JCE(m-l) de Salamanca
Merece la pena observar la historia del 8 de marzo de 1875 en Nueva York. No debemos obviar a aquellas huelguistas, que derramaron su sangre por salarios dignos, a las que masacró la policía por exigir mejoras en sus condiciones laborales. Así, el asesinato de estas 120 compañeras resonó por el mundo entero y sirvió, no para amedrentar al proletariado, sino para otorgarle un ejemplo de lucha incontestable. Los explotadores pensaron que aquella matanza acallaría la emancipación de la mujer, pero solo sirvió para inspirarla.
Literalmente, 150 años han pasado desde aquella huelga de las trabajadoras textiles de EEUU y, como acostumbra, la socialdemocracia, cada cierto tiempo, revisita este hecho histórico, al que cubre de halagos, rosas e hipocresía: ese mismo gobierno “progresista”, que conmemora a las huelguistas de 1875, envía tanquetas contra los manifestantes en Cádiz o recurre a la violencia sexual contra las mujeres para obtener información sensible de movimientos políticos y sociales.
Este 8 de marzo, las fuerzas “progresistas” parlamentarias exhibirán lo comprometidas que están con el feminismo mientras desahucian a madres solteras, se reúnen con al-Golani en Siria y mantienen a agresores sexuales en sus organizaciones hasta que las víctimas los destapan. ¿Qué íbamos a esperar de quien se llena la boca hablando de derechos para la mujer a la par que aplica medidas económicas que empobrecen a la clase trabajadora? ¿De aquellos ineptos que promulgan leyes que desprotegen a las mujeres maltratadas? Colgarán un lazo rosa de sus trajes con la conciencia aliviada, tratando de camuflar que su único “argumento” para decir que su gobierno lucha por las mujeres (por supuesto, al margen de la clase social) es que tuvo más ministras que ministros. A los homenajes de víctimas de la violencia machista asistirán los cuerpos represivos del estado, que cuentan con multitud de asesinatos de mujeres a sus espaldas y qué decir de maltratadores condenados a los que la prensa burguesa condona, mientras sostiene que la violencia sexual es cosa de los inmigrantes.
Ante esta tesitura, la mujer trabajadora se enfrenta a un horizonte oscuro y desesperanzado, donde ni un solo partido del arco parlamentario defiende sus intereses. No solo eso: debe aceptar que ese mismo estado, que legaliza su explotación laboral, gestiona su opresión de género y aniquila sus derechos, es el encargado de protegerla. Sí, 150 años han pasado, mas la opresión de género, igual que la de clase, existirá mientras exista el capitalismo. Las pequeñas reformas que los gobiernos burgueses han consentido a lo largo de la historia las ha conquistado la clase trabajadora a base de luchas encarnizadas, donde el capitalismo se ve obligado a hacer concesiones para autopreservarse. No obstante, queda claro que las democracias burguesas occidentales han llegado a un punto de no retorno, donde las propias leyes económicas del sistema capitalista las obligan a recortar los derechos civiles conquistados en pos del aumento de beneficios para la burguesía, el gasto militar y la subyugación al imperialismo. En esta tesitura, los derechos de la mujer valen tanto como una rama de olivo, que simbólica y adulada, es pisoteada por los tambores de guerra. La necesidad de los estados capitalistas europeos por sumarse a la más alta instancia del libre mercado (donde hace tiempo que EEUU y China son las potencias en liza) representa un buldócer para cualquier derecho que haya arrancado nuestra clase social de las garras burguesas. Los derechos de la mujer trabajadora para los capitalistas, como indicase Kollontai, lo son solo en papel, nunca en la práctica: actualmente asistimos a una prueba inexorable de esto: los partidos “progresistas”, pese a su verborrea pública, saben que la vía parlamentaria no tiene más recorrido y que el estado burgués ya ha dado todo lo “bueno” que podíamos exigir. Los más reaccionarios directamente abogan por una concepción de la mujer intrínsicamente fascista: atacan el aborto, fomentan el maltrato verbal desde el estrado (también el físico), la relegan a las tareas y los cuidados domésticos e incluso ponen en duda la violación —excepto si el responsable hubiera podido ser inmigrante—. Detrás de semejante giro reaccionario respecto a la década anterior, encontramos corporaciones políticas (proto)fascistas a nivel supranacional, burgueses cada vez menos dubitativos de que la palanca fascista vuelve a ser la más conveniente. También, hallamos auténticos misóginos y maltratadores capitalizando las redes sociales, quienes invitan a sus millones de seguidores a justificar la violencia contra la mujer “porque todas son unas guarras” (sic), influencers fomentando estereotipos de género tremendamente lesivos para las niñas y niños.
