justicia

 

Editorial de Octubre nº 102

“Semejante condescendencia ha llamado justamente la atención pública. Hasta se asegura que la audiencia en vez de agravar la pena la suavizará más. Dícese que han mediado presentes a los cuales la integridad del juez ha resistido con nobleza y con honor; pero que después han intervenido ciertos recados imperiosos de Palacio, a cuyos fulminantes amenazas no ha podido sostenerse el magistrado, haciéndole blandear desgraciadamente en su fallo” (B. Pérez Galdós, “Episodios Nacionales. El Grande Oriente”).

Escrito en junio de 1876, sobre los acontecimientos del trienio liberal (1820-1823), pareciera que no ha pasado el tiempo y nos recuerda lo acaecido recientemente con la sentencia del juicio del Caso Nóos.


La monarquía sigue anclada en las tierras de España. Aquí nunca se hizo lo que se debiera para tener, siquiera, una democracia burguesa moderna. Aquí no hubo revolución burguesa; aquí no hubo guillotina. Aquí, salvo cortos periodos de tiempo, no ha habido una verdadera ruptura con un sistema de crápulas, especuladores y ladrones, caciques, oscurantistas y lamerones; con las castas reaccionarias y sus esbirros. Llegó el siglo XX y con él la esperanza de que el pueblo tomara en sus manos su propio destino, pero esas mismas castas tomaron forma fascista, ahogaron el intento en sangre, nos sepultaron en cunetas y lanzaron a las cavernas. Tras 40 años de oscuridad el 75 abortó un continuismo vergonzante de tal modo que podemos decir que “de aquellos polvos estos lodos”. La misma reacción, el mismo oscurantismo y caciquismo, la misma corrupción. Siguen mandando los mismos, con las mismas mañas, la misma oligarquía amparada bajo el escudo monárquico y divinizada por la Cruz.
No es de sorprender, pues, la sentencia del Caso Nóos y la prevaricadora decisión de la Audiencia de Baleares sobre el gandul y ladrón Urdangarín. Absolución, porque es toda estulticia, de la “hermana de” e “hija de”, para la “cooperadora necesaria”, la infanta Cristina; 6 años y 3 meses de cárcel para su esposo, pero que por resolución del citado juzgado está libre como un (buen) pájaro, en Suiza (con la sola limitación de presentarse al juzgado de ese país una vez al mes), hasta que se resuelva su recurso. El uno y la otra se van de rositas de una trama de corrupción de la que tenía pleno conocimiento una Casa Real que añade uno más a su larga lista de escándalos y corruptelas. Más prevaricación, más impunidad y arbitrariedad, menos democracia. Aunque era de prever no deja de ser un insulto escupido en la cara de nuestro pueblo.
Y ya no es solo que el poder judicial actúe arbitraria e injustamente, e interprete las normas según convenga a sus amos, sino que las propias leyes que son base de su actuación son leyes hechas, empezando por la Constitución y terminando con las reformas laborales o la Ley Mordaza, para beneficiar a una ínfima minoría oligárquica y en contra de la mayoría de la población. Y si aún así sus leyes, en un determinado momento, les perjudican, se las saltan sin rubor (recordemos el art. 135 de la Constitución). Quedó “todo atado y bien atado”.
No, en este Régimen la “justicia” no es igual para todos. No lo puede ser, porque no lo es de origen. Hunde sus raíces en el negro franquismo; la propia Carta Magna, madre de todas las leyes, lo imposibilita, cuando, por ejemplo, afirma que el Rey es “inviolable” y “no sujeto a responsabilidad” (art. 56.3). No, no es igual para la infanta Cristina que para los centenares de obreros y sindicalistas encausados y condenados por participar en huelgas y movilizaciones; no, no es igual para esta “cooperadora necesaria” que para Alfon, que lleva en la cárcel más de un año por participar en la Huelga General de 2012, por defender los derechos de la clase obrera; no, no es igual para Doña Estulticia que para las decenas de miles de desahuciados por la “Justicia”; que para los titiriteros; para el rapero Valtónyc; o para las decenas de miles de luchadores por la democracia y la República, y sus familiares, que siguen bajo tierra en pinares y cunetas ¡No, no es igual! Mano dura para los trabajadores, los pobres, los parias; guante de seda para los ricos, especuladores y corruptos de alta alcurnia.
