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Por Agustín Bagauda

La celebración, el pasado 6 de diciembre, de la Constitución Monárquica ha reavivado en los grupos parlamentarios el debate sobre su reforma. Ese día, mientras algunos como los podemitas estaban rindiendo pleitesía a la “Carta Magna” y al Rey, otros, unos 3.000 en Madrid, convocados entre otras fuerzas por nuestro partido, salíamos a la calle a manifestarnos por la ruptura con esa constitución y por la III República.

Hace tan solo unos meses al PP le salía urticaria con solo oír lo de “reforma constitucional”. Pero hace tan solo unos meses la situación política era distinta. Una vez con las riendas del Ejecutivo en sus manos, con un bipartidismo consolidado, un PSOE hipotecado, del que pende la Espada de Damocles de unas nuevas elecciones, que ha profundizado en su adocenamiento y cada vez sintoniza más con los de Génova, con un reflujo de las movilizaciones, un campo de la izquierda y popular muy debilitado y una izquierda institucional que en junio pasado claudicó definitivamente y se pasó sin ambages al campo del mezquino reformismo, el PP ha dicho sí a la reforma constitucional.

 

Hace tan solo unos meses no podían dar ese paso: en una situación política que no controlaban, con un largo proceso electoral donde no se sabía a ciencia cierta sus resultados, ni la composición parlamentaria, ni el gobierno que saldría de ello, el PP, especialmente, tenía miedo (a pesar del cortoplacismo y oportunismo de la izquierda reformista) a iniciar una reforma que supusiera abrir la Caja de Pandora. Ahora se dan las circunstancias y está en condiciones de tener controlado, blindado, todo el proceso. No obstante a estos a quienes se les llena la boca con la palabra democracia siguen con el miedo en el cuerpo. Particularmente temen al colofón del proceso, al referéndum, porque en realidad tienen miedo a la voluntad popular, a que el pueblo hable; son enemigos de la democracia. Ese temor ha sido tonificado con el “Brexit” y el resultado del referéndum en Italia. Por ello insisten en la “prudencia” y en que lo primero es establecer el marco de la reforma.

El PSOE ha corrido por primera vez en este asunto a echarse en brazos del PP y ha dicho que sí, que hay que ser “prudentes” y que lo primero es definir el alcance de la misma. A ello también se ha sumado el señor Rivera. Se debe marcar el terreno, definir lo que se aborda y lo que no, antes de emprender la reforma en sí: “Hay que establecer los perímetros antes de pedir la creación de la ponencia constitucional en el Congreso” (A. Hernando).

El PP y la dirección (provisional) del PSOE coinciden en que lo que de ninguna manera se puede tocar es el artículo 2: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible…”. Aquí, el PSOE está dispuesto a ir un poco más allá en el reconocimiento de la identidad de Cataluña, P. Vasco y Galicia y, dice, en la cuestión de la federalidad (¡?); el PP, en el desarrollo del llamado Estado de la Autonomías. Tampoco tocarán el reconocimiento del derecho de autodeterminación ni la monarquía.

¡Qué bien siguen las directrices del felón fascista! Recordemos lo que en su testamento escribía: “Por el amor que siento por nuestra Patria, os pido perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, don Juan Carlos de Borbón del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado, y le prestéis en todo momento el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido”. “Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la Patria”. Unidad (la del látigo y la mordaza), paz (“pax romana”, la paz de los cementerios) y monarquía (impuesta).

La extensión de la cita permite ver la línea continuista, actualizada claro, de ambos partidos; los mismos pilares, sagrados para aquél, intocables para estos. No podía ser de otra forma. Dos de los principales actores de aquella “Transición”, lo son de esta Segunda, que, una vez más, va a dejar intacto el edificio monárquico, levantado sobre las fosas de decenas de miles de republicanos, y gracias a la represión, la extorsión, el asesinato y el crimen.

