Por Sofía Ruiz
Los procesos migratorios contemporáneos en los países subdesarrollados están marcados por los efectos de la aplicación de las políticas neoliberales. El incremento de los niveles de desempleo y los índices de pobreza, la precarización y desregulación laboral, convirtieron a la migración en una maniobra de supervivencia para un importante número de mujeres. Sin embargo, como dice Waquant, el desarrollo de las lógicas neoliberales ha reproducido un nuevo régimen de desigualdades y marginalidades urbanas a escala planetaria.
El mercado laboral español con la llegada del modelo de acumulación basado en la flexibilidad ha presenciado una rápida precarización del empleo, por medio de la proliferación de contratos de trabajo a tiempo determinado, de la facilitación de los despidos y de la extensión de la economía informal.
Este mercado de trabajo español, precarizado y segmentado es el marco en el que se produce la discriminación laboral de la población inmigrante y su establecimiento en los escalafones más bajos de la estructura ocupacional.
El incremento masivo de la inmigración femenina actual tiene mucho que ver con los cambios socio económico y demográfico de las últimas décadas en las sociedades occidentales: el envejecimiento de la población, la creciente participación femenina en el mercado de trabajo y la dificultad de compatibilizar la doble adscripción de la mujer a la esfera productiva y a la reproductiva…
La crisis económica de 2008 ha acentuado y profundizado la crisis de los cuidados; Las políticas de ajuste y de contención del gasto público suponen una reducción significativa del gasto social en este tipo de servicios. En España se asiste a un deterioro del estado del bienestar sin que previamente se hayan desarrollado suficientemente las prestaciones sociales, y las tendencias para que la familia sea la proveedora directa de estos servicios, conlleva una situación conflictiva y de mayor carga de trabajo para la mujer dentro de la familia…Es en esta situación donde aparecen espacios para la actividad laboral de las mujeres inmigrantes.
Actualmente la pequeña burguesia urbana española necesita empleadas de hogar y la inmigración latinoamericana cubre esta necesidad. Esa pequeña burguesía urbana que había eliminado el concepto de servidumbre y que se cuestionaba la división sexual del trabajo, vuelve a contratar a empleadas para atender su hogar y cuidar a sus niños y ancianos a domicilio, en condiciones que rayan la servidumbre, reitera la responsabilidad domestica como un conjunto de actividades que recaen sobre las mujeres, por su condición de mujeres, y realiza un trasvase de cargas reproductivas hacia mujeres de la clase obrera.
El abandono de la clase por parte del feminismo y la exaltación del genero para explicar todo tipo de opresión de la mujer, nos lleva a que el debate sobre el servicio domestico no esté en la agenda feminista, más preocupada con reivindicaciones aceptables por los grandes Organismos Internacionales, como la igualdad o la violencia de género donde se ejemplariza la dominación del hombre sobre la mujer, reduciendo el problema a un enfrentamiento entre sexos y desviando el inmenso potencial de lucha femenina contra el capitalismo. Pero la sociedad capitalista está dividida en clases no en géneros, el género no puede englobar la dominación y la explotación de clase y esto es evidente en el servicio domestico, donde las mujeres de la clase obrera inmigrantes trabajan a bajo costo, sin estabilidad y con una gran ambigüedad en la relación “laboral”, sin prestaciones de desempleo, incapacidad o enfermedad y con horarios de hasta 60 horas semanales… Pero la dominación de clase no solo se da en el plano material, sino también en el plano ideológico, por medio de las relaciones psico-sociales desarrolladas en el medio familiar.(Judit Rollins: entre femmes. Domestiques et leurs patrones)
Las relaciones laborales de las empleadas domesticas implica, en general, una relación personal entre la trabajadora y su empleadora. Sin embargo, el empleo doméstico, consiste en una relación contractual entre dos actores con diferentes intereses y de diferentes clases sociales: la empleada y la patrona. La relación aunque teñida de afectos constituye una relación de poder, de dominación de clase. Por ejemplo la patrona siempre trata de “tu” a su empleada y por su nombre de pila, mientras que la empleada utiliza el usted para relacionarse con su “señora”. Esta familiaridad sirve para poner de manifiesto una superioridad de clase y establecer una relación paternalista-materna lista. La empleada vive en la zona de servicio y la cocina es su espacio principal, existiendo un territorio reservado para la señora y su familia al que no accede la empleada como una forma de perpetuar las relaciones de dominación a través de la segregación espacial. También otros tipos de discriminaciones resienten a las empleadas como el no comer lo que la familia sino un menú aparte, más barato y austero.
Existe el “mito de generosidad” de aquel que ofrece el empleo y el “mito de deuda” de la trabajadora hacia la empleadora (Natacha Borgeaud-Garciandía). En el servicio domestico, donde la dominación está fuertemente ligada a la idea de que las posibilidades de trabajar en otro lugar son restringidas, incluso inexistentes, y que el trabajo, en el caso de las internas proporciona también comida y techo, la gratitud acompaña a la contratación, a pesar de las condiciones de trabajo o el tipo de contrato, que es claramente no igualitario. Estos “mitos” penetran y lubrican los engranajes de la dominación a través de la personalización de las relaciones. Pero a pesar de ellos existe la realidad diaria que hace que las obreras sean conscientes de que ese empleo que se les ofrece “generosamente” es extremadamente infame, duro, precario, inestable y nocivo, de ahí que hablen de SERVIR y no de trabajar y que se definan, en palabras de Sueli Carneiro, “como parte de un contingente de mujeres con identidad de objeto. Ayer, al servicio de frágiles señoritas y de nobles señores tarados. Hoy, empleadas domésticas de las mujeres liberadas”.
Como dice Beatriz Gimeno: ¿Quién limpia la casa de la limpiadora? ¿Quién cuida a sus niños? Al final de la cadena, la clase pervive sobre el género a no ser que acabemos con la división sexual del trabajo y con la privatización del servicio doméstico. Un feminismo que ignora esta situación tan evidente y tan habitual en nuestras ciudades es un feminismo que no puede interesar a las mujeres sujetas a la dominación de clase.
Todas las mujeres forman parte de una clase, y aunque es evidente que existen muchos aspectos de la opresión de las mujeres marcadas por el género, que nos unen, las diferencias de clase nos dividen y no se pueden resolver en el sistema capitalista porque como vemos la liberación de unas trae consigo la opresión de otras.
Está claro que no se puede acabar con la opresión de las mujeres sin acabar con la reproducción privada. Y acabar con la reproducción privada significa poner en marcha una revolución de las relaciones sociales:
El feminismo actual ha optado por abandonar el objetivo de liberación y centrar su lucha en las reformas, muy limitadas, que son posibles en el sistema actual, lo que significa progresos individuales para algunas mujeres.
Creemos que no podemos abandonar el objetivo de la liberación de la mujer, o mejor de las mujeres, y para ello debemos identificarnos e incorporarnos a la lucha de la clase trabajadora contra la sociedad existente como forma de destruir las estructuras responsables de la opresión de las mujeres.