Andrés Sierra
¿Quién liberó Europa?
Al comenzar el ataque de la Alemania nazi contra la URSS, doce países del continente europeo —Austria, Checoslovaquia, Albania, Polonia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia y Grecia— estaban ocupados por los agresores fascistas, su independencia había sido pisoteada, la población sometida a toda clase de persecuciones y terror, y en algunos países se veía amenazada con el exterminio total. El peligro de invasión nazi se cernió sobre Inglaterra.
En trenes reconvertidos en sedes de Estado Mayor, con los nombres de «Asia» y «África», se trazaban las directivas de las ofensivas de los ejércitos fascistas, que envolvían a todo el globo terráqueo. Los agresores tenían el propósito de emprender en el otoño de 1941 la conquista de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y después India, donde se proyectaba el encuentro de las tropas alemanas y japonesas. La elaboración del proyecto de directiva Número 32 y de otros documentos militares alemanes testimoniaba que una vez resuelto el problema inglés, los ocupantes se proponían eliminar la influencia de los anglosajones en América del Norte. Las posiciones clave para el sometimiento del mundo las proporcionaba, como se imaginaban los agresores, la campaña relámpago contra la URSS.
El éxito asombroso de la guerra en los países occidentales, según el general de la Wehrmacht K. Tippelskirch, llevó a Hitler al convencimiento de que este mismo éxito lo tendría asegurado también en la guerra contra la Unión Soviética.
El 22 de junio de 1941 Hitler lanzó sus hordas y las tropas de sus aliados contra la URSS. Entraba así en juego el factor soviético, que fue el decisivo en la Segunda Guerra Mundial y en la liberación de los pueblos del mundo del yugo fascista.
Fernand Grenier, destacada personalidad francesa y dirigente del PCF, recordaba: «Hasta ese domingo incluso los franceses que todavía no habían perdido toda la confianza en el futuro no veían fuerzas capaces de derrocar a Hitler. Ahora todo ha cambiado…Una inmensa esperanza nació ese domingo en millones de franceses» (1).
Es un hecho histórico indiscutible que desde los primeros días de la guerra —durante los durísimos combates fronterizos del trágico verano de 1941 y la batalla en las cercanías de Moscú, que hizo fracasar el plan fascista de guerra relámpago— las Fuerzas Armadas soviéticas lucharon a muerte contra el fascismo no solo por la libertad de su país, sino también por la salvación de los pueblos agredidos de Europa y de toda la humanidad.
El frente germano-soviético era una máquina de destrucción de las principales fuerzas de la Alemania fascista y de sus aliados y satélites. Durante los primeros diez meses de la Gran Guerra Patria, solo las pérdidas del ejército de tierra alemán ascendieron entre muertos, heridos y desaparecidos a más de 1,5 millones de hombres. Esto casi quintuplicaba todas las pérdidas de la Wehrmacht en las precedentes campañas en Polonia, Europa Noroccidental y Occidental y en los Balcanes.
En la marcha y en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial tuvieron especial importancia las batallas de Stalingrado y Kursk. En estas batallas, gigantescas por su envergadura y crueldad, participaron por ambas partes millones de hombres. Las pérdidas totales del enemigo superaron los dos millones de soldados y oficiales. Las Fuerzas Armadas soviéticas le rompieron el espinazo a la Wehrmacht, consiguiendo un viraje radical en la Gran Guerra Patria y la Segunda Guerra Mundial en su conjunto.
Escribía en aquellos días la prensa clandestina griega que «Salamina y Maratón, que en el pasado salvaron a la civilización humana, se llaman hoy Moscú, Viazma, Leningrado, Sebastopol y Stalingrado».
La lucha heroica de la Unión Soviética movilizaba y alentaba a los pueblos de los países avasallados para ejecutar acciones enérgicas contra sus ocupantes. A comienzos del verano de 1944, tan solo en la guerra de liberación nacional de Yugoslavia, que comenzó después del ataque de Alemania a la URSS, y también en los movimientos de resistencia en Polonia, Checoslovaquia, Grecia, Francia, Bulgaria e Italia, participaron más de 2,2 millones de hombres. La principal forma de resistencia al fascismo fue la lucha armada, y sirven de ejemplo las insurrecciones populares en Eslovaquia y Rumania.
