Por Efrén H.

Cuando Gramsci afirmó que  “la verdad siempre es revolucionaria”, no estaba emitiendo un juicio moral ni una proposición ética, sino que se refería a una cuestión política de primer orden, la necesidad de conocer la realidad para transformarla, en cuanto que solo el conocimiento de las condiciones objetivas permite a los comunistas trazar una teoría revolucionaria que hace posible una praxis revolucionaria.

El desconocimiento de la realidad material es, en el sentido gramsciano, la no-verdad que nos aleja de la revolución. La verdad consiste, por el contrario, en la aprehensión de lo real en su complejidad dialéctica. Y la realidad política de nuestro país es bastante grave, especialmente para las clases populares.

La crisis del PSOE, la incapacidad política de Podemos y la práctica desaparición de Izquierda Unida, subsumida en el partido que lidera Pablo Iglesias, nos encamina a un nuevo gobierno del Partido Popular. Parece sorprendente que un partido acosado por gravísimos casos de corrupción, que ha practicado durísimos recortes económicos en servicios públicos básicos, provocando una catástrofe social en forma de paro, exclusión social, desahucios y pobreza infantil, pueda volver a dirigir la política de nuestro país.

La razón de que esto ocurra se debe a diversos factores, pero uno fundamental es la incapacidad de la izquierda para ofrecer una alternativa al modelo político y económico vigente. En un momento en que el bipartidismo y la monarquía estaban desacreditados, inmerso el país en una gravísima crisis económica, la izquierda ha sido incapaz de ofrecer soluciones. Lo que ha ocurrido podemos interpretarlo como una derrota momentánea de las clases populares, que han sabido movilizarse una y otra vez en la calle, pero han sido traicionadas por las organizaciones que teóricamente representan sus intereses.

Las consecuencias pueden ser graves. No sería raro que amplios sectores de la clase obrera, cansados, hastiados y frustrados, abandonasen la movilización, replegándose a los ámbitos familiar, profesional y personal. Es comprensible esta actitud, en gran medida provocada por el desengaño que ha provocado la actitud de Podemos. La responsabilidad de esta formación política es inmensa, porque ha creado una ilusión colectiva de cambio, de transformación, y en realidad se ha limitado a unas formulaciones ideológicas ambiguas, intentando contentar a la Iglesia, al Ejército y a los empresarios. El ciudadanismo de Podemos ha contribuido decisivamente a desarmar ideológicamente a las clases populares, con su insistencia en la transversalidad, la desmovilización y sus ataques dirigidos a la casta.

Se están perdiendo batallas, pero el resultado final de esta guerra, porque de eso se trata, de una guerra declarada por la oligarquía contra los trabajadores, no está aún decidido. Todo dependerá de la actitud de las organizaciones de izquierda. ¿Qué necesitamos para cambiar la relación de fuerzas y desbaratar los planes de la oligarquía? Necesitamos unificar las luchas, dotarlas de un contenido político y tener un objetivo claro. Es imprescindible coordinar las movilizaciones y las luchas sociales, impidiendo la fragmentación y la dispersión, como ha sucedido con las “mareas”. Es prioritario golpear unidos y, sobre todo, con un objetivo político. ¿Cuál es ese objetivo? La ruptura republicana. La ruptura con un régimen monárquico que es la expresión de los intereses de la oligarquía financiera y de las grandes empresas multinacionales instaladas en nuestro país. Mientras no se produzca esta ruptura, será imposible poner solución a los gravísimos problemas que tiene España.

Mienten quienes afirman que es posible cambiar la situación mediante reformas o modificando la Constitución. El edificio institucional y jurídico levantado durante los años de la Transición está organizado para mantener los intereses de unos grupos sociales concretos. Cuando se focaliza al enemigo en la “casta”, lo que se hace conscientemente es desviar la atención del verdadero enemigo de clase: la oligarquía financiera, la cúpula eclesiástica y militar, las grandes empresas multinacionales y el imperialismo estadounidense, que, con sus bases militares, hipoteca nuestra independencia y soberanía.

La lucha por la una República Federal es el objetivo que puede y debe unir a las clases populares, sacándolas de su postración y cansancio. Para lograr esa ruptura necesitamos ir forjando la unidad popular por la base. En las fábricas, en las asociaciones de vecinos, en las Universidades, en los barrios, es prioritario empezar a construir ese movimiento unitario sin el cual no será posible superar el régimen monárquico. La República Popular y Federal es el común denominador que puede unir a todos los que aspiramos a un profundo cambio en nuestro país, a los que deseamos una verdadera ruptura democrática. Esa República colocará todos los recursos económicos del país al servicio de los ciudadanos, asegurará la sanidad y la educación públicas y universales, fomentará la cultura, protegerá el patrimonio artístico y cultural y restablecerá la soberanía nacional. Esa República hará realidad la justicia y la reparación para las víctimas de la criminal dictadura franquista.

Cuando las clases dominantes han visto sus intereses amenazados, no han dudado en unirse políticamente, salvando diferencias y contradicciones. Por el contrario, la izquierda se ha caracterizado históricamente por la desunión y los enfrentamientos, incluso en aquellas coyunturas en que lo que estaba en juego era su propia supervivencia física. Esta desunión se ha saldado con derrotas catastróficas para el movimiento obrero y popular. Sin embargo, cuando se han logrado aparcar diferencias políticas e ideológicas, la izquierda ha obtenido rotundos éxitos políticos, como ocurrió en España con la formación del Frente Popular. Las organizaciones republicanas de izquierda, los socialistas y los comunistas fueron capaces de unirse en torno a un programa de reformas para frenar el avance del fascismo. La victoria en las elecciones de febrero de 1936 demostró la fuerza de la clase obrera cuando existen objetivos políticos claros. Sigamos ese ejemplo.

Esta es la tarea prioritaria y urgente, porque si la izquierda es capaz de unirse en torno a la lucha por la República, con un programa claro y coherente de profundas reformas políticas y económicas basadas en la defensa de los servicios públicos, las masas, que hoy carecen en su mayoría de orientación política, se aglutinarán en torno a esa izquierda y constituirán una fuerza formidable capaz de doblegar a la oligarquía.