Por Carlos Hermida
Aunque el Partido Popular y el PSOE han experimentado importantes pérdidas de votos y escaños en las elecciones a Cortes de diciembre de 2015, lo cierto es que continúan siendo las formaciones políticas más votadas.
En el caso del PP, ni los brutales recortes económicos en los servicios públicos básicos, ni los múltiples casos de corrupción han sido un obstáculo para que ganase las elecciones, sin obtener la mayoría absoluta de diputados, pero consiguiendo ser el partido más votado. Una buena parte de las clases populares mantiene, por tanto, la fidelidad electoral a unos partidos que sistemáticamente incumplen sus promesas electorales y ponen en marcha políticas económicas y sociales que perjudican notoriamente a los trabajadores.
La explicación de esta contradicción no es sencilla, pero las teorizaciones que realizó Gramsci en los Cuadernos de la cárcel abren una vía sugerente de análisis. En su reflexión sobre el Estado, Gramsci estableció que en los países europeos occidentales el dominio estatal era una trinchera avanzada tras la cual había una robusta formación de casamatas que constituían la hegemonía ideológica y cultural que la burguesía ejercía sobre el conjunto de la sociedad. La burguesía no basaba su dominación exclusivamente sobre la violencia del aparato estatal, sino que había logrado el consenso de las clases populares; es decir, la adhesión de las clases dominadas a una concepción del mundo propia de la clase dominante. Esa dirección ideológica y cultural de las clases dominantes se manifestaba en la aceptación por parte del proletariado de un conjunto de normas, costumbres y moral que son asumidas y aceptadas como lógicas, propias del sentido común. Esa construcción ideológica, lo que Gramsci denomina la sociedad civil, es capaz de resistir la conflictividad social que generan las crisis económicas capitalistas. Este planteamiento llevaba al pensador italiano a considerar que la revolución rusa de Octubre no podía repetirse en Occidente. En Rusia, esa sociedad civil era “primaria y gelatinosa” frente a la robustez que presentaba en los países occidentales.
De acuerdo con estos análisis, la crisis económica que venimos padeciendo desde 2007 no ha modificado sustancialmente esa concepción del mundo de las clases populares y, en consecuencia, siguen dando su adhesión mayoritaria a los partidos que representan los intereses de la burguesía. Por otro lado, esa concepción se ve fortalecida por la extensión de formas de propiedad privada– vivienda, automóvil, segundas residencias, etc.– que fortalecen los vínculos de amplios sectores populares con la visión del mundo defendida por las clases dominantes.
Siguiendo las formulaciones gramscianas, el proletariado occidental debe llevar a cabo una guerra de posiciones que le permita en un primer momento la conquista de la sociedad civil antes de lanzarse a la conquista del Estado. Lo que sucede en España es que la dirección ideológica de la burguesía no ha sufrido más que ligeros arañazos y, por tanto, las formulaciones revolucionarias no encuentran eco entre la clase obrera.
El surgimiento de PODEMOS no supone en este sentido un cambio sustancial en el panorama político, porque la formación que lidera Pablo Iglesias no aspira ni a la conquista del poder político ni pretende ejercer una nueva dirección ideológica. No es, por tanto, la herramienta que el proletariado necesita para lograr su emancipación y sacudirse el yugo de la explotación capitalista.
Nuestro partido es esa herramienta siempre que sea capaz de lanzarse a la conquista de las casamatas, de las fortalezas de la sociedad civil, difundiendo la concepción marxista del mundo entre el proletariado. Para ello, el PCE (m-l) debe convertirse en un auténtico intelectual colectivo capaz de captar y conquistar para la causa del socialismo a los intelectuales que hoy actúan de mediación entre la burguesía y las clases populares. Nos referimos a los miles de maestros, profesores de Instituto y Universidad; a los cientos de miles de licenciados universitarios que hoy actúan como transmisores de la ideología dominante.
La lucha ideológica y cultural es absolutamente determinante para la conquista revolucionaria del poder. La crisis económica, por más profunda que sea, no provocará nunca el derrumbe automático del capitalismo. Lo que abre es una perspectiva revolucionaria en cuanto que crea condiciones objetivas para la superación del capitalismo, pero tiene que ir acompañada de cambios en la superestructura. Tiene que producirse una quiebra del dominio ideológico de la burguesía sobre el conjunto de la sociedad. Mientras ese cambio no se produzca, mientras las masas asuman las normas de conducta y las pautas morales de la burguesía, el Estado burgués será inexpugnable.
La crisis deteriora las condiciones materiales del proletariado, pero ese cambio no altera mecánicamente su visión del mundo. Esa transformación se produce en la medida en que los comunistas son capaces de contrarrestar la influencia ideológica burguesa. Por esta razón, el fortalecimiento organizativo de nuestro partido es prioritario, urgente.
Solo cumpliremos nuestra misión histórica en cuanto seamos capaces de extendernos entre las masas, de captar su estado de ánimo, de percibir sus inquietudes, para difundir nuestra política y nuestros planteamientos ideológicos.