JCE (m-l) Castilla-León
La opresión de la mujer es un hecho, y su emancipación, una necesidad. Sin embargo, considerar estas cuestiones en abstracto, sin relacionarlas con su contexto histórico y social, es una receta para el error.
La noción de patriarcado como se la suele entender hoy peca de ese aislamiento. Aunque es útil para ubicar y pensar la injusta subordinación de la mujer, se tiende a entender el patriarcado como un sistema independiente que "intersecciona" por casualidad con el capitalismo.
Toda sociedad se basa en la producción, ya que toda sociedad necesita consumir ciertos productos. Para la producción, a su vez, se necesita fuerza de trabajo, y esta solo se encuentra en los trabajadores.
Pero los trabajadores son humanos, pueden dejar de poder trabajar por diversas razones, y finalmente acaban muriendo. La sociedad necesita tanto sustituir a esos productores por otros como mantener a los que están en activo.
Respecto a la manutención, Marx ya distinguió entre consumo productivo y consumo individual diciendo que el consumo individual es el que permite al individuo mantenerse vivo, y así hace posible la producción.
La teórica marxista Lise Vogel amplía esta idea en su teoría de la reproducción de la fuerza de trabajo. Según esta, la producción requiere que los trabajadores (como decimos, los únicos portadores de fuerza de trabajo) se renueven continuamente.
Esta renovación podría, técnicamente, darse por la sustitución de una tanda de trabajadores por otra totalmente distinta y externa, como es el caso de la mano de obra inmigrante o esclava. Sin embargo, el caso más probable es el de la renovación generacional.
El campo de la reproducción humana es uno de los principales puntos donde la opresión de la mujer puede y debe relacionarse con el proceso productivo de cualquier sociedad de clases, y sobre todo el del capitalismo.
La identidad de género, una circunstancia social, tiene una probable base material en la diferencia sexual, más concretamente en la capacidad (o falta de ella) de pasar por un embarazo o no, que tiene efectos claros en la vida laboral.
Aunque a día de hoy género y sexo no coinciden necesariamente, sigue habiendo un vínculo muy fuerte entre ambos, y el sistema económico capitalista tiene como una de sus consecuencias reforzarlo.
Una trabajadora embarazada claramente no será capaz de trabajar tanto como en otras circunstancias, lo que conlleva que dará menos beneficios a corto plazo al capitalista que la explota. A la vez, a la clase burguesa le interesa que nazcan nuevos trabajadores que explotar.
La circunstancia hace que, al menos durante el embarazo, la mujer necesite de mantenimiento externo. Esta responsabilidad recae sobre el hombre, que ahora necesita ganar más dinero para mantener a su familia.
Esta división del trabajo, que podría ser simplemente puntual, se enquista y agrava bajo el capitalismo. Una sociedad capitalista no pide de cada cual según sus capacidades, ni da a cada cual según sus necesidades.
Donde el socialismo facilitaría racionalmente el período de embarazo, el capitalismo reacciona dando poder al hombre sobre la mujer vía su manutención, generando así la base material para la opresión de la mujer.
Más aún: la clase burguesa, aunque también contaminada de machismo, pone a sus mujeres por delante de las de la clase obrera haciendo caer la carga del embarazo sobre ellas a través de aberraciones como la gestación subrogada.
Aunque es necesario admitir que la revolución y el socialismo no eliminarán de golpe la opresión de género, también hace falta señalar que esta es esencial para el capitalismo, y que no es posible erradicarla bajo su amparo.
La emancipación de la mujer no es una lucha que coincida por casualidad, que “interseccione”, con la lucha de clases, sino que es fruto de ella, y solo a través de ella dará con las condiciones para resolverse por fin.
La opresión de la mujer es un hecho, y su emancipación, una necesidad.