Por Marcial Tardón

El panorama político actual carece de actores y programas que rebosen valentía para el momento crucial en el cual estamos inmersos, si bien es cierto que ciertos partidos y personas batallan a diario para llevar propuestas dignas que otorguen el poder a la mayoría social. Pero, insisto de nuevo, estos son una pequeña estrella en el firmamento de la política actual.

La mayoría de las organizaciones que se presentan como portadoras del cambio, se consideran radicales o en ocasiones las más osadas de las mismas se denominan de izquierdas, son un triste fotograma de aquella escena de Los Santos Inocentes (1984) de Mario Camus, película basada en el libro homónimo de Miguel Delibes.

En dicha escena vemos a los señoritos del cortijo y a la caterva de vividores que vegeta a costa del sufrimiento y la explotación de los campesinos, celebrando por todo lo alto la comunión de uno de los vástagos de los amos de la finca. Los terratenientes, llenos del sentido hipócrita que destila su falsa humanidad hacia los desfavorecidos, y para satisfacer su falsa bondad, reparten las migajas entre los desposeídos y estos aceptan las dádivas por no conocer otra cosa. La verdad es que ellos no son culpables, pues no han sido instruidos en otra forma de entender la sociedad y las relaciones interpersonales.

Salvando las diferencias, esta es la actitud de las nuevas formaciones progresistas, que se llenan la boca de primarias, asaltar los cielos, los de arriba y los de abajo… Pero, a diferencia de los humildes campesinos, éstos saben que resignarse al poder establecido no va a solucionar la vida al cada vez mayor número de personas empobrecidas que componen ese «noventa y nueve por ciento» que dicen querer salvar. Como los campesinos de Delibes, esta nueva clase política sólo aspira a recoger las migajas del festín, inclinando la cerviz, para no enfurecer a los amos del cortijo, en este caso a las grandes corporaciones mercantiles, al Ibex 35, a la monarquía y a sus partidos turnistas y a toda esa serie de pregoneros que tienen a su servicio para vociferar a los cuatro vientos que fuera del sistema no existe vida posible.

Este es su cambio, esta es su forma de transformar la sociedad. Es por ello que debemos combatir no solo la mentira y el engaño de estos nuevos “salvapatrias”, sino reforzar a las personas a las cuales intentan atraerse, hablando con claridad y con firmeza. Si no, estaremos abocados a un nuevo periodo en que los lacayos seguirán a pies juntillas la voz de sus amos, para conseguir las sobras del festín y una foto al lado de los dueños del cortijo.

Como muy bien dijo Antonio Machado en el congreso de las JSU en Valencia, no os dejéis engañar de esa juventud que, con nuevos ropajes, representa lo más viejo y lo más anquilosado de la rancia España.