La ayuda de la Unión Soviética a los pueblos de los países extranjeros en su lucha contra el fascismo tenía el carácter más diverso. Dentro del territorio soviético y con su apoyo activo y multilateral se formaron unidades y agrupaciones militares nacionales de Polonia, Checoslovaquia y Rumania. En el cielo soviético inició su camino de combate y luchó heroicamente la escuadrilla francesa “Normandie-Niemen”. Las unidades nacionales recibieron de la URSS armamento, medios de dirección, de transporte, municiones, combustible y pertrechos. Al final de la guerra sus efectivos ascendían a 555.000 hombres. La aviación soviética realizó miles de vuelos a Yugoslavia, llevando al ejército de liberación nacional gran cantidad de provisiones diversas. La Unión Soviética prestó gran ayuda con material de guerra y pertrechos a los luchadores contra el fascismo en Albania, Grecia, Hungría y otros países. Para el despliegue de la lucha de liberación tuvieron gran importancia las incursiones de las agrupaciones guerrilleras soviéticas en Polonia y Checoslovaquia. En los días más duros de la guerra, el pueblo soviético compartió fraternalmente con los pueblos de otros países todo lo que pudo.
Cuando en 1944 el ejército soviético, después de expulsar a los fascistas de su territorio, desplegó su marcha liberadora en Europa, hombro con hombro con sus soldados lucharon los soldados de Woisko Polske, del Cuerpo Checoslovaco y también de los ejércitos de Yugoslavia, Bulgaria, Rumania y algunas unidades de otros países. La política de la Unión Soviética con respecto a los países liberados era clara y precisa. En la declaración del Gobierno soviético con motivo de la entrada del Ejército Rojo en el territorio de Polonia se señalaba que los soldados soviéticos estaban decididos a derrotar a los ejércitos alemanes enemigos y ayudar al pueblo polaco a liberarse del yugo de los ocupantes alemanes y al restablecimiento de la República Polaca independiente, fuerte y democrática. Esos objetivos eran en los que se basaba la misión liberadora de la Unión Soviética en cada uno de los países.
La entrada del Ejército Rojo en el territorio de otros países suponía una fiesta para muchos millones de personas. Obreros y campesinos, personas de distintas nacionalidades y posición social recibían con alegría a sus liberadores. En el telegrama del C.C. del Partido Obrero Búlgaro (comunistas) se decía: «El pueblo búlgaro no olvidará jamás el papel de la URSS para salvar a Bulgaria, igual que no ha olvidado ni olvidará nunca que obtuvo su liberación, después de los cinco siglos de esclavitud extranjera, de manos y a costa de la sangre del gran pueblo ruso».
La emisora de radio «Yugoslavia Libre» transmitía: «Cada día nos llegan cartas de Serbia y Voivodina, donde se describe el entusiasmo sin precedentes de nuestro pueblo, que recibe con admiración al Ejército Rojo» (2). «El papel que desempeña la Unión Soviética en el aniquilamiento del nazismo jamás será olvidado en Noruega», telegrafiaba a Moscú el primer ministro noruego Johan Nygaardsvold. Charles de Gaulle destacaba que las victorias del Ejército Rojo habían abierto el camino de la libertad a todos los pueblos avasallados de Europa, afirmando que «Los franceses saben lo que ha hecho Rusia y saben que precisamente Rusia ha jugado el papel principal en su liberación».
El día 6 de junio de 1944 los aliados occidentales desembarcan en Normandía, en la llamada Operación Overlord. Fue la mayor operación de desembarco en la Segunda Guerra. Gracias a que las fuerzas fundamentales de la Alemania fascista estaban concentradas en el frente germano-soviético, los aliados tenían una superioridad numérica del triple en efectivos y más de sesenta veces en aviones. Además, dominaban por el mar. Después del desembarco de los aliados en Normandía, la Alemania fascista se encontró atenazada entre dos frentes, oriental y occidental.
A pesar de que el segundo frente se abrió dos años más tarde de lo que se estipulaba en los compromisos por EE.UU. e Inglaterra ante la Unión Soviética, su apertura permitió reducir en cierta medida la duración de la guerra y el número de víctimas. Pero hay que tener en cuenta, y esto es un hecho histórico, que el éxito del desembarco de las tropas aliadas en Normandía estuvo asegurado de forma decisiva por todas las operaciones precedentes de las Fuerzas Armadas soviéticas.
Las operaciones del invierno y la primavera de 1944 en el frente germano-soviético (Leningrado-Nóvgorod, Korsun-Shevchénkovski, etc.) impidieron a Hitler trasladar fuerzas de Oriente a Occidente para rechazar el desembarco de los aliados, que se esperaba hacía ya tiempo. Por el contrario, las pérdidas de la Wehrmacht en el frente oriental eran tan grandes que el mando alemán fascista tuvo que enviar adicionalmente al frente germano-soviético más de 40 divisiones. En el momento del desembarco en Normandía, en el frente germano-soviético se encontraban las tres cuartas partes de las divisiones de la Wehrmacht y los países del bloque fascista. Contribuyeron también al éxito del desembarco las medidas conjuntas de los Estados Mayores de la URSS, EE.UU. y Gran Bretaña para la desinformación del enemigo respecto a la Operación Overlord.
