Por Agustín Bagauda
El pasado 26 de octubre tenía lugar una huelga en la enseñanza convocada por las asociaciones de padres (CEAPA) y alumnos (Sindicato de Estudiantes y la federación de estudiantes FAEST) y, sólo en algunas comunidades (Madrid, Andalucía, País Vasco y Murcia), por los sindicatos de trabajadores.
Sin entrar a considerar la oportunidad de esta huelga, lamentamos que no haya habido una mayor coordinación y unidad de todos los sectores de la comunidad educativa y de sus organizaciones, así como una posición única de los sindicatos de trabajadores de la enseñanza para el conjunto de España. Estas diferencias y divisiones nos hacen perder fuerza y dársela al adversario.
Las reválidas eran el motivo fundamental de la movilización, que son impuestas ya para el presente curso. El señor Rajoy afirmaba, en el primer debate de investidura, intentando pescar algo, que quedarán sin efecto académico hasta un nuevo pacto educativo, cuando es cosa sabida que este curso no lo van a tener.
Ligadas a esa razón estaban el rechazo a la LOMCE que las enmarca, la exigencia de la reversión de los recortes educativos, que se cifran en unos 9.000 millones €, y el rechazo al 3 +2 universitario.
La LOMCE, como hemos dicho en otros lugares, es la concreción legal de un ataque más contra los trabajadores y sectores populares en una ofensiva generalizada de la oligarquía, porque es un torpedo dirigido a la línea de flotación de la educación pública, en favor de su privatización, vacía de contenido democrático colegios institutos, llena las aulas de oscurantismo en detrimento de una enseñanza humanística y científica e inserta la perversa y depravada lógica del capitalismo en el sistema educativo gracias, entre otras cosas, a esas reválidas sobre las que se configurarán rankings de centros que competirán entre sí por coger al “material” humano más excelente para ascender en la escala.
El señor Ministro deslizaba el día de la huelga desde la capital del Pisuerga la idea de un pacto de Estado por la educación. Obviamente, en tal caso, tomaría por base la LOMCE, no creemos se opusiera Ciudadanos y el PSOE del señor X podría respaldarlo dados sus inmediatos antecedentes. El aristócrata Méndez de Vigo denotaba el temor de la burguesía por la alternación del orden, de su orden burgués, cuando subrayaba que “lo más importante” es que la jornada ha sido “tranquila, sin que haya habido una repercusión negativa”.
Según el Sindicato de Estudiantes la huelga fue seguida por el 90 % de los estudiantes. El Ministerio de Educación, lógicamente, ha rebajado esa cifra al 30-40 %. En relación con los profesores, los sindicatos dan una participación en la huelga de más del 60% y el Ministerio del 12 %. Lo incuestionable es el carácter masivo de las manifestaciones de estudiantes, padres y profesores en todas las ciudades donde se han convocado. Ante la evidencia, un tan poco sospechoso de progresista El País (ese del magnate de los medios de manipulación, ofendido ahora por haberle sido coartado su libertad de expresión en la Universidad Autónoma) reconocía un “Multitudinario rechazo a las reválidas en la primera huelga del curso”: “La primera gran huelga del curso ha sacado a la calle a cientos de miles de estudiantes, profesores y familias en toda España”.
Podemos decir, a pesar de las deficiencias, que la movilización ha sido un éxito por la envergadura de la manifestaciones y el respaldo masivo de los estudiantes a la huelga; e importante porque ha roto la atonía del movimiento popular que lleva más de dos años en reflujo por razones ya comentadas.
Pero debemos ir más allá, debemos formularnos la pregunta: ¿y después de que miles y miles de estudiantes en 40 ciudades salieran a la calle, después de la movilización, qué? La movilización es necesaria pero (a un determinado nivel de desarrollo, como el actual) no es suficiente para cambiar la correlación de fuerzas que permita romper el “statu quo” político y echar abajo la LOMCE con sus reválidas, revertir los recortes e impulsar una verdadera educación pública, lejos de conciertos, mercaderes de la enseñanza, religiones y autoritarismo; para echar a la basura el programa político y económico de la oligarquía, arrancarla el poder e imponer el programa de las clases trabajadoras y populares.
Para que caminemos hacia ese cambio deben darse dos premisas que suelen ser olvidadas, bien por negligencia, bien intencionadamente: primera, a la movilización popular hay que dotarla de continuidad organizativa, básicamente con dos objetivos dialécticamente ligados: uno, dar continuidad a la lucha, que sin organización permanente desaparece o, cuanto menos, se debilita; dos, ir sentando las bases de la construcción de la unidad popular. Una unidad popular bien distinta de la que pregona y fomenta el “ciudadanismo”, Podemos y cía, que no es tal, sino enjuague por arriba, elitista, destinada a excelsos y ajena a las más amplias masas obreras y populares de la lucha política.
La movilización estudiantil se debería haber enfocado de esta forma. Antes, durante y después de la misma debiera haberse trabajado bien para establecer bases asociativas u organizativas en cada centro de estudio, bien para consolidar y ampliar las existentes, lo que se traduciría en la creación de condiciones para una futura lucha estudiantil más amplia y potente. Se trata, fundamentalmente, de ir tejiendo una vasta red de asociaciones de estudiantes en todos los institutos y universidades e ir dotándola de cuerpo organizativo. Estaríamos creando embriones de unidad popular en el ámbito educativo, como hay que hacerlo en todos los ámbitos (centros de trabajo, barrios, polígonos,…). Creemos que poco o nada de esto se ha hecho, como, lamentablemente, tampoco lo hizo la izquierda (entre la que nos incluimos) en todo el proceso movilizador que tuvo lugar de 2010 a 2014.
Segunda premisa: a la movilización popular hay que dotarla de objetivos políticos generales dirigidos contra las causas y responsables (políticos y económicos) de los problemas que nos aquejan. Esto, obviamente, vale igualmente para la movilización y lucha estudiantil. No podemos perder de visto que la LOMCE es un ataque más de otros muchos lanzados por el común enemigo, lo que nos debe llevar a la conclusión de que todos los sectores sociales golpeados por él deben golpearle a la vez, tener un objetivo y lucha conjuntos, evitando sectorializar las luchas y que sus contenidos sean exclusivamente gremiales, como ocurrió con las mareas, que vistas a distancia podemos decir han resultado inocuas. Sectorializar luchas y corporativizar objetivos dispersa, divide e impide enfocar el objetivo común y, por tanto, conduce el movimiento a la derrota.
Desde el sábado tenemos fumata blanca para el nuevo gobierno del PP. Conscientes de su fracaso, posiblemente asistamos por parte de los dirigentes de Podemos y cía, por parte de aquellos que sofocaron la movilización popular, a un intento de reactivarla. Si lo hacen, estos nuevos agentes del viejo revisionismo lo harán atendiendo a la máxima: “el movimiento lo es todo; el objetivo, nada”. Es “el movimiento por el movimiento”, estéril, que ya conocemos bien.
La movilización como instrumento de lucha, de expresión de reivindicaciones, para llevar la pelea a la calle, agrupar a las masas y que sean conscientes de su propia fuerza es una herramienta muy apreciable, pero no nos podemos quedar ahí. La movilización popular debe ayudar a construir la unidad popular, a sentar las bases de la lucha política organizada de las masas trabajadoras, a forjar una alternativa política al Régimen de explotación, antidemocrático y corrupto, tanto en el plano político como en el organizativo. Para avanzar en este camino, así debiera y debe enfocarse la movilización y la lucha estudiantil.