A. Bagaúda
Los errores metodológicos del CIS, unas derecha extrema y extrema derecha vomitando ponzoña sobre el tema un día sí y otro también, unos medios de comunicación que, en lo esencial, reproducen su discurso y crean alarma social y cierta “izquierda” institucional que se contamina del mismo, han situado la cuestión de la inmigración, el pasado mes y según aquella institución oficial, como el principal problema para los españoles.
Las migraciones han sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad, atravesando temporalmente los distintos sistemas socioeconómicos por los que ha transitado. En la época del capitalismo y, sobre todo, en su etapa imperialista, cobra una especial importancia. Y ahora, como veremos, el fenómeno cobra una dimensión mayor.
El número de migrantes internacionales ha aumentado en las últimas cinco décadas, sobre todo desde los años 90. En 1990: 153 millones (2,87 % de la población total); En 1995: 161 millones (2,81 %); en 2000: 174 millones (2,83 %); en 2005: 192 millones (2,93 %); en 2010: 221 millones (3,17 %); en 2015: 249 millones (3,37 %); y en 2020: 281 millones (3,6 %). Esta cifra triplica con creces la de 1970. En 2020 tenían las proporciones más altas de migrantes Oceanía, América del Norte y Europa, con un 22%, un 16% y un 12%, respectivamente. En Europa, se ha pasado de los 49,6 millones en 1990 a los 86,7 millones en 2020 (Informe 2023 OIM-ONU). “Hasta el 27 de noviembre de 2023, la OIM ha registrado 264.000 entradas irregulares a la UE por tierra o mar, en comparación con casi 190.000 en 2022 y 150.000 en 2021” (unric.org, 14/12/23). “Los principales corredores llevan generalmente de países en desarrollo a economías más grandes…” (Informe 2023 OIM-ONU).
Estos datos muestran dos tendencias generales: un aumento destacado de las migraciones y la dirección y sentido de las mismas, de los países dependientes a los países capitalistas más desarrollados. Ambas están ligadas a la causa básica a la que responden: vivir o sobrevivir. Y dos son las razones, la primera de orden económico y la segunda de orden político: la falta de trabajo, que impide su sustento y cobijo y/o el de su familia, y las guerras, conflictos bélicos y la persecución y represión, que ponen en riesgo su integridad física.
Vayamos con la primera. Los derroteros que ha tomado la economía capitalista pueden ayudarnos a comprender en buena medida el fenómeno de las migraciones y por tanto a atisbar la causa de fondo y plantear alternativas y soluciones. Curiosamente, los años 70 coinciden con la adopción por su parte de un nuevo modelo de acumulación, el neoliberalismo, que supuso un empeoramiento de la condiciones laborales y de vida para decenas de millones de trabajadores y procesos de privatización de lo público que reducía prestaciones y servicios sociales. A partir de finales del pasado siglo, la financiarización de la economía empezaba a ser un rasgo cada vez más acusado: el capital especulativo iba ganando terreno al capital productivo, porque era más rentable, con lo que suponía una vuelta de tuerca más para las masas trabajadoras. La crisis de 2008 y la actual, con sus recortes y desbordamiento de las privatizaciones abundaban en la misma dirección. Consecuencias: paro y precariedad, depauperación y empobrecimiento de cada vez mas sectores de las masas, falta de oportunidades y de seguridad social y aumento de la miseria y la desigualdad, que nos hablan de los motivos socioeconómicos que obligan a las personas a desplazarse a terceros países.
Respecto a la segunda, a finales del siglo XIX hacía acto de presencia el imperialismo, como etapa superior del capitalismo. Se caracteriza por la formación de monopolios como antítesis de la libre concurrencia anterior, la aparición del capital financiero, el predominio de la exportación de capital sobre la de las mercancías, el reparto del mundo entre los monopolios y la lucha entre las grandes potencia imperialistas por ese reparto. Así, el imperialismo ha sido y es el causante último de las dos guerras mundiales y de la multitud de conflictos y de la sangría de vidas humanas que han jalonado la historia de la humanidad desde entonces. Las potencias pugnan por consolidar sus mercados internacionales y hacerse con otros nuevos, por mermar la influencia de sus competidoras y debilitarlas, lo que lleva consigo agresiones, invasiones y ocupaciones sin fin, el neocolonialismo, guerras de rapiña, auspicio de golpes de Estado, entronización de gobiernos títeres, genocidios, asesinatos en masa, la opresión de los pueblos,… De todo esto huyen los habitantes de esos lugares. Al tiempo, el imperialismo hace dependientes a los países que tiene bajo su bota, lo que impide el normal desarrollo de su economía, con graves consecuencias económicas, laborales y sociales, que también aguijonea la emigración.
