stalin

 

Por Efrén H.

Thomas Mann, el alemán  premio Nobel de literatura, se enfrentó  abiertamente a los que pretendían colocar en el mismo plano a la  Alemania de Hitler con la URSS de Stalin: «Colocar en el mismo plano moral el comunismo ruso y el nazifascismo, en la medida en que ambos serían totalitarios, en el mejor de los casos es  una superficialidad; en el peor es fascismo. Quien insiste en esta  equiparación puede considerarse un demócrata, pero en verdad y en el fondo de su corazón es en realidad ya un fascista, y desde luego sólo combatirá el fascismo de manera aparente e hipócrita, mientras deja todo su odio para el comunismo.»

El 6 de marzo de 1953, al día siguiente de su muerte, la radio soviética emitió este comunicado del Partido: “A todos los miembros del Partido. A todos los trabajadores de la Unión soviética. El corazón de Iosif Visariónovich Stalin, compañero de armas de Lenin y genial continuador de su obra, guía sagaz y educador del Partido Comunista y del pueblo soviético, ha cesado de latir”.


La noticia del fallecimiento de Stalin conmocionó a los comunistas y a los trabajadores de todo el mundo. En la Unión Soviética y fuera de ella, decenas de millones de hombres y mujeres sintieron un profundo dolor por la pérdida del dirigente soviético. Y no es de extrañar. Durante veinticinco años, Stalin había marcado, dentro de lo que era la dirección colectiva del partido, las líneas maestras de la política y la economía de la URSS. Y el resultado fue espectacular. La planificación económica de los años treinta había convertido a la Rusia soviética en la segunda potencia industrial del mundo; el analfabetismo fue erradicado y el nivel científico y cultural había colocado al país a la altura de las naciones más desarrolladas; la agricultura se colectivizó y mecanizó y el número de ciudades se incrementó rápidamente. La vieja Rusia atrasada de 1917 se había transformado en un país moderno, poderoso militarmente, con una inmenso potencial industrial y científico. Toda esa transformación tuvo un colofón heroico y trascendental para la Humanidad: la victoria soviética sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Y ese cambio gigantesco se había logrado gracias a la construcción del socialismo, iniciado a partir de 1928. Mientras el capitalismo se hundía en la Gran Depresión de 1929, la Unión Soviética crecía a un ritmo vertiginoso, alcanzándose el pleno empleo.
Ese fue el gran crimen de Stalin que la burguesía no le perdonaba ni le perdona: haber construido una sociedad socialista, haber demostrado en la práctica que existía una alternativa al capitalismo.
Por esa razón, porque la URSS se había convertido en un referente para los trabajadores y campesinos de todos los continentes, la burguesía de todos los países orquestó una campaña de calumnias y mentiras para desprestigiar la figura del gran dirigente soviético.
Al frente de la campaña antiestalinista siempre han estado los historiadores académicos. No hay duda de que algunos de ellos han hecho críticas fundadas, que podemos no compartir, pero que se han realizado desde posiciones honestas y con criterios científicos, pero, en el caso de España, la mayoría de estos prebostes universitarios, asentados en cátedras que han obtenido en oposiciones amañadas y caracterizados por su soberbia, envidia y egolatría, se han dedicado simplemente a la difamación, copiándose unos a otros y repitiendo cifras astronómicas de fusilados y encarcelados que nunca comprobaron en fuentes de archivo. Y cuando la apertura parcial de los archivos soviéticos desmintió estas cifras, han sido incapaces de rectificar, haciendo gala de una falta de honradez intelectual que pone en evidencia lo que son: un grupo de engreídos, de escasísima talla intelectual, que comen del pesebre que les ofrece la Universidad en forma de becas de investigación, congresos, máster, etc. Ahora bien, no han estado ni están solos. Siempre les han acompañado un grupo de compañeros de viaje integrado por trotskistas, anarquistas y revisionistas, que siguen paseando su letanía por diferentes foros. Buena parte de ellos, en su debacle política e ideológica, aceptaron la financiación de la CIA en los años de la Guerra Fría y terminaron adoptando posiciones claramente reaccionarias y criminales, como Orwell, que no dudó en denunciar a comunistas británicos ante los servicios de inteligencia del Reino Unido.
La mayoría de ellos está en el pudridero de la Historia, mientras nosotros, camaradas, los terribles estalinistas del PCE (m-l) seguimos aquí, enarbolando la bandera de la República española y la bandera roja del comunismo, como lo hemos venido haciendo desde la fundación del Partido en 1964.
Con motivo del centenario de la Revolución de Octubre vamos a asistir a una campaña de tergiversaciones que va a tener como objetivo no solo a Stalin, sino al propio hecho revolucionario de 1917, en un intento de presentar la revolución como un fracaso absoluto que desembocó en una feroz tiranía. La oligarquía inyectará dinero para la organización de Congresos y Seminarios, incluso sacará de nuevo a pasear a las momias trotskistas para que nos cuenten lo maravilloso e inmaculado revolucionario que era Trotski, frente al pérfido Stalin. No vamos a caer en provocaciones, todo lo contrario. Sin estridencias, vamos a contestar a las mentiras con rigor científico, con seriedad, desmontando las falacias del enemigo de clase, reivindicando una revolución que cambió el mundo y que sigue marcándonos el camino en la lucha por el socialismo. La Revolución de Octubre y las enseñanzas de Lenin y Stalin forman parte del pasado histórico, pero están vigentes y proyectan su luz hacia el futuro.