Tuvo gran importancia para el éxito del desembarco y de las sucesivas operaciones de los aliados la ofensiva del Ejército Rojo del verano y el otoño de 1944. Tan solo durante la operación de Bielorrusia, el mando alemán fascista se vio obligado a trasladar del oeste al frente germano-soviético 18 divisiones y 4 brigadas. Puesto que determinaba la situación estratégica general en Europa, la ofensiva del Ejército Rojo proporcionó a los ejércitos de los aliados occidentales bastante libertad de acción. Al intervenir el 28 de septiembre de 1944 en el Parlamento, Churchill se vio obligado a reconocer que Rusia había atenazado y golpeado a fuerzas mucho más considerables que las que se oponían a los aliados en Occidente.
Es lamentable y asombroso que en la actualidad algunos historiadores norteamericanos traten de afirmar que los rusos, presuntamente, ayudaron indirectamente a Hitler por el hecho de que no demostraron en modo alguno sus intenciones de facilitar el desembarco de los aliados. La Unión Soviética cumplió con precisión y consecuentemente su deber de aliado. Cuando en diciembre de 1944 las tropas anglo-norteamericanas se vieron en una difícil situación como resultado del inesperado contragolpe de las divisiones alemanas en los Ardenas, a petición de Inglaterra y EE.UU., el Cuartel General del Mando Supremo soviético anticipó ocho días (12 de enero de 1945) el comienzo de una gran ofensiva del Ejército soviético, lo cual ayudó a los aliados occidentales a superar la crisis que se había producido.
Así actuó la Unión Soviética; la política que mantuvieron los aliados anglo-norteamericanos fue distinta. En el Archivo Nacional de Estados Unidos se conserva el acta de la reunión del Estado Mayor unificado anglo-norteamericano, del 20 de agosto de 1943, en la que se examinaron las perspectivas de la política de EE.UU. e Inglaterra con relación a la URSS. El párrafo 9 del acta, en el que se trata de las consideraciones militares con respecto a Rusia señala que se discutió acerca de si ayudaría a los alemanes a oponer resistencia a los rusos la entrada de las tropas anglo-norteamericanas en el territorio de Europa. Es decir, que en 1943, cuando la Unión Soviética en cruenta lucha contra el Reich fascista abría el camino para la liberación de los pueblos del yugo fascista, los jefes militares de EE.UU. e Inglaterra estaban discutiendo semejante cuestión.
La gran misión liberadora que cumplió con dignidad y honor el Ejército Rojo en la etapa final de la Gran Guerra Patria y la Segunda Guerra Mundial, tiene un significado imperecedero. Ocho millones y medio de soldados soviéticos mantuvieron una cruenta lucha contra la Alemania fascista y el Japón imperialista más allá de los límites de la URSS, y liberaron total o parcialmente a 13 países de Europa y Asia con una población de 150 millones de personas, aproximadamente. Más de un millón de soldados soviéticos inmolaron su vida en esta campaña liberadora. En la Segunda Guerra Mundial la Unión Soviética perdió 20 millones de vidas humanas. La Unión Soviética derrotó a la fuerza agresiva de choque del imperialismo de aquel período y con ello hizo una aportación decisiva al afianzamiento de la paz en la Tierra, asegurando a los pueblos el derecho a decidir ellos mismos sus destinos.
Notas.
(1) Fernand Grenier. «C’était ainsi» (Souvenirs), Paris, 1959 (volver al artículo)
(2) «Pravda», 16.X.1944. (volver al artículo)
Bibliografía:
«Historia de la Segunda Guerra Mundial», t. 3, Moscú, 1974
«Resultados de la Segunda Guerra Mundial», Moscú, 1957
«La Unión Soviética y la lucha de los pueblos del Centro y el Sureste de Europa por la libertad y la independencia.» 1941-1945, Moscú, 1978
«La misión liberadora de las Fuerzas Armadas soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial», Moscú, 1974
«La política exterior de la Unión Soviética en el período de la Gran Guerra Patria», t. 2, Moscú, 1946.
«Las relaciones franco-soviéticas durante la Gran Guerra Patria. 1941-1945», Moscú, 1959.
«The Encyclopedia Americana», Vol. 29, New York – Chicago.