunas ideas surgidas en las reuniones que han considerado útiles para su trabajo militante.
En primer lugar, no se puede ver los Estatutos como un mamotreto que se agita a la hora de recriminar y sancionar comportamientos, sino que deben asumirse como una guía para nuestro trabajo político diario, por cuanto un funcionamiento organizativo correcto es la condición indispensable para hacer realidad nuestros objetivos en cualquier nivel. De poco sirve tener la mayor claridad ideológica y los mejores objetivos políticos, si no se dispone del instrumento adecuado (el partido) para ponerlos en práctica.
En ese sentido, lo primero que hay que clarificar son los requisitos para formar parte del Partido. Como zanjó Lenin en su momento, si cualquier persona tiene derecho a aspirar a formar parte de la organización, igualmente lo tiene esta a decidir quién puede ser miembro y quién no. El modelo leninista de Partido pretende ser una organización de revolucionarios “profesionales”, en el sentido de militantes entregados a ella y a sus objetivos: un partido de cuadros. Una concepción continuamente denigrada por la burguesía y sus acólitos como «sectaria», precisamente porque solo un férreo compromiso colectivo puede llevar a nuestra clase a la victoria. Una visión del partido, también, que desde que la formulara Lenin para los socialistas rusos ha tenido que enfrentarse de continuo con la concepción del partido-masa, abierto y laxo en cuanto al compromiso de sus militantes o, más bien, “adheridos”. Los últimos años han demostrado, por enésima vez, la esterilidad de este modelo cuando se plantea la lucha por el poder político en un contexto de agudización de la lucha de clases. El trabajo militante, la aplicación diaria de la Línea Política y el esfuerzo por sostener materialmente el Partido son lo que definen la pertenencia a este, y no la mera simpatía o afiliación formal. Ese es el compromiso que deben demostrar las personas que aspiran a incorporarse al PCE (m-l), y se hace individualmente para obstaculizar los “desembarcos” que en ciertos momentos se han producido en los partidos comunistas, ya sea por razones de prestigio o por mero oportunismo.
En coherencia con lo dicho, la militancia debe esforzarse por mantener la unidad y coherencia del Partido, pero no como un fin en sí mismo, sino en lucha con la penetración de la ideología burguesa y en conexión con la formación ideológica de cada camarada y su desarrollo como cuadro dispuesto a asumir responsabilidades cada vez mayores. No se trata de tener una organización obediente y sumisa, sino consciente de sus deberes para con el proletariado; y ello incluye formarse como dirigentes del Partido y de las masas, volcarse en el trabajo hacia nuestra clase, esforzarse por incorporar a obreros y obreras al Partido y no permanecer ensimismados en lo interno.
Cuando hablamos de cohesión ideológica y política merece la pena señalar que, para el PCE (m-l), la crítica constructiva (y la autocrítica), así como la lucha contra cualquier tendencia autoritaria, clientelar o caudillista en el seno del Partido, constituyen no solo un derecho, sino el deber de cualquier militante, independientemente de su experiencia y órgano de militancia. Esta es la perspectiva con la que los marxistas-leninistas debemos abordar la práctica del centralismo democrático, para que no acabe degenerando en burocrático. Junto a ello, la dirección colectiva, es decir, la toma de decisiones como fruto de la discusión en los órganos, y la responsabilidad individual a la hora de ponerlos en práctica, son los rasgos que otorgan su potencial transformador a esta concepción –proletaria– de la democracia; de otra manera, caeríamos en el “ordeno y mando”, o bien en el espontaneísmo y la dispersión. El centralismo democrático significa, además, que toda la militancia debe aplicar los acuerdos tras su discusión y aprobación, sometiéndose la minoría a la mayoría. La historia del revisionismo, trufada de divisiones y luchas internas, con su corolario de parálisis y frustración, nos indica a las claras que una práctica que fuera ajena a esta forma de entender el funcionamiento del Partido nos convertiría en un obstáculo, en lugar de un instrumento, para la emancipación de nuestra clase.
En lo que respecta a nuestra estructura organizativa, cabe recordar que esta se deriva de las necesidades que marca nuestro trabajo político, por lo que no tiene sentido establecer artificialmente organismos que no harían más que desviar nuestras fuerzas de lo realmente importante: contribuir a la transformación revolucionaria de la sociedad. Es en los órganos del Partido, desde la célula –organizada allí donde se puede desarrollar un trabajo militante– hasta el Congreso, donde se concretan los principios expuestos más arriba, y desde los que se prepara y ejecuta nuestra acción política. Y es ahí donde llevamos a cabo, asimismo, una parte fundamental de nuestra inacabable formación como militantes y cuadros: una actividad que constituye un esfuerzo y un compromiso ineludible de todos los organismos del Partido, para asegurar la multiplicación y la renovación de nuestros cuadros dirigentes.
Merece la pena detenerse en la relación que debe mantener el Partido con su Juventud. A nadie se le escapa que vivimos un período en el que la generalizada desafección hacia la organización política ha alcanzado incluso a la militancia que se reclama comunista, al menos en sus segmentos más jóvenes: una especie de réplica comunista del adanismo del 15M y Podemos. Con ello, la coherencia política es sustituida por la espontaneidad, y la cohesión ideológica por el eclecticismo; eso sí, acompañados siempre por una puesta en escena que intenta convencer justamente de lo contrario.
Este es un fenómeno que viene de lejos, una onda que comenzó con la separación de buen número de organizaciones de sus respectivos partidos y que acompañó a la eclosión del “ciudadanismo” y sus pretendidas innovaciones “regeneradoras” y populistas. A nosotros también nos afectó, y por eso, aunque siempre hemos llevado a rajatabla el principio de que la JCE (m-l) es una escuela de cuadros –y no una fuente de mano de obra–, promocionando a sus militantes más destacados, hemos procurado desde entonces reforzar la relación y el impulso –que no la tutela– de la Juventud desde todos los órganos del Partido, por diferentes medios. A la vista está, dado el número de cuadros jóvenes que se van incorporando a las tareas y labores de dirección del PCE (m-l), que el esfuerzo ha dado sus frutos.