¿Y qué dice el nuevo Borbón coronado? Veamos su discurso del pasado día 24. “Mantened la unidad”, insistía Franco, y el encumbrado alecciona: “Vulnerar las normas que garantizan nuestra democracia y libertad solo lleva, …, a tensiones y enfrentamientos estériles que no resuelven nada”; “Perseverad en la paz” (de los cementerios), decía el felón, y Felipe VI llama a que “nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas”; “Rodead al Rey de España de afecto y lealtad, y prestadle todo apoyo y colaboración”, pedía el genocida, y él, con sus reales asentados, recibe de sus siervos eso que aquel pidiera para su padre, y se siente intocable, inviolable y como “irresponsable” hacía un llamamiento en Nochebuena a pisotear los derechos humanos, las resoluciones e informes de la ONU.

En definitiva, tenemos a un PP y a un PSOE lanzados al alimón a la reforma constitucional conscientes del espaldarazo que supone para el Régimen. Y quienes en un principio eran abanderados de ella, IU y Podemos, han sido sobrepasados por la derecha y ahora la iniciativa la lleva el ala reaccionaria del bipartidismo, que será quien marque ritmos, tiempos y contenidos.

Fue, especialmente, Podemos quien desbrozó el camino de la reforma constitucional, y con ello colaboró (colabora) en buena medida en la obra de la Segunda Transición (por ende, su “cambio” troca en “no-cambio”), que será dirigida de cabo a rabo por las fuerzas reaccionarias, lo que definirá el grado de profundidad de dicha reforma. Podemos e IU han sido las liebres de una carrera de fondo iniciada hace dos años y medio y que, creemos, terminará en esta legislatura (en enero PP y PSOE han acordado iniciar las reuniones preparatorias). Y todo seguirá igual. O mejor dicho, el régimen legado del franquismo se verá apuntalado. Básicamente las mismas estructuras de poder, la misma corrupción, quizás suavizada, la misma oligarquía como clase dominante. El “cambio” cortoplacista de Podemos y de Unidos Podemos ha sido digerido y asimilado a la perfección por las entrañas del Régimen.

Setentayochistas son tanto los reaccionarios del PP, PSOE (su dirección) y C,s como los “progres” de Unidos Podemos. La diferencia básica entre unos y otros no estriba en el cuestionamiento y ruptura con texto, su esencia y el marco político que consagra sino en el alcance de la reforma que propugnan. Unos y otros son reformistas. Los primeros de derecha; los segundos de “izquierda”. Los primeros quieren cambios superficiales, de pocos artículos de poco calado. Los segundos buscan cambios más profundos, que se revise todo el articulado y un referéndum (a eso lo llaman equivocada y demagógicamente “proceso constituyente”). Mas ninguno quiere romper con la Constitución del 78, que sería el primer paso, la “conditio sine qua non” de un proceso constituyente. Porque NO hay tal proceso, como pretende Podemos e IU, si el punto de partida es la anterior constitución: eso es, política y jurídicamente, una contradicción irresoluble. Ya hablamos más “in extenso” en el nº 89 del Octubre.

¿Cuál debe ser nuestro papel, el papel de los comunistas, de la izquierda revolucionaria, de los republicanos consecuentes respecto a la reforma constitucional? ¡Nuestra firme oposición a ella!, porque somos revolucionarios, no reformistas; porque somos republicanos, no monárquicos; porque de verdad queremos un cambio, un cambio a favor de las clases populares y con el que ellas sean la clase dominante.

Pero no solo vale definirse tal. Es preciso hacer una vasta campaña de explicación a las masas obreras y populares de lo que significa esa reforma; de a qué intereses sirve; de a quiénes beneficia y a quiénes perjudica; de cómo les va a influir. Y en esa campaña, que debiera ser unitaria con todas las fuerzas, políticas y sociales, que se opongan a la misma, ir construyendo la unidad de la izquierda revolucionaria y la unidad popular, la alternativa política que rompa con el pasado y nos traiga el futuro, que derrumbe el edificio de la monarquía y nos traiga la III República, popular y federativa.