Por J.P. Galindo
El agónico proceso de moción de censura protagonizado recientemente por Podemos debe servir a los revolucionarios para reflexionar sobre la labor política parlamentaria. Pese a que sus protagonistas han repetido hasta la saciedad el carácter rompedor y de punto de inflexión que el acto parlamentario debía transmitir, lo cierto es que pocas veces una herramienta política ha sido utilizada de una manera más vacía e inútil.
Ante todo debemos recordar que por mucho que los medios de manipulación informativa repitan lo contrario una y otra vez como un mantra, un sistema parlamentario no es equivalente a un sistema democrático per se. La existencia de un parlamento regido por sus propias normas y con funciones definidas no garantizan absolutamente nada en cuanto a la democratización del estado en el que funciona. Las asambleas griegas, las cortes medievales, la España franquista o la Sudáfrica del apartheid fueron regímenes con un cuerpo legislativo de votación y sin embargo no pueden ser calificados de ejemplos democráticos debido a la orientación social de sus actos y a los importantes sectores sociales excluidos en su funcionamiento.
La identificación del parlamento con la idea misma de democracia deriva de la cultural liberal que derrocó al absolutismo entre los siglos XVII y XIX apelando a la idea de igualdad de individuos de una misma nación, convirtiendo a los “más destacados” de todos ellos como los representantes de todo el conjunto.
Dada la naturaleza burguesa de los principales impulsores de este modelo político, el baremo utilizado para medir la capacidad de destacar entre la masa social fue finalmente la posición económica individual.
Marx y Lenin aborrecían del parlamentarismo como mecanismo propio de las dictaduras de la clase burguesa y por ello abrazaron decididamente el sistema de organización de la clase obrera puesto en marcha en la Comuna de París de 1871, denominado igualmente “comuna” y del que tomarían el nombre genérico de “comunistas” para aquellos que aspiraban a establecer un sistema de organización social en relación a la clase obrera y no a la burguesía que había usado el concepto de nación para extender su dominio.
Lenin en particular dedicó estudios profundos sobre la naturaleza del parlamento y de la democracia burguesa a causa de los debates en el seno del movimiento comunista sobre la conveniencia o no de participar en desde dentro de dichas instituciones.
“Precisamente Marx que aquilató mejor que nadie la importancia histórica de la Comuna, mostró, al analizarla, el carácter explotador de la democracia burguesa y del parlamentarismo burgués bajo los cuales las clases oprimidas tienen el derecho de decidir una vez cada determinado número de años qué miembros de las clases poseedoras han de “representar y aplastar” al pueblo en el Parlamento” V. I. Lenin TESIS E INFORME SOBRE LA DEMOCRACIA BURGUESA Y LA DICTADURA DEL PROLETARIADO. Presentado al I Congreso de la III Internacional 4 de marzo de 1919.
Así pues, para los revolucionarios la democracia poco tiene que ver con el parlamentarismo, que no es sino el modo de organizar el control del estado por la burguesía. Por supuesto, Lenin defendió la necesidad de que los revolucionarios trabajasen desde el interior de esta estructura burguesa como deben hacerlo en todos los sectores del estado burgués; para acelerar su descomposición y su rápida sustitución por la democracia obrera, pero sin confundir jamás esta labor desde el interior del parlamento burgués con la verdadera acción política revolucionaria.
La agonía de Podemos en este largo y fangoso proceso ha venido provocada, precisamente, por la confusión de ideas y mensajes que la organización “atrapalotodo” ha lanzado a lo largo del procedimiento; comenzando por un discurso institucional, buscando la complicidad de otros partidos, terminando en un discurso más radical a medida que se confirmaba su minoría institucional, pasando por un periodo de falsa política de masas, hablando de “moción de censura ciudadana” en un ejercicio de prestidigitación política desesperado para equiparar acción parlamentaria y acción de masas en un acuerdo imposible e innecesario.
Los revolucionarios tenemos que trabajar entre las masas y en las instituciones sin perder de vista el objetivo común de ambos trabajos; la exposición de la naturaleza explotadora e injusta del régimen de dominación burgués (tome este la forma de democracia, de dictadura o cualquier otra) y el avance hacia la creación de un sistema de gestión social orientado y dirigido por la clase mayoritaria; la obrera. Tratar de ofrecer soluciones intermedias, mezclando recursos y herramientas de trabajo entre ambos campos sólo favorece la confusión de las masas, la idealización de las instituciones burguesas y el desánimo ante los naturales fracasos que produzca.
Cuanto más evidente es el fracaso de las organizaciones autodenominadas “del cambio” que no cambian nada, sino que afianzan cada vez más el viejo régimen revistiéndolo de legitimidad democrática y confianza representativa, más necesario es el trabajo de señalar firme y claramente su inutilidad, para reunir las hoy dispersas fuerzas del cambio real, y poner en marcha el necesario progreso de la humanidad hacia la revolución.