Asimismo, encontramos la ineptitud de los partidos pequeñoburgueses y ciudadanistas, que durante una década han tratado de convencer a la clase trabajadora de que votándolos acabaría su explotación, a las mujeres de que el estado burgués velaría por su seguridad y emancipación. Naturalmente, resulta imposible cumplir estas promesas en el marco económico capitalista, porque la propia existencia del mismo atenta contra cualquier derecho de los desposeídos, de las oprimidas por su clase y su género. Los partidos ciudadanistas son responsables directos de haber vendido a nuestra clase un paraíso irrealizable dentro del capitalismo, mientras boicoteaban pequeños estallidos rupturistas. Son responsables directos de la decepción de generaciones de trabajadoras enteras, que desconfían de cualquier giro progresista o ponen en él más fe que confianza. La situación para la mujer trabajadora se antoja especialmente cruda, con una reacción cada vez más echada al monte y una izquierda parlamentaria que, en el mejor de los casos, ofrece posmodernismo precario frente a quienes justifican violaciones y asesinatos contra mujeres.
Ante semejante situación de barbarie, la organización comunista es la respuesta. La emancipación no procederá de socialdemócratas o social-liberales. ¿Qué decir de quienes disfrutan de imaginar la esclavitud de la mujer? De quienes darían lo que fuera por perpetrar en cada 8M la matanza de 1875. Frente esas bestias, frente a la inacción pequeñoburguesa, debemos erguirnos, tumbar este sistema infecto, levantar un mundo nuevo. El eco de aquellas huelguistas de hace más de un siglo debe inspirarnos y unirse a las voces de las mujeres revolucionarias que dieron todo por esa sociedad nueva, por acabar con la opresión de clase, género, raza, etc. La organización comunista es enemiga irreconciliable de la opresión del género humano y, a lo largo de esta lucha, Krúpskaya, Zetkin, Ibárruri, Luxemburgo, Armand, Elena Ódena, etc., nos indican el camino.
La solución no pasa por pociones mágicas o sectarismos, sino por la construcción de un poder alternativo donde la mujeres y hombres de clase trabajadora capitaneen la organización de la revolución socialista. Queda claro que si la organización comunista resulta ajena a nuestra clase social, la mujer obrera no es una excepción. Por este motivo, las y los camaradas de la JCE (m-l) deben redoblar esfuerzos para que sus entornos laborales, estudiantiles, afectivos, no caigan en desesperanza o apatía. Persona por persona, sumemos a nuestra clase social a la causa justa, no en abstracto, sino a la única capaz de liberar a las mujeres trabajadoras de su doble yugo, de poner fin a la especulación con la vivienda, el desmantelamiento de la educación o la sanidad, la guerra contra nuestros hermanos y hermanas de otras naciones. Blandimos orgullosamente la bandera roja que otorgó unos derechos a las trabajadoras de 1917 que resultan quiméricos en la actualidad. La de todas las mujeres que por primera vez accedieron a la educación sin segregación, a la dirección organizativa, a la comandancia de la sociedad, a la derrota del fascismo en el campo de batalla. Toda nuestra experiencia, con sus errores y aciertos, nuestra voluntad de aprender, de arrimar el hombro nos capacitará para recoger las inquietudes de las mujeres trabajadoras en una jornada que representa la lucha contra la opresión salvaje que sufren cada día. Seremos inflexibles con aquellos que aspiran a esclavizar a la mujer y, por cada uno de estos seres infectos, cien compañeras romperán sus cadenas. No daremos ni un paso atrás en las conquistas logradas, ni respecto a las que quedan por alcanzar. Inspiraremos a las trabajadoras del mundo entero para que ejerzan en la organización comunista la labor transformadora de un mundo donde la opresión del hombre sobre la mujer sea un recuerdo tan amargo, como superado.
¡Viva la lucha de las mujeres trabajadoras!
¡Abajo la opresión de género y clase!
¡Viva el día internacional de la mujer trabajadora!