Vivimos momentos en que se está dando una agudización de las contradicciones entre las grandes potencias imperialistas, que espolea la configuración de dos grandes bloques (EEUU/UE vs China/Rusia), cada vez más enfrentados y no solo en el plano comercial y económico. En este marco el signo del último lustro es el aumento de las guerras y conflictos, del militarismo y la carrera armamentística y de los discursos incendiarios de guerra. “La guerra es la continuación de la política por otros medios” (C. V. Clausewitz), y la política burguesa es la expresión de los imperativos del sistema capitalista-imperialista. El democratísimo Consejo de Europa, al calor de la guerra de Ucrania, lanzaba el pasado marzo la consigna que siempre han abanderado los incendiarios de guerras, los que han llevado a la humanidad a conflictos bélicos de terribles consecuencias: si vis pacem parabellum. “Si queremos la paz debemos prepararnos para la guerra”, defendía.
En junio de este año aparecía el informe de Paz Global, que concluía “que el estado actual de paz es el más frágil desde la Segunda Guerra Mundial”; “desde entonces no había habido tantos conflictos activos, 56, cada vez con un mayor componente internacional porque participan en ellos directa o indirectamente 92 países”; “97 países en el mundo han deteriorado sus niveles de paz y muchas de las condiciones que preceden a grandes conflictos son mayores de los que ha sido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial” (www.eitb.eus, 11/06/24).
Pensemos en África, de donde llega una parte muy importante de inmigrantes a Europa. Históricamente una región colonizada y neocolonizada, se ha convertido en los últimos años en una zona estratégica de disputa entre las grandes potencias imperialistas, por sus ricos recursos naturales (petróleo, coltán, cobalto,…), necesarios para mantener la maquinaria de las grandes economías capitalistas, especialmente en lo relativo a la producción de tecnología punta y verde. La tradicional influencia de Francia (sobre todo en el Sahel) y, en general, de Europa y EEUU, se está viendo muy mermada por China y Rusia, que tienen una implantación cada vez más destacada, hasta el punto de que están desplazando de no pocos países a esas grandes potencias occidentales, que se resisten. Golpes de Estado y conflictos sin fin en Mali, Burkina Faso, Sudán, R. D. del Congo, etc. son resultado de la pugna mundial entre esas grandes potencias, que se dirime también en el continente negro, al que sacude, forzando los desplazamientos en mayor número. Botón de muestra: el conflicto sudanés ha obligado a desplazarse de sus hogares a 12 millones personas; de Burkina Faso han huido 300.000 personas aunque el grueso está acogida en países vecinos (“Torturas, secuestros, asesinatos y violaciones: las guerras de África empujan a los refugiados a la infernal ruta del Sáhara”, elpais.com, 05/07/24).
Este aumento de guerras y realidades conflictivas en el mundo se corresponde, como apuntan los datos de arriba, con un aumento sustancial del número de migrantes internacionales, que buscan fuera de sus fronteras una oportunidad de vida. El panorama bélico actual, por las razones vistas, probablemente irá empeorando lo que indudablemente provocará un aumento de las migraciones.
Si la moneda (oportuna metáfora) del capitalismo tiene dos caras, siendo el anverso el imperialismo, en su reverso nos encontramos al fascismo. Lo trataremos más detenidamente en próximas entregas, pero sí queremos, antes de cerrar el artículo, adelantar una cuestión. Si decimos que el aumento de las contradicciones entre las potencias activa un mayor número de conflictos no debemos olvidar que el fascismo es la fuerza abanderada del chauvinismo más guerrerista y agresivo, incendiario de guerras, que ahora está no solo en auge sino constituyéndose en alternativas de gobierno, copando instituciones, también de la UE, al calor de la crisis económica (consustancial al capital) y, precisamente, utilizando a los inmigrantes como cabezas de turco de ésta, sobre los que escupen toda su bilis demagógica. De modo que, permítasenos decir: A más imperialismo, más emigración; a más emigración, más fascismo; y a más fascismo, que cataliza la agresividad del imperialismo, más guerras y conflictos que, por ende, producen más emigración. Una especie de círculo vicioso que solo se puede romper desde el combate firme al imperialismo, al fascismo y a todas sus instituciones, organizaciones y agentes.