Sofía Ruiz
Este 8 de marzo se presenta inmerso en el debate legal, aun sabiendo que el pueblo no cree en la ley y desconfía de los sistemas judiciales porque los derechos más elementales no se cumplen en el Estado monárquico. La Constitución proclama el derecho a un trabajo digno mientras los y las trabajadores/as viven unas condiciones de trabajo lindantes con la esclavitud. O el derecho a una vivienda, cuando los recursos de una gran parte de la mayoría social, no le permiten acceder a este derecho. O la igualdad de la mujer que la vida desmiente cotidianamente.
Como hemos podido comprobar en las democracias occidentales, el establecimiento de leyes igualitarias no ha traído como consecuencia un cambio real en las relaciones entre hombres y mujeres. Las leyes de igualdad entre los sexos-géneros (incluidas las leyes de discriminación positiva) que se han proclamado en los estados del bienestar, no han supuesto el fin de la violencia de género, ni han erradicado las desigualdades salariales, ni han impedido que sean las mujeres las que tienen que hacer frente a los cuidados.
Han permitido que las mujeres puedan denunciar situaciones de violencia doméstica, pero no han terminado con esa violencia; han facilitado el que las mujeres puedan denunciar situaciones de discriminación salarial, pero no han erradicado la segmentación del mercado laboral según el sexo; han hecho que se proclamen políticas para conciliar la vida laboral y familiar, pero no se han redistribuido las tareas por lo que muchas sufren una sobrecarga de trabajos o han externalizado parte de las tareas domésticas y de cuidados mediante la contratación de mujeres migrantes como trabajadoras domésticas. En este, como en otros aspectos, la igualdad ante la ley no comporta el fin de las desigualdades, sino una nueva articulación de las mismas. Como decía Hebe Bonafini, presidente de las Madres de la Plaza de Mayo, los pueblos no pueden solucionar su lucha jurídicamente.
El movimiento de mujeres, por tanto, no debe quedarse en el debate legal, ni exclusivamente en la lucha por los derechos formales; necesitamos llevar la lucha a nuestras condiciones de vida, marcadas por la desigualdad y la injusticia.
La gestión de la pandemia ha empeorado las violencias machistas, ha aumentado la carga de trabajo de cuidados de las mujeres, ha ahondado las desigualdades sociales y económicas.
La guerra de Ucrania ha agravado la carestía y la hambruna en un número creciente de países y ha causado millones de refugiados que huyen de la invasión, en su mayoría mujeres y niños/as. El riesgo que las mujeres, sobretodo las más jóvenes, corren en la frontera de Ucrania es extremo y no existe ningún protocolo establecido por los gobiernos receptores de refugiados para evitar que las redes de explotación se aprovechen de la desesperación de miles de mujeres y familias humildes.
El Movimiento de mujeres rechaza tajantemente la invasión de Ucrania por las tropas de Putin y la hipocresía de la OTAN y el militarismo de EEUU, que quieren ocultar. con un falso humanitarismo, su verdadero interés: la defensa de su bloque imperialista en la pugna por el dominio mundial.
Situamos nuestra lucha en la defensa de un salario equitativo y digno que cubra todas nuestras necesidades: Alimentación, vivienda, ocio…y en acabar con las externalizaciones, y las jornadas parciales, la marginalización de las jóvenes y de las personas con diversidad física e intelectual. .
En la solución de la crisis de los cuidados, que en este momento recae en las familias y dentro de ellas en las mujeres, con graves consecuencias para nuestra vida laboral, que se ve interrumpida o mermada por nuestra responsabilidad en los cuidados, lo que nos lleva a conseguir trabajos precarios o dentro de la economía informal, que afecta a nuestras pensiones, en la mayoría de los casos de una cuantía insuficiente.
Las mujeres hacemos los dos tercios del trabajo no remunerado en el mundo, un trabajo reproductivo que el capital nos encomienda para ahorrarse el gasto de proporcionarle a la clase trabajadora acceso a servicios de comedor, guarderías o lavanderías, los cuales deberían de ser servicios básicos para la socialización de la carga de trabajo doméstico. De esta manera, luego de un largo día de trabajo, muchas mujeres deben enfrentarse con las tareas domésticas en sus hogares, que le originan una doble jornada laboral.
Ponemos el centro de nuestra lucha en la sanidad pública, universal, gratuita y de calidad. El desmantelamiento que se viene produciendo de la Sanidad pública es alarmante, empujarla al colapso es intencionado: se trata de buscar excusas para ir privatizando sus servicios, poco a poco, y convertirla así en un negocio para los de siempre a costa de nuestras vidas.
Nuestra lucha no puede perder de vista la educación, una Educación pública, gratuita y de calidad con una separación efectiva entre Iglesia y Estado, a fin de que no existan injerencias de la Iglesia en los planes de estudios y se pueda incluir en el currículo la educación afectivo-sexual integral, libre de estereotipos sexistas, capacitistas, racistas y LGTBIfóbicos, que combata las violencias machistas en todas sus formas, que eduque en la corresponsabilidad, la equidad, la autonomía y la libertad para prevenir, desde embarazos no deseados, hasta relaciones desiguales y violentas dentro de las parejas. Hay que luchar decididamente por la implementación de becas-salario para la juventud trabajadora y por la bajada de las tasas.
El machismo, el racismo, la homofobia, la opresión contra las personas inmigrantes, contra los más jóvenes o los más viejos, todo tipo de prejuicio, viene avanzando y sirviendo para poner a sectores específicos en una situación de desigualdad, de fragilidad, de sumisión y humillación.
El avance del machismo, muestra el grado de degeneración en el que se encuentra la sociedad.
El machismo es un discurso ideológico que al justificar la inferioridad de la mujer respecto al hombre, naturaliza o justifica la existencia de la opresión. Aún cuando a nivel discursivo y en acciones concretas pareciera que existe un interés por generar una sociedad más equitativa, el capitalismo se encarga de fomentar el machismo para mantener dividida a la clase obrera. Hombres y mujeres, inmersos en esa falsa conciencia, reproducen ideas y acciones que la sostienen, por medio de instituciones como la religión, la escuela, la familia, el estado, los medios de comunicación, etc.
Esta ideología machista es propagada para justificar la opresión económica y la subyugación de la mujer. A la burguesía y al capitalismo se le hace necesario que los sectores explotados y oprimidos no tengan conciencia de su explotación y opresión, y que por el contrario consideren su condición como algo natural. Uno de los principales elementos de la ideología dominante es el prejuicio, porque este resulta muy eficaz para dividir a la clase, desviar la lucha de su enemigo principal, que es la clase dominante, y hacerla recaer sobre los sectores de su propia clase, dividiendo a hombres y mujeres de la clase trabajadora.
¡¡¡Viva la lucha de la mujer trabajadora!!!