Por Sofía Ruiz

“La problemática multiculturalista da testimonio de la homogeneización sin precedentes del mundo contemporáneo. Es como si, dado que el horizonte de la imaginación social ya no nos permite considerar la idea de una eventual caída del capitalismo, la energía crítica hubiera encontrado una válvula de escape en la pelea por diferencias culturales que dejan intacta la homogeneidad básica del sistema capitalista mundial. Entonces, nuestras batallas giran sobre los derechos a las minorías étnicas, los gays y las lesbianas, los diferentes estilos de vida y otras cuestiones de ese tipo, mientras el capitalismo continúa su marcha triunfal".

En las últimas décadas del siglo XX, los Estudios Culturales, en su asociación con el post-estructuralismo francés y la French Theory, proporcionaron el sustrato teórico y metodológico para una adecuada recepción de las diferencias culturales, étnicas y de género, y con ello la aceptación y preeminencia de los valores multiculturales. Entre estos estudios culturales podemos encuadrar los estudios de la Mujer, posteriormente, estudios de Género.

La lucha por la liberación de la mujer, después de la segunda ola feminista, se aisló y se separo de los movimientos sociales, perdiendo la participación de la mujer trabajadora. Los sectores intelectuales de las clases medias tomaron la dirección de la lucha feminista y la transformaron en una lucha reformista cuyo objetivo era ampliar los espacios de la mujer en la democracia burguesa.

Muchos de los estudios de la Mujer elevaron el género, a una categoría social analítica que explica las desigualdades entre hombres y mujeres, poniendo el énfasis en la noción de multiplicidad de identidades.

Por ejemplo, M. Dolores Ramos dice en su estudio “Identidad de género, feminismo y movimientos sociales en España”: “Cada vez es más evidente que cuando surge un conflicto entre varias identidades, no es seguro que una de ellas predomine en todo momento sobre las demás, como han supuesto quienes creen en la prioridad de la identidad de clase”. Y añade la siguiente nota de Pérez Ledesma «Lo mismo que los proletarios, en la versión del socialismo decimonónico, no tenían patria, también puede ocurrir que en los conflictos religiosos, raciales, nacionalistas o de género las divisiones de clase pierdan toda relevancia para quienes se sientan integrados en una identidad colectiva basada en esos otros lazos de solidaridad».

Es decir, para estas corrientes, en cada individuo existen diferentes identidades o posiciones subjetivas y, por tanto, está inmerso en una multiplicidad de relaciones sociales: de producción, de raza, de etnia, de género, de sexo, etc. pero, estas identidades no pueden ser reducidas ni unidas unas a las otras, porque todas ellas se relacionan sin la existencia de una jerarquía; de esta manera las relaciones de producción están al mismo nivel que las de raza, sexo, género, etc.
Esta concepción pequeño burguesa surge en oposición a la visión de clase sobre el problema de la mujer, a la que considera, reduccionista y economicista; e iguala la identidad de clase con las identidades culturales.

Es evidente, que al hablar de la opresión de la mujer no solo se deben utilizar categorías económicas, porque en la opresión de la mujer existen también otro tipo de categorías (emocionales, psicológicas, culturales, ideológicas); pero es indudable que para enfrentarnos a la opresión que sufre la mujer tenemos que partir de las condiciones materiales de vida, que vienen dadas por el lugar que ocupamos en el modo de producción dominante que, a su vez, es el que determina, la superestructura cultural y por tanto los géneros, como una construcción cultural; una construcción de la burguesía, la clase ostentadora del poder; dado que, como decía Marx: “las ideologías dominantes son las de la clase dominante, porque ella y solamente ella posee los mecanismos para tornar dominante su ideología, su cultura”; y no de los hombres en general y muchos menos de los hombres de la clase obrera.

En la creación de los estereotipos de género, no fue la clase obrera la que determino que el rosa era para las mujeres y el azul para los varones, ni determino que las mujeres eran dulces y los hombres fuertes, ni conformo la institución familiar patriarcal en la que la mujer era ama de casa y se ocupaba de las tereas de reproducción, en el ámbito privado del hogar, negándole el acceso al salario, y, en la que los hombres realizaban tareas de producción, siendo los proveedores familiares a través de su trabajo asalariado; originando así una subordinación económica de la mujer respecto al hombre y una sumisión en la esfera sexual y afectiva.