La impunidad toma carta de naturaleza y, por tal, alimenta todo tipo de delitos y fechorías que minan la ya anoréxica democracia y que, de nuevo, volverán a quedar impunes. Un círculo vicioso a destruir.
Una desigualdad e impunidad que es percibida por sectores cada vez más amplios de la población así como el carácter parasitario y antidemocrático de la Monarquía. “¡Vergüenza, vergüenza!”, “¡Lo llaman democracia y no lo es!” (mal que les pese a quienes afirman que el Régimen del 78 quedó atrás y estamos en una segunda transición hacia el cambio), “¡Basta ya de impunidad!”, “¡Borbones, ladrones!”, “¡Se acabó la Transición, los Borbones a prisión!”, gritaban las más de mil personas concentradas en la puerta de Sol, el pasado 24 de marzo, concentración de la que se han hecho eco otras ciudades de esta tan saqueada y vilipendiada España.
La vergüenza de este régimen se extiende a aquellos nuevos partidos y coaliciones de “izquierdas” cuyas declaraciones, en esencia, nos hacen sonrojar y no son muy diferentes de las del PP y PSOE, que siguen con su cinismo y desvergüenza a que nos tienen acostumbrados: “respetan la decisión judicial”, “la justicia es igual para todos”, “no hay nadie por encima de la ley”, “el Estado de derecho funciona”, “ha sido un juicio ejemplar”, “independencia del poder judicial”. Así, Podemos se limitó a decir que la pena “políticamente nos parece insuficiente” y que si (Cristina) fuese otra persona “habría sido una condena”.
Y es que no solo no se cuestiona el fondo de la cuestión, el estado monárquico, sino que se le lava la cara: ven como “positivo” que la sentencia deje atrás “una etapa de corrupción institucionalizada del Estado español” y “acaba con esa impunidad de quien asume una representación pública” (Gloria Elizo, Vicepresidenta cuarta del Congreso por Podemos); la sentencia “llega bien” aunque “algo tarde” y “Es un mensaje muy positivo de que no puede haber impunidad para las personas que abusaban de unos privilegios de clase para lograr fines de interés personal” (Luís Villares, portavoz parlamentario galego de En Marea). Pareciera que estos señores (¿o señoritos?) no quieren que “alboree” “la España del cincel y de la maza”, “de la rabia y de la idea”, porque gustan de “La España de charanga y pandereta”.
Lo de la Infanta Cristina y su consorte es un eslabón más de la cadena de despropósitos y tropelías de la Monarquía borbónica y una expresión más de la corrupción generalizada que anega al Estado monárquico, que inunda todos sus aparatos: Gobierno, Parlamento, Judicatura, Ejército,… Vemos la esencia de clase de un estado aderezado, además, con la herencia de un régimen fascista, que murió como nació, asesinando, en cuyo código genético estaba inscrita la corrupción.
Si de verdad se quiere acabar con ésta, con la injusticia de la Justicia, con la desigualdad, si queremos una democracia de verdad, un cambio real, no hay más camino que el de arrancar de cuajo la mala hierba, extirpar la podredumbre: ¡romper con el régimen que nos mancilla, nos roba, nos explota y condena a la pobreza, al paro y a la miseria! Condenar al ostracismo la corrupción y otras perversiones antidemocráticas está reñido con las ilusiones reformistas que abandera el “ciudadanismo”. O se rompe con la Constitución del 78 o, como se suele decir, “no hay tu tía”: la injusticia, la corrupción y todo tipo de manifestaciones, actitudes y políticas antidemocráticas seguirán enseñoreándose y echando raíces en nuestra querida y maltratada España.