C. Hermida
La proclamación de la II República el 14 de abril de 1931, fecha de la que se cumplen ahora 94 años, fue un acontecimiento trascendental en la historia contemporánea española. La inmensa alegría popular manifestada ese día en las calles y plazas de toda España reflejaba el anhelo de profundos cambios políticos, económicos y sociales por parte de los sectores populares.
El triunfo en las elecciones municipales del 12 de abril fue la expresión política de una alianza de clases sociales que englobaba a sectores amplios del proletariado, clases medias, pequeña y mediana burguesía y lo mejor de la intelectualidad de nuestro país, configurándose un nuevo bloque de poder frente al tradicional bloque oligárquico agrario y financiero que había ostentado la hegemonía política desde 1833.
La II República será siempre un referente histórico fundamental para las clases populares, pero forma parte de la Historia, es pasado, y necesitamos centrarnos en el presente y mirar hacia el futuro. La situación actual en nuestro país se caracteriza por el incremento de las desigualdades sociales, el aumento de la pobreza, la generalización del trabajo precario, una corrupción galopante, la privatización de los servicios públicos y un poder judicial mediatizado por el Partido Popular. Quienes pretenden que es posible construir una alternativa económica manteniendo la monarquía y la Constitución de 1978 cometen una gravísima equivocación, porque el modelo económico y político español está dialécticamente unido, ambos elementos son inseparables y no es posible disociarlos. El sistema político de nuestro país, surgido de la mal llamada transición democrática, es la superestructura política que representa los intereses económicos de un bloque social hegemonizado por la oligarquía financiera.
La solución a los graves problemas estructurales de nuestro país no pasa por el independentismo de Cataluña, ni por una segunda transición o el maquillaje de la monarquía. Para cambiar el modelo económico, para alcanzar una verdadera democracia y restablecer nuestra soberanía nacional, es indispensable la ruptura política con la monarquía y la implantación en España de una REPÚBLICA POPULAR Y FEDERATIVA. Esa República, en cuanto expresión de los intereses de las clases populares, tendrá la capacidad de abordar las reformas estructurales que necesita nuestro país. La lucha por la III República es la tarea ineludible que deben afrontar las fuerzas que se denominan de izquierda. Apostar por una segunda transición o defender la reforma constitucional es hundirse cada vez más en la charca del parlamentarismo estéril y corrupto.
Debemos ser conscientes de que la monarquía es incompatible con la soberanía nacional, nos ata a los intereses imperialistas de Estados Unidos y la solución tampoco es reforzar la capacidad militar europea. Sobre los trabajadores europeos, sobre las clases populares de nuestro continente van a caer las imposiciones de la política de Trump respecto a Europa. La respuesta no pasa, por tanto, por estrechar los lazos con Estados Unidos o intentar jugar un papel de mayor protagonismo en el escenario internacional, sino en romper con la OTAN y buscar una política de neutralidad. Los pueblos europeos deben buscar un sendero propio, desvinculándose de una alianza militar con Estados Unidos que nos lleva a la guerra y a involucrarnos en conflictos ajenos a los intereses de nuestros pueblos. No se trata tampoco, como defienden algunas fuerzas de “izquierda”, de buscar el apoyo de un imperialismo bueno frente a otro perverso. El mundo multilateral que defiende cierta izquierda perpetúa el dominio imperialista sobre los pueblos.
El camino no es crear un ejército europeo ni reforzar las instituciones de la Unión Europea, sino organizar otra Europa, la de los pueblos soberanos, basada en la neutralidad activa; la Europa solidaria con los pueblos dominados por imperialismo. La Europa del trabajo frente a la Europa del capital. Y en España eso solo puede hacerse rompiendo con la monarquía.
El Partido Comunista de España (marxista-leninista) seguirá luchando por construir la unidad popular, herramienta indispensable para alcanzar la ruptura republicana. Esa unidad debe comenzar por unificar las movilizaciones populares y dotarlas de un contenido político, a la vez que se crea tejido republicano El objetivo es acabar con la monarquía y todo su tinglado institucional y económico al servicio de una oligarquía criminal que empobrece a la inmensa mayoría de la población.