Estos estereotipos de género fueron creados por la burguesía porque eran los más idóneos para la obtención del máximo beneficio en el modo de producción capitalista de ese momento. Cuando en los años 70 el capitalismo, sumido en una crisis de sobreproducción, adopta el modo de producción flexible necesita, para seguir obteniendo su tasa de ganancia, salarios más bajos, y se apoya fuertemente sobre el trabajo asalariado de las mujeres, puesto que requiere personas flexibles, sumisas, capaces de adaptarse a cambios rápidos, a los que se puede despedir fácilmente y que estén dispuestos a trabajar en horas irregulares.

Este cambio en la estructura económica, con la incorporación de la mujer al mundo del trabajo asalariado, conlleva cambios en los estereotipos de género de la etapa anterior y la construcción de un nuevo imaginario de género: la ideología patriarcal ha quedado fosilizada porque expresa y sintetiza separaciones simbólicas inmutables que no corresponden a la complejidad genérica de los sujetos. Se producen transformaciones en las relaciones sociales de parentesco y de alianza, en la paternidad y en la maternidad, así como en las relaciones filiales; se modifica el alcance del poder que unos ejercen sobre los otros en el marco de la institución familiar. La relación conyugal, tiende a no ser para toda la vida ni exclusiva; frente a la familia heterosexual surgen nuevas formas de organización social como las comunas, familias monoparentales…

La división genérica del trabajo cambia. Ya no corresponde a la división sexual tradicional, que colocaba a las mujeres en la reproducción y a los hombres en la producción. Las mujeres ocupan nuevos espacios, tienen posiciones sociales, culturales y políticas prohibidas hasta entonces por tabúes de género, y porque correspondían a los hombres, en momentos pasados…, En definitiva se produce una re-significación ideológica y política de las mujeres y de lo femenino.

Por tanto es evidente que la construcción cultural de género, como cualquier construcción cultural, está sujeta, depende y es consecuencia del modo de producción que adopte el capitalismo en sus sucesivas etapas.

Las corrientes feministas de género sin clase, (realmente podríamos decir, alérgicas a la clase) que rechazan el marxismo por considerar sus análisis, en el tema de la mujer, economicista y reduccionista, Son, ellas, realmente REDUCCIONISTAS, ya que restringen el problema de la opresión de la mujer a una cuestión de género, ocultando los determinantes económicos que separan a los hombres y mujeres de las diferentes clases. Al no tener en cuenta la categoría clase, cualquier problema es una cuestión de género. Por ejemplo, en relación a la violencia, se centran en la violencia domestica (de género) y recaban de las Instituciones leyes para “acabar” con esta lacra, pero son ciegas a la violencia de clase que también mata a miles de mujeres trabajadoras como consecuencia de accidentes laborales y enfermedades producidas en el trabajo, no relacionadas con la salud reproductiva. Y en estos casos no recaban, con el mismo empeño, de las Instituciones leyes de seguridad y de prevención y tampoco luchan por que se cumplan las que existen y que con los recortes son papel mojado.

Durante los años noventa y finales de los 80 la teoría feminista perdió sus conexiones con el análisis de clase y la crítica al capitalismo. Nancy Fraser ha dicho, con cierta intención provocadora, que este feminismo se ha convertido hoy en la sirvienta del neoliberalismo, porque su posición beneficia al sistema capitalista.

De esta forma, Instituciones internacionales como la ONU son abanderadas de la “cuestión de la mujer” formalizándola como tema en su agenda. Los programas de la ONU a favor de la igualdad de género son profusamente conocidos y se basan en la premisa equivocada de que la igualdad entre hombres y mujeres se puede lograr con la erradicación de la estratificación de género, sin necesidad de modificar las desigualdades de clase. Así, la pequeña burguesía allana el camino para que el capitalismo continúe su marcha triunfal. Y, desde luego, la opresión de la mujer seguirá en pie mientras las divisiones de clase que alimentan la desigualdad de género no sean eliminadas.

La clase obrera no es homogénea; en palabras de las feministas marxistas, tiene sexo, raza, nación; pero su diversidad, sus contradicciones internas, no son antagónicas. Por eso es imprescindible y urgente la plena integración de la lucha de la mujer en el marco de la lucha de clases con el fin de reforzar y rearmar a la clase obrera en su conjunto.

 

(1) Slavoj Žižek, Multiculturalismo o la lógica económica del capitalismo multinacional.